DOS ESCRITORES EN M�XICO (y 12)







El s�bado es nuestro �ltimo d�a en M�xico, y es tambi�n el d�a en que tenemos que presentar Oceanum, en hora de m�xima audiencia, a las dos y media de la tarde, justo despu�s de alguna estrella medi�tica de la cultura pop juvenil.





Ya hemos hecho las maletas. Ya no nos despertamos a deshora v�ctimas del jet-lag. Ya no me cuesta tanto trabajo respirar. Damos el �ltimo paseo por el centro hist�rico, acompa�ados de nuevo por Juan Madrid, que nos cuenta que con Moncho Alpuente lleg� a plantearse un musical sobre Franco. Las risas se rematan cuando digo que un "Franco sobre hielo" habr�a sido la ca�a.





Nos toca por fin nuestro acto en la carpa. Una carpa que est� llena hasta los topes de gente, casi todos j�venes. Nuestra bella editora all� sentada entre el p�blico. Y nosotros dos en el gran escenario, sin nadie que nos presente, porque hasta aqu� ha llegado la leyenda de Pili y Mili en escena, charlatanes, divertidos y exagerados, capaces de meterse en el bolsillo a los asistentes a un velatorio.





Y all� de pronto nos quedamos los dos algo envarados. El libro que venimos a presentar, Oceanum, lo escribimos hace tres o cuatro a�os y, c�spita, ni lo recordamos. Empezamos titubeantes, sin saber muy bien a qui�n nos dirigimos, un tanto escaldados porque lo que cre�amos que era nuestro p�blico natural, la ciencia ficci�n, no hab�a sentido apenas curiosidad por nuestra obra.





Y empezamos hablando de tortugas. Nada, no levantamos el vuelo. Luego hablamos de la an�cdota del capit�n del barco. Tampoco. Un poquito m�s inter�s despierta la flota de juncos chinos, lo que nos permite indicar la gran pancarta con la portada de Juanmi, donde el Drag�n Bic�falo surca el mar infinito de Oceanum.





Y nos quedamos sin mucho m�s que decir. Miro la hora con disimulo. Soy de los que prefieren esperar en el aeropuerto con tiempo de sobra, pero es rid�culo salir ya pitando: no llevamos ni veinte minutos en escena. Y entonces Juanmi tiene la idea: Lee un p�rrafo, anda. Y aprovechando que hemos estado hablando del junco leo el momento en que los tres j�venes aventureros se tropiezan con el barco gigantesco.





Leo despacio, con inflexiones, tratando de ganar tiempo, sabiendo que otras lecturas que hemos o�do aqu� mismo en actos anteriores no se entienden con la megafon�a, y temiendo que por partida doble, mi acento gaditano y mi acento espa�ol, lastren el efecto de lo le�do. Y entonces termino de leer, alzo la cabeza y veo que el p�blico est� asombrado, en el bolsillo, y aplauden. Aplauden mucho.





Desde ese momento hasta el final de la presentaci�n ya todo va sobre ruedas. Los chavales preguntan. Nosotros contestamos. Recuperamos el buen humor y los comentarios jocosos y me despido recordando que nos vamos dentro de una hora y con un "gracias, M�xico" que nos gana un nuevo aplauso.





Entonces llega la hora de la firma de ejemplares y es un momento de j�bilo y gozo, porque jam�s hemos firmado tantos libros de una sentada. Son lectores j�venes que vienen a veces acompa�ados de sus padres o sus profesores, alguno me pregunta qu� otros libros leer, qu� puede encontrar en los libros, otros quieren saber de d�nde soy, porque les gusta mi acento andaluz, distinto a la dureza que ellos captan en el habla de otros espa�oles.





Abrazos de despedida, luego. Los Taibo al completo nos despiden en el hotel, cantando "Adi�s con el coraz�n". Nos lleva un taxi de la organizaci�n al aeropuerto. Con mucho tiempo de antelaci�n, s�, pero sabiendo que es s�bado y c�mo son los atascos de tr�fico, toda precauci�n parece poca.





Y entonces, como una coda po�tica, como una despedida, el dios de la lluvia llora sobre M�xico y una tromba de agua nos acompa�a hasta que el avi�n despega ya en la oscuridad, remontando ese enorme �rbol de navidad de luces multicolores que es la ciudad desparramada hasta el infinito.





Diez horas de vuelo (ganamos dos al viaje de ida) y ya estamos de nuevo en Espa�a. Pasamos por la aduana en dos minutos, sin que nadie nos diga ni p�o. Nos despedimos Juanmi y yo, hasta la pr�xima, hermano. Corro hasta Atocha, donde la ventaja ganada me permite cambiar el billete de tren y llegar a casa, a C�diz, tres horas antes de lo previsto.





Y, como en los cuentos, los criados de librea se convierten de nuevo en ratoncillos, los zapatos de cristal en botas con agujeros y la gran carroza de oro y plata en una calabaza hueca. Fin de la experiencia, adi�s al sue�o. Hasta la pr�xima o hasta siempre, amigos de M�xico.
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Published on December 19, 2013 03:41
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Rafael Marín Trechera
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