Rafael Marín Trechera's Blog, page 2

June 12, 2019

January 17, 2019

RESE�A DE ORA PRO NOBIS POR MIGUEL MATESANZ









Para que las cosas nos vayan lo mejor posible durante este 2019, vamos a empezar el a�o como Dios manda: top�ndonos con la Iglesia y con el mejor escritor espa�ol de literatura de g�nero de todos los tiempos. As� es la cosa, un dos por uno que no tiene desperdicio, un ofert�n para empezar el a�o con buen pie y mejores lecturas, un detallico de este negociado que vela en todo momento por el �ptimo aprovechamiento, queridos todos, de su tiempo de ocio.





�Y qu� mejor propuesta para iniciar este nuevo ejercicio fiscal y literario que un libro de esos que se devoran de una sentada? O de tres, porque tres son los relatos que conforman la nueva obra del gran Rafa Mar�n: dos que bordean las cien p�ginas cada uno y un tercero, que es el segundo en el orden de presentaci�n, de apenas doce y que es una demostraci�n apabullante del poder�o narrativo de este autor incombustible y ejemplar, el m�s en�rgico y exquisito a la hora de imaginar aventuras y pesadillas con mucha intenci�n y con una prosa que suele tender a la excelencia en mi canon particular.





Los m�s viejos del lugar ya habr�n adivinado que este Rafael Mar�n es el mismo Rafael Mar�n Trechera que firm�, hace nada menos que treinta y cinco a�os, la mejor novela de ciencia ficci�n que se haya escrito en Espa�a, L�grimas de luz, una joyita que hoy resulta muy dif�cil encontrar en formato f�sico, algo que dice mucho sobre lo colosalmente ingrato que siempre ha sido el negocio editorial, aunque existe la posibilidad de descargar el ebook gracias al sello Sportula, comandado por otro cl�sico de la literatura de g�nero patria, Rodolfo Mart�nez. Este Rafael Mar�n es el mismo Rafael Mar�n Trechera que firm� una trilog�a maravillosa titulada La leyenda del navegante o, una vez suprimido el segundo apellido, el gozoso pastiche holmesiano Elemental, querido Chaplin, que habr�a deleitado por igual al investigador de Baker Street, a su anexo disfrazado de doctor y al creador de ambos, por no hablar del actor del bast�n, el bomb�n y los pies a las diez y diez. En 2015 public� una novela de casi mil p�ginas dedicada a Don Juan y titulada tal cual, un texto colosal y deslumbrante que le ha vuelto a confirmar como el gran escritor que siempre ha sido y ser�, se mueva en los campos de juego y en los g�neros en los que se mueva.





En esta ocasi�n, como ya ha quedado dicho, se adentra en las dependencias m�s rec�nditas y desconocidas de la iglesia cat�lica, all� donde solo pueden acceder el Papa de Roma y sus tres elegidos: el comandante en jefe de la Curia y la reducida tropa de un ej�rcito en lucha eterna contra el Mal. A las sombras m�s oscuras no se las puede combatir con oraciones ni con enc�clicas. Se precisan m�todos m�s contundentes y radicales. As� es como entran en escena nuestros tres aguerridos protagonistas: Esa� Falconi, Ismael Nero y �ngela de Ory. La guardia pretoriana de la Luz.





Hagamos en este mismo instante un rebobinado temporal y vayamos al a�o 2000. Es en ese entonces cuando Rafael Mar�n es fichado por nada menos que la editorial Marvel para escribir los guiones de la m�tica serie mensual protagonizada por Los Cuatro Fant�sticos. Lo acompa�a en esa portentosa empresa el dibujante Carlos Pacheco, que ya hab�a colaborado con Mar�n en los guiones de otra serie marvelita, la de los Inhumanos. Si para ambos debi� de ser un sue�o imaginar nuevas aventuras de Reed Richards y compa��a, para los lectores espa�oles supuso un �xtasis que nos llen� de orgullo y satisfacci�n. �Era la hora de las tortas gaditanas!





�Por qu� les cuento esto? Pues porque si le quitas un fant�stico al famoso cuarteto, te quedan Los Tres Fant�sticos de la Santa Madre Iglesia, que es lo que vienen a ser los protagonistas de esta novela. Ni Esa� Falconi se estira como Reed Richards, ni tampoco Ismael Nero se convierte en una llama viviente como Jhonny Storm, ni la hermosa �ngela de Ory es capaz de volverse invisible como Sue Storm, se�ora de Richards, pero, en el fondo, lo que Rafael Mar�n nos presenta en esta fant�stica obra es a un grupo de superh�roes sin poderes… o, para ser m�s preciso, con todos los poderes que el mandato papal les puede otorgar.





Contado as�, puede que a m�s de uno el asunto le resulte gracioso (y, en el fondo, lo es, aunque ese fondo sea muy profundo y le pillemos el puntito, sobre todo, los que conocemos sobradamente la trayectoria del autor), pero Mar�n se toma muy en serio las andanzas y las tribulaciones de este supergrupo divino y nos sumerge de golpe, y sin ninguna clase de prevenci�n, en un universo de espantos que le sirve no solo para enganchar y angustiar al lector, sino, sobre todo, para reflexionar sobre asuntos muy actuales y, en �ltima instancia, desvelar el lado turbio de la fama, el glamour, el adocenamiento de las redes sociales y el envilecido precio del triunfo all� donde no existe mayor recompensa que la desolaci�n eterna.





Esto es literatura de g�nero de mucha calidad, o lo que es lo mismo: literatura de mucha altura, da igual el g�nero al que pueda adscribirse. Mar�n domina los resortes de la narraci�n en todo momento y nos deja tres relatos que fascinan y aterran por igual. Su estilo, esa forma milagrosa de encadenar las palabras y las frases para regalarnos im�genes potent�simas y estilizadas, sigue funcionando como una maquinaria perfecta en la que nada sobra ni falta.





�Qu� quieren que les diga? Da gusto leer a este autor. Aunque sus querencias personales y argumentales le hayan podido alejar durante a�os del gran p�blico, es uno de los mejores narradores de nuestro pa�s. La elegancia en la expresi�n y en la construcci�n, el ritmo medido, los s�miles exquisitos y unos personajes que, siendo profundamente humanos, consiguen trascender la mera an�cdota de sus pesquisas y enfrentamientos para convertirse en el principal sustento de la creaci�n (con min�scula y con may�scula, tanto da) son solo algunos de los elementos que convierten esta obra en una completa gozada. Puede que los lectores m�s estirados piensen que leer esta clase de libro es un placer culpable, un pecado literario, pero no hay tal. No peca quien lee a Rafael Mar�n, sino quien ignora a un autor que escribe (imposible acabar de otro modo) como Dios.





MIGUEL MATESANZ, publicada en "La Ventana de la Agencia" el 14 de enero de 2019.
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Published on January 17, 2019 02:50

January 16, 2019

JOHN BUSCEMA: EL EMPERADOR DE TODAS LAS TEM�TICAS







No estuvo en Marvel desde el principio, pero sin �l no puede entenderse lo que fue Marvel. Hoy, el aficionado a la historieta es cicatero y miope y juzga la validez del medio y su afici�n a partir de su experiencia limitada o de lo que otros le han dicho que tiene que ser su baremo. As�, glorificando la figura capital de Jack Kirby (en detrimento de la otra figura capital que fue Stan Lee), se ha pasado por alto (o, peor a�n, se ha ignorado) la aportaci�n important�sima que, durante d�cadas, realiz� John Buscema.





Reconozc�moslo hoy como se reconoci� en su momento: los c�mics Marvel explotaron durante sus cinco o seis primeros a�os de vida una est�tica fe�sta y un tanto deslavazada, �pica de andar por casa, un tropel de emociones y personajes m�s grandes que la vida que pillaron a contrapi� a la Distinguida Competencia, donde todo era armon�a y blandura. Las est�ticas casi contrapuestas de Kirby y Ditko, m�s los autores de menos calado que los imitaron (quiz� sobre todo en narrativa) no llegaron al grado de estilizaci�n m�xima y a la belleza formal hasta que la editorial recupera la figura de Buscema, que se hab�a retirado de los c�mics y trabajaba en publicidad y que, aprovechando los rifirrafes que ya empezaban a producirse entre Stan Lee y sus colaboradores, entra en la Casa de las Ideas con cierta timidez, sin aspavientos (quiz� lo mismo sucedi� con el otro esteta reclutado en la segunda hornada, John Romita Sr.), para estallar como la bomba creativa que fue en cuanto se afianz� en la manera exagerada y grandilocuente de narrar e hizo suyos a los personajes, a quienes dot� de la armon�a y el sex-appeal del que hasta entonces carec�an.





Buscema tiene una formaci�n cl�sica y bebe de tres grandes de los c�mics de prensa (Foster, Raymond, Hogarth), pero su estilo est� ya hecho y, desde su electrizante aparici�n en The Avengers solo puede mejorar de n�mero a n�mero. Cierto, su paso por Fantastic Four o The Mighty Thor quiz� no deslumbre (�no quiso Big John intentar hacerle sombra a Jack Kirby?), pero su deslumbrante Silver Surfer y su joya de la corona Conan the barbarian, nos demuestran pronto que Buscema no debe nada a nadie y lo consolida a los ojos de los lectores (y a los de Stan Lee, que no era tonto precisamente) como el mascar�n de proa, el referente de lo que es Marvel.





La magia de los l�pices de Buscema picotea en todas las series, en portadas, en los n�meros uno de toda colecci�n que se precie. Y en Savage Sword of Conan, realizando lo que hoy podr�amos llamar “novelas gr�ficas” si nos diera la tontuna, y entintado por un tropel de dibujantes diferentes que no siempre hicieron justicia a sus l�pices, Buscema no solo no pierde su fuerza imparable, sino que, de los pinceles ajenos, nos muestra una versatilidad que nos lo multiplica. Podemos quejarnos de las tintas puntuales de alg�n n�mero, pero tambi�n podemos agradecer que nos ofreciera muchas est�ticas y muchos Buscemas diferentes. Nunca, de todas formas, fue m�s sutil y hermoso su trabajo que en las demasiado pocas ocasiones en que se entint� a s� mismo.





Buscema fue el alma de Marvel durante d�cadas. Su list�n de calidad nunca baj� del sobresaliente, y tarde o temprano la historia tendr� que reivindicar su memoria como lo que fue: el emperador de todas las tem�ticas.




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Published on January 16, 2019 02:59

January 13, 2019

FLASH GORDON/JUNGLE JIM: JINETES DE SELVAS Y ESPACIOS







El medio era tan joven que a�n no ten�a el nombre con el que, equ�vocamente, nos empe�ar�amos todos en llamarlo durante muchas d�cadas. Los t�tulos que los peri�dicos ofrec�an en sus p�ginas no eran ya exactamente “funnies”, ni eran, como luego, “comics” (sin la tilde), y sus dibujantes eran “cartoonists” aunque trabajaran en series continuadas y desarrolladas en secuencias, no necesariamente en caricaturas ni en una sola vi�eta. El medio era tan joven que todav�a pod�a explorar y expandirse, buscar soluciones narrativas y recursos gr�ficos.





Los c�mics (llam�moslos as�, a fin de cuentas, ahora ya con tilde obligatoria) quiz� desarrollaron la est�tica “realista” (aunque no lo fuera) precisamente por esa necesidad de b�squeda de recursos (la expresividad del primer plano o la espectacularidad del plano general vienen inmediatamente a la cabeza), as� como la necesidad de los artistas de demostrar que eran algo m�s, mucho m�s que caricaturistas. Aunque cada uno disponga de caracter�sticas propias, la influencia del medio hermano, el cine, no puede soslayarse, ni tampoco las modas sociales de cada momento, sus miedos, sus anhelos. Hab�a terreno virgen por explorar en tem�ticas y est�ticas. Quiz�, como hemos visto tantas veces antes y luego, nadie quiso ser el primero en abrir senda: es siempre m�s seguro ser el segundo.





Con ilustres precedentes (�qui�n puede negar que los mundos on�ricos de Little Nemo no instan al sue�o de la aventura, o que la valent�a tan de Harold Lloyd del peque�o Wash Tubbs, o el sarcasmo viajero de Popeye no estaban ya haciendo cosquillas a la aventura?), los c�mics estallaron en busca de nuevos potenciales con la publicaci�n casualmente simult�nea de dos t�tulos que buscaban el apoyo de la literatura de masas y, al menos uno de ellos, contaba con la bendici�n de la popularidad del cine: desde 1929, el exotismo selv�tico de Tarzan of the Apes y los mundos futuros de Buck Rogers in the 25th Century reventaron las fronteras de la narrativa dibujada. Apenas dos a�os m�s tarde, fruto de la popularidad del cine de g�nsteres y de los propios hampones en el mundo real, aparece Dick Tracy, el sabueso detective que gan� su placa de un d�a para otro (las cosas de los c�mics) y que se convirti� en el primero y m�s implacable de los muchos polic�as de ficci�n que vinieron luego.





Hab�a mundos por explorar, mundos a los que hacer la competencia. Si los c�mics, en sus entregas diarias o sus hermosos suplementos dominicales, ayudaban a vender peri�dicos, y ya exist�an los precedentes de fichajes y trasvases de una agencia de prensa (los “syndicates”) a otros, tanto de autores como de personajes, no es extra�o que, en aquellos a�os en que el medio de la aventura diera sus primeros pasos balbuceantes, se buscaran autores capaces de enfrentarse al reto de arrebatar lectores a los autores pioneros. La buena fortuna, o el destino, quiso que King Features Syndicate contara ya entre sus filas con un joven que apuntaba maneras, aunque nadie quiz� hubiera podido imaginar entonces que acabar�a por convertirse en uno de los m�s grandes.





Alexander “Alex” Gillespie Raymond hab�a nacido en 1908, en una familia cat�lica de New Rochelle. Aunque ten�a buena mano para el dibujo, la muerte de su padre, ingeniero civil, y la necesidad familiar lo encaminaron hacia una prometedora carrera como corredor de bolsa. El crack de 1929 y la Gran Depresi�n lo desviaron de ese mundillo y lo hicieron volcarse en su afici�n art�stica. Hizo de ayudante y luego de “negro” para autores como Russ Westover en Tillie the Toiler y, una vez en King Features Syndicate, de Lyman Young y su hermano mayor Chic. Con el tiempo, hemos podido advertir, por un lado, la estilizaci�n de la est�tica de Blondie y su inocente sensualidad fruto de la influencia del joven ayudante, y sobre todo, la inclusi�n en las aventuras selv�ticas que ya no los abandonar�an de aquella pareja de j�venes vagabundos, Tim Tyler y Spud, nuestros Jorge y Fernando .





Raymond era joven, r�pido y ambicioso. Estar a la sombra de otros autores, sin reconocimiento autoral, y con un sueldo exiguo, no era suficiente. Es de suponer, adem�s, que tanto los artistas con quienes trabajaba como los jefes para los que ofrec�a su labor art�stica estaban al tanto de las capacidades de la joven promesa. Ante la necesidad de enfrentar a Buck Rogers con otro h�roe espacial (y Brick Bradford, creado en 1933, acabar�a si�ndolo, pero entonces a�n no lo era), KFS empez� a buscar un t�tulo que pudiera luchar con sus mismas armas.





Alex Raymond present� un proyecto que fue rechazado por su falta de acci�n, la historia de un grupo de cient�ficos donde uno de ellos, no el protagonista, se llamaba ya “Flash”. Un segundo intento, algo m�s estilizado, fue rechazado tambi�n. Se buscaba la aventura y el exotismo, un poco al estilo de las novelas de John Carter de Marte de Edgar Rice Burroughs, cuyos derechos no pudieron conseguirse . El tercer intento de Raymond, ya con el nombre Flash Gordon y la peripecia como motor de arranque, recibi� el visto bueno. Al socaire del �xito de la novela de 1933 When Worlds Collide (Cuando los mundos chocan, llevada finalmente al cine en 1951), y ocupando dos tercios de la segunda p�gina en color de los peri�dicos dominicales, Flash Gordon ofrec�a aventura a raudales, un no parar de situaciones al l�mite, villanos orientales, razas alien�genas, mujeres hermosas de erotismo deudor de la descocada d�cada que quedaba atr�s. Y muchos prestamos art�sticos del gran Harold Foster, lo cual nos indica la admiraci�n que el joven Raymond sent�a por el ya maduro maestro y, m�s que ninguna otra cosa, las prisas con las que ten�a que abordar su trabajo.





Porque, si Flash Gordon se enfrentaba a Buck Rogers, la p�gina de los peri�dicos quedaba completada por otra serie del mismo autor, Jungle Jim, donde se intentaba ofrecer una respuesta “civilizada” a Tarzan y se contaban las aventuras desaforadas, igualmente sin pies ni cabeza, de un explorador y cazador de fieras vivas (basado en el popular cazador Frank Buck y con el f�sico del hermano menor del propio Raymond, Jim) en una improbable Malasia donde hay leones, tigres, tribus de “negros”, malvados orientales, femme fatales y hombres blancos que se reflejan en su mayor�a como explotadores sin escr�pulos. Y todav�a tendr�a Alex Raymond tiempo para dibujar las entregas diarias, con supuestos guiones de Dashiell Hammett, de Secret Agent X-9.





Cualquier otro habr�a sucumbido en el proceso, pero Raymond era joven y, ya se ha dicho, ambicioso. Con los guiones un tanto inanes de Don Moore (que no firmar�a su colaboraci�n hasta los tiempos de Austin Briggs), las dos series en color ir�an explorando no tanto la aventura colonial o la fantas�a espacial como el desarrollo y el avance de la capacidad cuasi m�gica del dibujante. De todos los autores de c�mics que en el mundo han sido (quitando a Foster, que ya comenz� su andadura en la perfecci�n y nunca se separ� de ella) se espera que evolucionen en su grafismo, que tengan buenos y malos momentos, que se adocenen o acaben por repetirse en f�rmulas c�modas. No es el caso de Alex Raymond, quien, esteta inquieto, explora y mejora de semana en semana, experimentando con tramas, rayados, formatos de vi�eta, del barroco al clasicismo, buscando siempre la belleza absoluta. Nadie, en la historia de los c�mics, ha sido capaz, ni antes ni despu�s, de evolucionar de la manera en que lo hizo Alex Raymond, desde sus titubeantes inicios como dibujante an�nimo hasta su temprana muerte en 1956.





Durante diez a�os, Raymond dibujar�a sus dos series dominicales (abandon� pronto la presi�n de las tiras diarias de X-9), hasta que, inquieto siempre, se ofreci� voluntario al cuerpo de marines, pese a su edad, para participar en la Segunda Guerra Mundial. Volver�a tras la contienda al mundo civil y crear�a, en Rip Kirby (1946), una nueva obra maestra, pero sus personajes primeros gozar�an de vida m�s all� de la espectacular progresi�n gr�fica de su autor, no solo en el medio de los c�mics de prensa, sino tambi�n, como es sabido, en seriales radiof�nicos, cine de serie Z para los s�bados, comic books, series de televisi�n, dibujos animados, abundante merchandising y al menos una pel�cula de alto presupuesto.





Pero los aut�nticos Jim de la Jungla y Flash Gordon son los que, desde 1934 y hasta 1944, poblaron de sue�os, aventuras ex�ticas, experimentaci�n sin l�mite y glamour las p�ginas en color de los peri�dicos de su tiempo. Esos que podemos disfrutar, aqu�, de nuevo, ahora.

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Published on January 13, 2019 02:54

CISCO KID: EL VAQUERO M�S GUAPO










Aunque tambi�n hiciera suyos temas adultos y ofreciera en ocasiones el escenario ideal para desarrollar para nuestro tiempo temas equivalentes a la tragedia griega, el western fue durante buena parte del siglo veinte una distracci�n para todos los p�blicos, el ensue�o de ni�os por todo el planeta. Eso explica en parte su larga supervivencia y quiz� tambi�n su declive: sobreexplotaci�n por un lado (en especial con la llegada de la televisi�n y las muchas series del oeste que tantos conocimos en nuestra ya lejana infancia), y la misma incapacidad de adaptar aquella visi�n del mundo en blanco y negro (buenos muy buenos, malos muy malos, ninguna gama de grises en medio) al escepticismo, la iron�a y la desconfianza en los valores sociales que la guerra del Vietnam (y, en el g�nero, el spaghetti western) trajeron de la mano ya en las postrimer�as de los a�os sesenta.





Grandes autores de cine hicieron grandes pel�culas, a menudo a partir de historias menores de autores menores (el western fue antes que nada g�nero period�stico, luego pliego de cordel, diversi�n sencilla con pocos nombres de relumbr�n en lo literario), pero hubo cientos de pel�culas de bajo presupuesto y simples planteamientos, Tom Mix y sus imitadores, ya desde el principio de la historia del cine: recordemos que el mism�simo John Ford, alfa y omega del g�nero, comenz� dirigiendo peliculitas veloces hasta que ofreci� la primera gran revisi�n del western con La diligencia (Stagecoach, 1939).





Curiosamente, la historieta parece que dud� en acercarse al g�nero. M�s all� de los comic books (que, en su inicio, ten�an la calidad art�stica que en d�cadas posteriores podr�amos asimilar a los fanzines), en la aristocracia de los peri�dicos apenas cabe citar el Red Ryder de Fred Harmann o las obras (tan influidas por John Ford, Harold Foster y Alex Raymond) de Warren Tuffs: Casey Ruggles y Lance.





Cisco Kid tiene su origen en lo literario. M�s concretamente, en un relato de O. Henry ya en 1907, The Caballero’s Way, donde nuestro jinete del sombrero y las chorreras es… nada menos que el malo. Y malo fue en su primera aparici�n cinematogr�fica, para convertirse ya en la segunda (para que luego hablemos de resettings) en uno de los buenos. Y bueno es en la tard�a adaptaci�n al c�mic de prensa (unos a�os antes ya hubo comic books) que realizan entre 1951 y 1967 Rod Reed a los guiones y el argentino Jos� Luis Salinas a los dibujos.





Acompa�ado por su fiel escudero Pancho, trasunto de Sancho Panza sin su sabidur�a de pueblo, contrapunto c�mico a las heroicidades del protagonista, Cisco Kid puede englobarse en la revisi�n realista que los c�mics en general y los c�mics de prensa en particular experimentaron tras la Segunda Guerra Mundial. Es un c�mic amable, extraordinariamente bien dibujado, afectado por la pol�tica imperante de reducir las historias a un n�mero determinado de semanas. Jam�s tuvo una p�gina dominical donde Salinas pudiera haberse explayado experimentando con formatos y tama�os de vi�etas; es, en cierto modo, un western infantil donde los misterios se solucionan r�pido y la pareja protagonista parte a otra aventura donde encontrar� m�s de lo mismo: los malos muy malos, los buenos muy sencillos, las bellas muy bellas que se enamoran (igual que �l) del Cisco Kid, el vaquero m�s guapo de cuantos ha habido en la historia de los c�mics, un dandy impoluto y lampi�o que siempre sonr�e y que, como un Don Juan del oeste, conquista y suspira y no se deja atrapar ni por las maquinaciones de sus enemigos ni por los sue�os de matrimonio de las f�minas que se encuentra a su paso.





Salinas demuestra su capacidad para dibujar retratos: los primeros planos son fabulosos, las chicas espectaculares, los caballos veloces. Sus malos son inconfundibles a primera vista (ah� tienen ustedes a ese delicioso Red Riata, trasunto del actor Wallace Beery). Sus paisajes, quiz�, no son todo lo ricos que podr�a esperarse, en tanto en ocasiones parecen demasiado pedregosos y �ridos (Salinas dibujaba desde Argentina, ya que no quer�a que su hijo acabara combatiendo en Corea) y los planos se antojan demasiado lejanos. Es un western donde prima le emoci�n y lo rom�ntico sobre las complicaciones de la trama y la acci�n violenta que en ocasiones retrotrae a las cabalgadas de Tom Mix y los vaqueros de sombrero blanco que iniciaron la leyenda del oeste en las pel�culas de cine mudo.




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Published on January 13, 2019 02:54

January 12, 2019

X-9 AGENTE SECRETO: LAS MIL CARAS DEL HOMBRE-G












Naci� como respuesta al gran �xito del c�mic policial de la competencia, Dick Tracy, de Chester Gould. Tuvo como primeros padres (imposible saber, a estas alturas, qui�n fue realmente el creador; posiblemente los capitostes del King Features Syndicate, que no daba puntada sin hilo y siempre toqueteaba aqu� y all� las propuestas de los creadores para que los derechos quedaran en su poder, maniobra com�n a los syndicates de aquella �poca) al c�lebre escritor de historias hard boiled Dashiell Hammett, y el joven talento Alexander Gillespie Raymond. El novelista abandon� pronto sus labores creativas en la serie, si en efecto puso su talento y no solo su nombre en la empresa, y Raymond, que ten�a que simultanear las tiras diarias de X-9 Secret Agent con sus planchas dominicales de Flash Gordon y Jungle Jim, aguant� poco m�s en el t�tulo antes de centrarse en sus otros dos personajes.





Los guiones pasaron por la imaginaci�n del �nclito y misterioso Don Moore, de quien tan poco sabemos (quiz� fuera, en realidad, solo un redactor de plantilla y no un guionista stricto sensu), y luego por la de Leslie Charteris (el creador de El Santo), mientras un pu�ado de dibujantes sustitu�a a Raymond: Charles Flanders (que dibujar�a The Lone Ranger), Nicholas Afonsky (de Little Annie Ronnie y Ming Foo), y un viejo conocido de los seguidores de Flash Gordon y Jungle Jim: Austin Briggs, que dur� en la serie hasta que se encarg� de las tiras diarias del h�roe del espacio y poco m�s tarde de las dominicales en color, tras la marcha voluntaria de Alex Raymond al cuerpo de marines en la Segunda Guerra Mundial.





Entre 1940 y 1960 la serie estuvo a cargo del competente y delicioso Mel Graff, que fue el primero que humaniz� al personaje, d�ndole por fin un nombre y un apellido que sustituyeron a aquel lejano Dexter con el que brevemente identific� (falsamente) en los tiempos de Alex Raymond. Graff, con su est�tica del claroscuro, bautiza a X-9 como Phil Corrigan, y es capaz de mezclar las historias policiales con el romance: un atribulado agente secreto que se debate entre dos amores, Linda y Wilda, y que mantiene en jaque a los lectores. Phil al final se decide por Wilda, se casa con ella en 1950 y hasta tienen una hija, Philda, dos a�os m�s tarde. Una m�s que interesante etapa que extra�amente no ha sido recuperada para los lectores contempor�neos.





Como no menos interesantes son los seis a�os (1960-1966) en que Bob Lubbers, bajo el nom de plume de Bob Lewis, pues con su nombre real simultaneaba otras series para otro syndicate, dot� al t�tulo de un tono elegante, bello y muy sexy, influencia sin duda del bondismo imperante. Las primeras tiras de este volumen, aunque quiz� no sean suyas, siguen su est�tica.





En 1966, y durante otros diez a�os, el t�ndem formado por Al Williamson y Archie Goodwin reencauza de nuevo las aventuras de X-9, que solo es llamado as� en la primera de las aventuras, para pasar a ser identificado �nicamente como Corrigan, agente secreto. Estamos ya en la segunda mitad de la d�cada prodigiosa, y ha llovido mucho en el mundo de las ficciones y los c�mics en general. La influencia de James Bond lo permea todo, y aunque estas historias tratan de eludir los gadgets y la parafernalia propia del agente 007 (y de ah� viene, quiz�s, el eludir la sigla X-9 del protagonista) es inevitable que haya situaciones de paralelismo y que se acabe por incidir en las tem�ticas bondianas.





El estilo de Williamson recuerda al de Raymond, no en vano se le considera su principal heredero. M�s al Raymond de Flash Gordon o Rip Kirby, ciertamente, que al de X-9, en especial en la forma de encarar la narraci�n, con abundante documentaci�n fotogr�fica donde los personajes est�n interpretados por amigos, ayudantes, la madre del propio Williamson (la recurrente se�ora Murkley), o el propio Archie Goodwin. Tras los muchos rostros que se alternan para encarnar al agente secreto, que tiene al principio rasgos que recuerdan a aquel lejano Dexter de los a�os treinta raymondianos, en ocasiones apuntan a Sean Connery y, con el paso de los a�os y el pelo m�s largo, acabar�n por ser los del propio Al Williamson

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Published on January 12, 2019 02:54

FOSTERDAMMERUNG

Dicen los sabios que las obras de arte no se terminan, sino que se abandonan. Esto, que se cumple con la pintura, o la escultura, o la literatura misma, tiene una aplicaci�n m�s dif�cil en el mundo de la historieta, donde hemos visto c�mo los autores se marchan o fallecen y sus personajes (s�, su obra) los sobrevive. A veces, pocos a�os. En ocasiones, durante d�cadas.





En alg�n momento determinado de su larga labor creativa, por ley de vida, Hal Foster tuvo que ser consciente de que se acercaba el final. Y, como padre bien preocupado por sus hijos, debi� de hacer mil y una c�balas sobre el futuro de Pr�ncipe Valiente y su rico teatro de personajes. Desde el principio, cierto, el entorno hist�rico de la serie tiene fecha de caducidad, el gotterdamerung de la Tabla Redonda, la muerte de Arturo, la dispersi�n de la hermandad, el hundimiento de la sociedad en las tinieblas. Se sabe que Foster lo tuvo en cuenta. Pero terminar as�, de esa triste manera, incluso en los desnortados y dolidos a�os sesenta, habr�a sido poner un punto final �pico inigualable a la serie… pero una frustraci�n terrible para sus lectores.





A cuatro o cinco a�os vista del retiro parcial de Foster, el autor, ya con 75 a�os, puede que sopesara mil y una maneras de colgar los b�rtulos. Y es posible que en este tomo que comprende los a�os 1967 y 1968 se confiese como nunca antes hab�amos le�do en sus p�ginas. Porque, ver�n ustedes, si hay un episodio extra�o en el devenir de la tira desde 1937, si hay un personaje cuyo canon est�tico pr�cticamente no coincide con los par�metros visuales del estilo fosteriano, si hay una historia que sea una loa al amor y el carpe diem es la que abre estas p�ginas: la triste situaci�n del pr�ncipe Harwick, que abandona las responsabilidades del trono al que est� obligado y que vuelve al redil tras una experiencia traum�tica. La responsabilidad por encima de la necesidad propia. Harwick, f�jense bien, es rechoncho, con bigotito que no parece de la �poca, entusiasmado por la pesca con ca�a, enamorado de una criada por la que ha renunciado a su destino como rey. Harwick, f�jense bien, tiene un f�sico que recuerda al del propio Hal Foster, que comparte su bigotito que no parece de la �poca, es un entusiasta de la pesca con ca�a, y est� profundamente enamorado de una mujer (su esposa Helen) que por aquellos tiempos empieza a tener problemas de salud. �Es posible, entonces, que Harwick y Harold sean trasunto uno del otro? �Es posible que Foster, ya un anciano, fantaseara con la idea de renunciar a su trono y lo proyecte en su argumento? En cualquier caso, es significativo que sea el senescal, y m�s a�n, Valiente, quienes lo convenzan para retomar su camino.





Pero las dudas de Foster no acaban aqu�. El mayor enemigo de la historieta, como lo es del hombre, es el tiempo. Foster quiz� no se cree con fuerzas para continuar el tono �pico de su serie (podr�amos considerar que el �ltimo gran aliento guerrero fue la aventura del pr�ncipe Arn en Am�rica que vimos el tomo anterior), y nuevamente fantasea con un Val y una Aleta m�s j�venes, de ah� el juego de dobles que presenta entre Reynold y Lady Ann, una historia un tanto desangelada que solo se explica, hoy, desde la necesidad, consciente o inconsciente por parte de Hal Foster, de buscar manos y mentes m�s j�venes que contin�en adelante su obra.





Advierto, como traductor, algunas sutiles diferencias de estilo en los textos de la serie en estos a�os. Las frases son m�s largas, el vocabulario estrictamente medieval (al menos en versi�n original) se hace m�s acusado, los “Nuestra historia” se integran de una manera diferente en la narrativa, completando la oraci�n y no como un mero anuncio, e incluso tenemos abundantes vi�etas donde no hay frase y r�plica, como de costumbre hasta ahora, sino frase, r�plica y contrarr�plica. Nadie puede asegurarlo, pero parece como si los textos hubieran sido redactados o corregidos por otra mano an�nima.





Como se me antoja, tambi�n, alg�n tipo de injerencia editorial en la terrible historia donde Arn, drogado, se vuelve berskr y asesina a la vieja bruja y su hijo deforme. Si en la idea original eran Horrit y el ogro de las marismas, habr�a sido una bella manera de cerrar el c�rculo y romper el maleficio de Valiente, el hijo tomando el lugar del padre y emprendiendo su propio camino.





Todav�a, en estos a�os, parece posible que Arn herede el protagonismo de la serie y Val quede en segundo plano, como qued� el propio Foster, apenas tres a�os m�s tarde.













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Published on January 12, 2019 02:54

UN MUCHACHO Y SU WOOKIEE















Cuando en la navidad de 1977 nos asomamos por primera vez a aquella galaxia lejana, muy lejana, que con el tiempo acabar�amos por llamar con su nombre en ingl�s, Star Wars, y que lo quieras o no cambi� para siempre el mundo del cine y el entretenimiento de los medios de masas, el personaje que m�s nos llam� la atenci�n, adolescentes como a�n �ramos, fue el de aquel vaquero del espacio, fanfarr�n y c�nico, que iba acompa�ado por un mono gigante y pilotaba aquella nave en forma de croissant, Han Solo.





La pel�cula se convirti� en trilog�a, la trilog�a en hexalog�a, la hexalog�a en lo que quiera que vaya a convertirse ahora que Disney tira de las riendas y de nuestras carteras. Han Solo nos sedujo a�n m�s en El Imperio Contraataca, se volvi� un tanto infantiloide y tontorr�n en El Retorno del Jedi, y muchos a�os despu�s (ojo que va spoiler) se hizo viejito y se dej� matar por su hijo emo en El despertar de la Fuerza, con lo que el actor Harrison Ford se sali� finalmente con la suya (insisti� en que Han Solo muriera ya en El Retorno) y se libr� de los nuevos y extra�os derroteros que amenazan a la franquicia.





Tras el primer spin off de la serie principal, la irregular y un tanto parcheada Rogue One, le toca el turno al personaje. Y como no se pueden contar historias suyas hacia delante, se propone una vuelta a los or�genes, rellenando huecos que m�s o menos hab�an sido esbozados ya en las abundantes secuelas no-cinematogr�ficas del universo de George Lucas.





La pel�cula, Solo (rebautizada tontamente Han Solo en nuestro pa�s) no sorprende. Tampoco encandila, cierto es, pero no molesta. Recupera el sentido de la aventura intrascendente, donde todo va a tiro hecho, con tiros, persecuciones, explosiones y alg�n que otro chascarrillo (demasiado pocos, en opini�n de quien esto suscribe). Era un riesgo asumido por la productora, pero riesgo de pocos quilates. El principal, sustituir al ic�nico Harrison Ford por un ilustre semidesconocido de apellido impronunciable, parece haber sido saldado con creces, ya que el chaval no desmerece, es m�s guapo que Ford (y m�s bajito) y tampoco tiene un script que le provoque recitar a Shakespeare con cada l�nea de di�logo. Lo dem�s ya es rellenar con tapaporos: su infancia como pillastre callejero en el planeta Corellia, su deserci�n de la armada imperial, su encuentro con Chewbacca el wookie y las malas compa��as que lo llevar�n a frecuentar a contrabandistas y gentes de los bajos fondos de la galaxia, el encuentro con Lando Calrissian (que roba todas y cada una de las escenas en las que aparece) y, por supuesto, la inevitable historia de amor. No de Han hacia la kaleesi morena por la que bebe los vientos, sino, naturalmente, la historia de amor de Solo con su nave, El Halc�n Milenario.





Se agradece el tono decididamente ligero de la historia, aunque las bases del mundo o los mundos turbios sobre los que se asienta el poder del Imperio est�n ah�. Se agradece tambi�n, sobremanera, que en ning�n momento se mencione la Fuerza, ni los caballeros Jedi, ni los sables de luz ni la Rep�blica ca�da, quiz� porque en el submundo o los submundos gal�cticos tanto da quien gobierne.





Dirigida con tino pero sin estilismo �pico por Ron Howard, la pel�cula incide en el futuro gastado que propusiera George Lucas, tiene los suficientes gui�os a los fans para encandilarlos pero sin desviar la atenci�n de los lectores no versados (las l�neas de di�logo que se repiten como coda, la armadura mandaloriana como adorno en el sancta sanctorum del malo, el disfraz que muchos a�os m�s tarde usar� Lando Calrissian en el rescate in extremis de El Retorno, la aparici�n de ese personaje que ninguno se esperaba).





Cumple su funci�n de ampliar el escope de la m�s grande space opera que jam�s viera el cine, y al menos este espectador se queda con ganas de otros spinoffs de estos personajes carism�ticos que no se toman la vida demasiado en serio.





L�stima, por cierto, lo oscuro de la fotograf�a.




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Published on January 12, 2019 02:54

GOYA: LO SUBLIME TERRIBLE







Goya ha vuelto a la historieta.





En buena hora. Es un acto de justicia. Porque, ver�n ustedes, don Francisco de Goya y Lucientes, uno de los sordos geniales del siglo XIX (el otro, claro, es Beethoven), no solo dinamit� la pintura que le preced�a, rompi� los c�nones, impuso otros nuevos, se lanz� de cabeza a los estilos que luego le seguir�an todos cuanto vinieron, sino que en aquella famosa serie de seis �leos prefigur� lo que luego ser�a el c�mic: o sea, una historia contada en una sucesi�n de im�genes. Me refiero a La captura del bandido “Maragato” por fray Pedro de Valdivia, o c�mo un hecho anecd�tico popular en su momento (la resistencia y la victoria de un fraile al bandido que lo amenazaba, r�anse ustedes de Batman) preludia lo que luego otros han querido llamar arte secuencial. C�mo quiz�s a partir de esas seis divertidas vi�etas que en manos de otro habr�an sido meros esbozos a carb�n salt� Goya a convertirse en santo patr�n del s�ptimo arte hispano y premio de nuestra Academia Cinematogr�fica es algo que se me escapa un mucho. A menos, claro, que apliquemos la tradicional desidia de nuestra historieta y nuestros historietistas a la hora de darse a valer.





Goya es el gran rom�ntico espa�ol. Y en su vida, desordenada, ca�tica, entre pulsiones y ambiciones, encontramos el retrato y la cr�tica social, el espanto de la guerra, el repaso a las tradiciones, el coqueteo con el sexo y con la muerte, el horror ante el paso de los a�os, dioses y bucos, criaturas abominables que solo pueden acechar dentro de la mente de quien se afana con sus pinceles en buscar luz interior.





De eso trata este admirable libro (me resisto a llamarlo “novela gr�fica”, perdonen ustedes), GOYA, LO SUBLIME TERRIBLE que El Torres y Fran Gal�n ofrecen para el deslumbre de los lectores. Es ficci�n, s�. Pero tambi�n es historia. La vida de Goya ha sido objeto de premios Planeta, de pel�culas y series de televisi�n, tanto en Espa�a como fuera de nuestras fronteras. Su relaci�n con la independiente duquesa de Alba, su azarosa vida matrimonial, la enfermedad y el enfrentamiento continuo con la realidad que tal vez lo acercaron peligrosamente a la locura, la pulsi�n entre el hombre racionalista que el pintor es y la superstici�n de la que ninguno puede librarse son la base de esta narraci�n.





Nos encontramos con lo que es, en ocasiones, un tebeo de terror que escamotea siempre sumergirse de pleno en el terror. Nos encontramos tambi�n con un tebeo hist�rico donde el guionista, que ha estudiado la historia, no se entretiene en darnos lecciones de historia, dejando para el lector curioso la tarea de consultar (hoy, tan f�cil, a un solo clic) qui�nes son los personajes secundarios que asoman de manera tan brillante en estas vi�etas.





El Torres se reivindica una vez m�s como un guionista s�lido, con un magn�fico sentido dram�tico y una capacidad casi sobrenatural para los di�logos y el tono coloquial, lo suficientemente respetuoso con el que posiblemente se hablaba en la �poca y a la vez deliciosamente moderno. Fran Gal�n, por su parte, con su estilo claro y luminoso, se pone al servicio de la historia y ofrece toda una gama de matices en las expresiones de los personajes, comunicando a la perfecci�n sus estados de �nimo y des�nimo, rompiendo a placer las fronteras entre lo real y lo surreal, espectacular cuando tiene que serlo, �ntimo cuando toca. Descubrir, en el paso de la historia, c�mo la mirada de Goya (que es la mirada de los autores, la mirada del lector) va viendo casi de refil�n lo que luego ser�n sus cuadros es un a�adido que catapulta el enorme valor de este libro, que me atrevo desde ya a calificar como hist�rico para la historieta espa�ola.





Me queda, tras la lectura, la admiraci�n por sabidur�a de la puesta en escena. La reflexi�n, quiz� compartida por los artistas, de c�mo los monstruos de la raz�n son necesarios para crear obras de arte.





Porque crear es, antes que nada, un acto de exorcismo propio. Y aqu� El Torres y Fran Gal�n, con la figura del grand�simo Goya como veh�culo, hacen una bella par�bola del acto de la creaci�n, de la b�squeda de la paz interior, de ese momento de pausa en que el artista deja el pincel (o la pluma) y suspira feliz… un fugaz tiempo de paz hhasta que otra criatura de su imaginaci�n vuelva a roer las entra�as de su mente.





El sue�o de la raz�n produce monstruos, pero es sublime lo terrible.




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Published on January 12, 2019 02:54

THE PHANTOM: EL PRIMER SUPERH�ROE













Se ha dicho que The Phantom, conocido tradicionalmente entre nosotros como El Hombre Enmascarado desde las traducciones a partir de las ediciones italianas, es el primer superh�roe de los c�mics. Tiene, desde luego, todos los elementos que luego hemos asociado con los personajes de “ropa interior larga” (Stan Lee dixit): antifaz sin pupilas, capucha y uniforme ajustado al cuerpo musculado, m�s o menos doble personalidad, y la suposici�n de unos superpoderes y una inmortalidad que el lector sabe que son falsos pero que, en la ficci�n de la historia, funcionan como si en efecto el personaje fuera sobrehumano… aunque no lo sea.





The Phantom fue creado en 1936 por Lee Falk, y se cuenta que las dos primeras semanas de la strip, al igual que las primeras tiras de su otra creaci�n Mandrake the Magician, las dibuj� el propio Falk antes de entregar los pinceles a dibujantes m�s capacitados o m�s pacientes: Phil Davis en el caso de Mandrake y Ray Moore en el del Fantasma. La agencia de prensa King Features Syndicate cambi� el t�tulo original “The Gray Ghost”, sustituyendo el sustantivo fantasmal por otro similar de significado m�s corp�reo y prescindiendo del calificativo de color que luego, en las p�ginas dominicales de los peri�dicos norteamericanos, traicionar�a el gris oscuro que conservar�an las tiras diarias, ti�endo con ello el uniforme de nuestro Hombre Enmascarado de un improbable color malva (y que en Italia, Espa�a y otros pa�ses fue recoloreado de un no menos llamativo tono rojo).





La mitolog�a de la tira se hizo poco a poco, pero ya desde sus inicios se advierte un deseo de innovaci�n y experimentaci�n. Cierto, los c�mics de aventuras apenas exist�an como tales desde hac�a siete a�os (si contamos como inicio de los mismos la publicaci�n de Tarzan of the Apes y Buck Rogers en 1929), pero Lee Falk acerca a la tira a los pulps de aventuras y, fruto de su formaci�n teatral, concibe una gradaci�n dram�tica llena de irrupciones sorpresivas y momentos de tensi�n gran gui�olesca en forma de cliffhanger continuado, tanto cuando el Fantasma acosa a sus enemigos como cuando, a pesar de que crean que es inmortal, estos se empe�en en darle muerte de mil maneras posibles.





La visi�n del mundo de los a�os treinta es lo que hace que las primeras aventuras del Fantasma sean tan adorablemente ex�ticas: liberadas mujeres aviadoras que adem�s son piratas, bandas de ladrones de toda etnia y ralea, tribus can�bales, enclaves remotos y tripulaciones de maleantes que incluso desde las p�ginas huelen a sudor y a �xido. La serie, curiosamente, retrasa esc�nicamente la aparici�n de su protagonista hasta la cuarta tira (Milton Caniff no invent� nada nuevo cuando hizo lo propio con Steve Canyon, dijera lo que dijese Umberto Eco) y se centra en Diana Palmer, tan distinta ya entonces a las dem�s novias del h�roe de los tebeos: exploradora, piloto, boxeadora aficionada, nadadora ol�mpica, chica adinerada capaz de valerse por s� misma y, ay, objetivo de g�nsteres, traficantes de opio, mercaderes de esclavos y cazadores de fortunas. La presencia del Fantasma es, en los primeros momentos, exactamente la de una sombra justiciera que aparece, golpea, hace comentarios c�usticos y desaparece. Examinar las primeras p�ginas hoy, tantas d�cadas m�s tarde, hace que los lectores resabiados seamos capaces de ver el truco: el Fantasma no tiene doble personalidad, protege a Diana y se enfrenta a los malvados, y la historia, al centrarse en la chica y sus problemas (lo que hoy se define como “point of view”), no tiene virtualmente tiempo que dedicar al Hombre Enmascarado. Pero, como dec�a, una atenta lectura y la experiencia de los muchos enmascarados que vendr�an despu�s nos hace comprender que uno de los pretendientes de Diana, el rico y algo almibarado Jimmy Wells es la doble personalidad oculta, al estilo de la Pimpinela Escarlata, el Zorro y lo que despu�s ser�a Superman, de nuestro h�roe.





Y entonces Jimmy Wells hace un comentario un tanto ambiguo y sale de la tira, los vericuetos de la aventura llevan al Fantasma lejos de Am�rica y lo hacen llegar al remoto pa�s de Bangalla (as� se llama originariamente, una nomenclatura que cambiar�a con el paso de las d�cadas, como cambiar�a su ubicaci�n geogr�fica, ni en La India ni en �frica, sino todo lo contrario, y que nosotros respetaremos en esta edici�n, puesto que “Bengala” s� existe y no es la jungla del Fantasma), donde el guionista sigue dej�ndose llevar, tiene la inspiraci�n genial de contar la historia de los pigmeos Bandar, el Juramento de la Calavera y la transformaci�n de su h�roe enmascarado en un Fantasma generacional. Jimmy qued� olvidado para casi siempre jam�s , y el Hombre Enmascarado, a partir de entonces, ser�a un h�roe sin nombre que a veces utilizar�a el nombre de “se�or Walker” (por el duende que camina) y que luego ya aceptar�a el nombre de Kit Walker con el que lo conocer�an las generaciones m�s cercanas.





Lee Falk supo siempre darle el tono adecuado a su personaje, ajeno quiz� a los matices imperialistas que los lectores de otros rincones del mundo ver�an en un blanco justiciero (�descendiente de nobles ingleses para m�s se�as!) en una jungla llena de peligros y salvajes de aviesas intenciones. Pero la aventura nubla cualquier pega que, desde el hoy, pudi�ramos hacer a ese signo de sus tiempos. Con los dibujos nerviosos de Ray Moore The Phantom se convierte en la serie de aventuras por antonomasia de la historieta de los peri�dicos del per�odo cl�sico, que es lo mismo que decir la historieta de todo el mundo. La m�tica y la po�tica del enmascarado sometido a un juramento familiar lo acercan una y mil veces a la muerte de la que no sobrevivir� como persona, aunque s� como leyenda: nuestro Fantasma es el Fantasma n�mero 21 en una larga tradici�n de Fantasmas, lo que acrecienta el morbo de su situaci�n, y la �nica pega que desde el siglo XXI pudiera hac�rsele a este hallazgo tan trabajado de la leyenda es que hoy sigamos leyendo las aventuras del mismo Fantasma y no las de su hijo o su nieto: en el mundo del c�mic, tambi�n lo sabemos y aceptamos, el tiempo transcurre de otra forma.





Ray Moore volvi� tocado de la Segunda Guerra Mundial. Hasta hace muy poco no se ha sabido que una herida de metralla en el rostro, inoperable, le causaba enormes dolores que le impidieron desarrollar su trabajo y lo condujeron a una espiral de analg�sicos y alcohol. Lo sustituy� el eficaz, discreto y encantador Wilson McCoy, un artista que, al estilo de Jack Kirby, supo sacar oro de sus limitaciones est�ticas: lo que se perdi� en glamour y en misterio se gan� en econom�a del sentido narrativo y, con el paso de los a�os, conociendo Lee Falk las limitaciones de su compa�ero de trabajo, la serie se reconvirti� en un amable melodrama donde la aventura fue pasando poco a poco a segundo plano y prim� el humor suave, la situaci�n absurda, los nativos de labios muy grandes y ambiciones a�n mayores, los gigantes de buen coraz�n o mand�bulas de cristal, las ricas herederas despistadas en la selva, los malvados esperp�nticos y, siempre, las tramoyas y los juegos esc�nicos a los que el Fantasma recurre de continuo para sembrar el miedo entre las tribus d�scolas y los hampones blancos: no fue Batman el primero en comprender que el miedo es una de las armas m�s poderosas del superh�roe.





Wilson McCoy falleci� en julio de 1961, pero su personaje le sobrevivir�a y, gracias a la labor del nuevo dibujante, Seymour “Sy” Barry, hermano de Dan Barry, el exitoso dibujante que ya hab�a recuperado a Flash Gordon para los tiempos modernos, encontrar�a nuevos caminos de gloria. Un cuarto de siglo hab�a pasado desde la primera aparici�n del Hombre Enmascarado en los peri�dicos, y la concepci�n del medio y, sobre todo, el mapa pol�tico mundial hab�an dado un vuelco. Los a�os sesenta cimentar�an el resurgir de los superhombres en los comic books, por lo que no extra�a que el nuevo dibujante, ya pr�cticamente desde la segunda aventura (la primera que firma) dirija la tira a un estilo m�s realista que sus predecesores, en sinton�a con lo que se estaba haciendo en las publicaciones mensuales a todo color y que cubrir�a todo el resto de la d�cada.





M�s importante, sin embargo, es la consciencia de los autores de que las cosas hab�an cambiado en el mundo, y que la d�cada que comenzaba iba a ser la �poca de �frica. El paternalismo colonialista del Fantasma, siempre suave y en segundo plano, pero existente de todas maneras, abraza la modernidad. Atr�s quedan los s�trapas �rabes, los salvajes incultos, la fantas�a sheredaziana con alg�n toque de Busby Berkeley. Diana Palmer deja de ser la ociosa chica de clase media en que se convirti� (junto a su madre y su t�o Dave, tan precursores ambos de T�a May Parker y el capit�n Stacy de The Amazing Spider-Man; Stan Lee siempre supo hacer sus deberes), para alistarse nada menos que como enfermera y prestar servicio en un equipo m�dico de la ONU, en clara alusi�n a los Cuerpos de Paz que impulsar�a John F. Kennedy. Ya con la primera historia (titulada luego “El mercado de esclavos de Mucar”) se da una especie de simb�lico carpetazo al pasado, se acepta el mundo moderno desde la primera vi�eta y se acepta la contradicci�n inherente de la serie, que abarca por igual el pret�rito inaprehensible y una aventura colonial que estaba dando sus �ltimas bocanadas. La misma Patrulla de la Jungla, de reciente aparici�n en la tira, sustituir� pronto al coronel Weeks por un nuevo coronel de color, Morobu, y la independencia y la democracia llegar�a a Bangalla (ahora Bengali) en forma de presidente negro casi siempre vestido de gala, el doctor Lamanda Luaga, que se adelantar�a muchos a�os a Nelson Mandela y al propio Barack Obama.





La mitolog�a del personaje, a pesar de su longevidad, demostrar�a a partir de 1961 no estar a�n agotada, y Lee Falk, a ra�z de este nuevo “back to the basics” o esta nueva “ultimatizaci�n” de su personaje , a�adiendo elementos como el segundo s�mbolo del Fantasma (la cu�druple “P” que indica protecci�n y que lleva en un anillo en la mano izquierda, m�s cercana al coraz�n, mientras que la marca de la calavera de la mano derecha expresa lo contrario), los archivos de la cueva de sus antepasados, la playa dorada de Keela Wee, la mesa del Fantasma en Estados Unidos, y con el tiempo la inclusi�n del adolescente Rex que funcionar�a como el hijo que a�n no hab�a tenido, la boda con Diana Palmer tan largamente retrasada (y a la que, en raro crossover, asistir�an Mandrake y Lothar), el nacimiento de sus gemelos y, caso inaudito, incluso mostrar el verdadero rostro del personaje, sin su antifaz.





Suenen los tam-tam de la selva profunda. El duende que camina, el esp�ritu que anda regresa.

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Published on January 12, 2019 02:54

Rafael Marín Trechera's Blog

Rafael Marín Trechera
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