Rafael Marín Trechera's Blog, page 4

May 26, 2017

DON JUAN EN LA TABERNA DEL LAUREL (fragmento)

—�C�mo has dado conmigo, amigo m�o?


—No ser�a el buen esp�a que fui si no hubiera hecho indagaciones. Hace un par de a�os que supe que estabas vivo y d�nde, aunque no esperaba que estuvieras aqu� todav�a.


—�C�mo sobreviviste a Argel?


—Sobreviviendo. Penando mucho y aguantando m�s. Fueron tantos a�os que he perdido la cuenta de la edad que tengo.


—�Te la digo?


—Mejor no, as� puedo seguir enga��ndome un poco m�s. �Lograste embarcar en la desbandada?


—No. Me capturaron. Fui esclavo medio a�o, pero los mercedarios pagaron mi rescate. Pude reengancharme y volver a Europa.


—Para perder esa pierna.


—Podr�a haber perdido mucho m�s. No tenemos, me parece, derecho a quejarnos.


—Es posible. Pero con ese aspecto de pirata, yo no me habr�a quedado a servir en una hoster�a.


—Ya sabes lo poco que me gusta el mar.


—�Y la muchacha?


—La conoc� cuando yo era esclavo y ella una ni�a. Me acompa�� cuando me rescataron y me esper� hasta que volv� cojo y cansado. Los mismos monjes que compraron mi libertad se encargaron de convertirla.


—Una cosa por la otra.


—Una vez m�s, no me quejo.


—�Te da el negocio para vivir?


—Siempre se vender� vino y siempre se comer� pan. Sevilla es mucho m�s, hoy, que un lugar de paso hacia el Nuevo Mundo. Hay tanto dinero circulando que hasta los mendigos son m�s ricos que los antiguos soldados de los Tercios. Lo s� porque muchos vienen por aqu�, atra�dos por el nombre y la leyenda. Unos se avisan a otros y no hay noche que no tenga en marcha una partida de naipes o una de dados.


—�Pagan?


Centellas se encogi� de hombros.


—Los que pueden. Los soldados ya hemos hecho suficientes sacrificios. Menos t�, Don Juan. Se cuentan tantas historias sobre tus haza�as que no sab�a si estabas vivo o si te hab�as convertido ya en una leyenda.


—Pongamos que todo es cierto a la mitad. No he estado en todos los sitios donde dicen que he estado.


—Pero s� volviste a los Tercios.


—Por ver si el tiempo volv�a atr�s, s�.


—Y no volvi�.


—No, no volvi�. Corri� a�n m�s r�pido. Tanto, que cuando me di cuenta hab�a un rey nuevo y enemigos distintos. Supe entonces que ten�a que dejar de tomar cotas y esquivar ca�onazos.


—Pero no mujeres.


—Las mujeres son una guerra distinta que no mata. Al menos, de momento. Te he tra�do un regalo.


Ech� mano al zurr�n y saqu� el bulto envuelto en papel encerado. Con curiosidad, Centellas solt� el lacre y las cuerdas que lo sujetaban. La morita, F�tima, hab�a acudido a sentarse a su vera. Al abrir el paquete, Centellas no pudo contener un sollozo.


—Manchado de sangre tuya y m�a —le dije mientras el antiguo capit�n apretaba el estandarte ra�do y desgarrado, pespunteado mil veces, de la Compa��a del Laurel contra su pecho—. De la sangre de quienes lucharon con nosotros y de quienes pelearon luego. Sangre de h�roes muertos.


—Oh, capit�n —dijo Centellas, con un hilo de voz, mientras las l�grimas llenaban r�os en los surcos de su rostro—. Ahora s� que esta hoster�a podr� llamarse del Laurel, como en el tabl�n se anuncia. No s� c�mo agradec�rtelo.


—Sirve m�s vino. De la segunda barrica. Y haz correr la voz de que en Sevilla est� Don Juan Tenorio y tiene hambre de juegos de naipes y dados. De las mujeres no te preocupes: yo me encargo.

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Published on May 26, 2017 02:47

May 23, 2017

DON JUAN SE BATE EN DUELO (fragmento)

Cruzamos los aceros. Dos, tres veces. En el silencio del claustro, era como si Pav�a se repitiera all� dentro. Los estudiantes y cl�rigos, espantados, ve�an c�mo dos hombres luchaban a muerte. Hab�a fuego en mis ojos, burla en los de St. Croix. Me hab�a vencido en mi terreno, o eso pensaba. Y, en todo caso, hab�a destrozado mi reputaci�n de burlador. No comprend�a. Quiz� no lo hab�a comprendido nunca. No captaba los matices de la seducci�n. Enga�o, s�; pero entrega. Estafa, tambi�n; pero regalo. El burlador es el cerrajero que abre la caja de caudales sin que se noten las marcas de sus dedos en el metal, el saltabancos que te birla la faltriquera mientras est� haciendo un juego de manos que te arranca una sonrisa. Un seductor no recurre a la violencia. No la necesita. Es lo que diferencia a un caballero de un pat�n. Una caricia no puede convertirse en golpe. No en mi caso. No en mi nombre.


St. Croix respond�a a mis estocadas con movimientos precisos, sin temerme, sin perder la cabeza ni asustarse. Pero sonre�a. Una mueca de burla donde asomaban los dientes del diablo. Jam�s hab�a entendido. Jam�s hab�a aprendido de m�, m�s que el momento de morder mi mano. La calma con la que combat�a, la serenidad con la que hab�a respondido a mi acusaci�n, sin negarla en ning�n momento, aceptando con descaro su pecado, me indic� que posiblemente su forcejeo con Mademoiselle no hab�a sido la primera vez. De m� depend�a que fuera la �ltima.


Nunca hab�a usado con �l la estocada a la frente. Ese era mi secreto mejor guardado. Supe entonces que hab�a hecho bien, pero no quise emplearla para eliminar a la alima�a que sonre�a ante mi enojo, pues sab�a que si se libraba de m� en este duelo sin padrinos su padre y su t�tulo siempre lo pondr�an a salvo: de mi muerte y de la deshonra que a m� me hab�a achacado.


No le di m�s cuartel. Lanc� una estocada hacia su cara, �l retrocedi� medio paso y cay� en la trampa. Mi espada se clav� en su muslo. Avanc� un paso y la gir�, abriendo la herida en canal. Le sujet� la mano armada, la retorc�, lo obligu� a soltar la espada mientras mi arma destrozaba los m�sculos de la pierna. Desenvain� la vizca�na, aunque para ello tuve que dejar la espada clavada en su muslo. La hund� en su bragueta, hasta la empu�adura.


La punta sali� por debajo del ombligo. Sujeto a mis dos armas como una mariposa al alfiler, St. Croix boque� algo, herido de muerte, pero incapaz de comprender que hay errores que no tienen soluci�n. Arranqu� la vizca�na de sus partes, la alc� hasta su coraz�n, se la clav� en la boca.


—De nada te sirvi� la lengua —le escup�, la cara pegada a su cara—. Y la lengua en la seducci�n es la llave que lo abre todo.


Gargaje�, escupiendo dientes. La mand�bula se le quebr� cuando insist� en la pu�alada, subiendo el golpe hacia su paladar, bajo sus ojos. Cuando retir� la mano, St. Croix solt� un bramido y se desplom� como un saco.


Recog� la espada de su muslo destruido. Me di media vuelta. Una docena de guardias me apuntaba con sus ballestas. Nunca podr�a abrirme paso entre ellos.


—No era eso —sentenci� una vez m�s. Dej� caer la espada al suelo y me entregu� a su justicia. Si no es bueno que un padre vea morir a sus hijos, tampoco es agradable para un maestro ver morir a sus alumnos. Y mucho menos por su mano. Pero yo nunca hab�a querido ser maestro de nadie.




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Published on May 23, 2017 03:08

May 20, 2017

DON JUAN EN EL SACO DE ROMA (FRAGMENTO)

El furor de la batalla agranda el coraz�n y empeque�ece la vista. Incapaz de quedarse cruzado de brazos mientras los cuerpos de ej�rcito atacaban y se retiraban, siempre frescos, hurgando las murallas como olas contra un rompiente, Borb�n vio c�mo los arcabuceros hac�an retroceder a sus hombres. Corri� hacia la muralla, ordenando que replicaran al fuego. Tampoco los espa�oles ve�an d�nde apuntar entre la niebla o la polvareda de las armas. Lucantonio Tomasino, desde la muralla, nos regaba de plomo y muerte. Borb�n sigui� adelante, ordenando, insistiendo. Del caballo, directamente, se agarr� a una escala. Y entonces la sobrevesta blanca se ti�� de rojo y el Condestable se vino al suelo rociando de sangre a cuantos est�bamos cerca.


Un disparo de arcabuz le hab�a alcanzado en la ingle. La sangre brotaba como un surtidor de lava incandescente. Entre el metal y la carne, al ver aquel terrible estropicio, todos supimos que estaba herido de muerte.


—�A Roma! —grit�, con las fuerzas que le quedaban—. �A Roma!


Lo levantaron en volandas entre cinco hombres. Lo mir� a los ojos. Supe que sab�a que no iba a superar esta �ltima herida.


—�A Roma, Don Juan! —murmur�, expulsando por la boca la sangre que ya no ten�a fuerzas para escapar por su herida—. �Que nadie sepa que he ca�do! �No todav�a!


Mont� a caballo mientras �l agonizaba. M�s tarde me enter� de que aquellos adivinos a los que tan aficionado era le hab�an profetizado, mucho tiempo antes, que morir�a en el asalto de una gran ciudad. Justo es decirlo, por si alguien quiere creer en esas casualidades. No muere ahogado el campesino, sino el marinero. Don Carlos de Borb�n sab�a que tarde o temprano, en esta ciudad del Papa como en cualquier otra, se cortar�a su camino. Es f�cil predecir la muerte cuando de ella has hecho el oficio de tu vida.


Entre disparos y explosiones, corr� en busca de un grupo de soldados al que poder sumarme o que quisieran seguirme. Por el sur ven�a Coloma con ocho mil infantes. Los lansquenetes asediaban la puerta Settimania, los espa�oles la puerta del Santo Spirito. Repelidas las tropas de Luis Gonzaga desde el Jan�culo, a mediod�a las fuerzas se reorganizaron para atacar de nuevo.


La niebla, en lugar de dispersarse, se hab�a hecho m�s intensa. Los arcabuceros disparaban a ciegas, contra todo lo que sonara amenazante. Era tan dif�cil distinguir amigo de enemigo que s�lo por los idiomas se guiaban los brazos que regalaban muerte. Un grupo de hombres intent� rebasar una muralla. Al punto los repelieron con pez hirviente, pero una explosi�n desbarat� la defensa: el fuego de los ca�ones que llegaba desde Sant’Angelo y que no distingu�a entre romanos e imperiales.


Reptamos como hormigas sobre las fortificaciones. Tantos ca�an como rebasaban las murallas. Los defensores se multiplicaban, como si el Papa efectuara con ellos el milagro de los panes y los peces. Pero no pod�an estar en todas partes a la vez, y los atacantes s�lo ten�amos que retirarnos de un lienzo de muralla para dejar que soldados de refresco hurgaran en la herida que �bamos abriendo en la piedra. La noticia de la muerte de Borb�n no hab�a alcanzado al grueso de ninguno de los ej�rcitos todav�a: de haberse sabido, qui�n sabe cu�l habr�a sido el resultado del asedio. Confiados en que a�n ten�an un l�der, los imperiales arremetieron con sa�a. Temerosos de la venganza de ese l�der, los defensores se resist�an con el af�n de ganar tiempo.


Segu� a un grupo de soldados despu�s de darles indicaciones y guiarme a tientas por la muralla. Los disparos se hab�an perdido en la distancia, pero la excitaci�n del momento no menguaba seg�n pasaban los minutos, sino que se acrecentaba. Pese a la fr�a niebla, sudaba por dentro. Ten�a los nudillos blancos de empu�ar cada vez con m�s fuerza la espada. Yo sab�a de matar hombres, pero era la primera vez que lo hac�a en batalla. Era una emoci�n nueva para m�, que viv�a de buscar novedades. Un nerviosismo casi adolescente, como el primer beso robado o la caricia al primer pecho: porque entre la muerte a tu alrededor te sab�as vivo, y gozabas cada segundo, de cada mota de aire que llegaba a tus pulmones, de cada latido que se agolpaba contra tus entra�as. Era un baile, como el amor lo es. Pero en el amor gozas y no se te la vida en un segundo. Aqu� el goce era vivir la vida un segundo m�s, el reloj de tu cuerpo al l�mite. Esa es la paradoja del soldado: esquivar la muerte poniendo la vida en juego, como el que en los naipes sabe que perder� la mano, pero insiste en doblar la apuesta.


Atacamos por las puertas del Torrione, llegamos a la del Santo Spirito. Tras el huerto del cardenal Ermellino encontramos la casa que yo recordaba. Entre la muralla, sola, sin defensa. Nos colamos por una portezuela sin que nos detuviera nadie. Avanzamos, los arcabuces cargados. Todav�a, nadie.


Y de pronto un enjambre de soldados pontificios nos sali� al paso entre la puerta del Torrione y el port�n de Lungara. Hubo intercambio de disparos. Los romanos nos superaban ampliamente en n�mero. En aquel pasadizo iba a quedar sellado nuestro destino. Hubo alg�n enfrentamiento cuerpo a cuerpo, ese momento de duda en que la guerra se convierte en trifulca. Mi espada hurg� en dos cuerpos. Y entonces, desde detr�s de las filas enemigas, lleg� un grito.


—�Los enemigos est�n dentro! �S�lvese quien pueda en lugares fuertes y seguros!


Fue quiz� el grito cobarde que decidi� la batalla, el que cubri� de oprobio a Renzo da Ceri, que no quiso ser h�roe en ese d�a y vivi� en la verg�enza durante nueve a�os hasta que la muerte tuvo piedad de �l y se lo llev� haci�ndolo caer de un caballo. Nosotros apenas �ramos doscientos, ellos nos cuadruplicaban en n�mero. Pero les pudo el miedo. Retrocedieron, despavoridos, mientras los arcabuceros imperiales disparaban contra sus espaldas. El terror se extendi� como la p�lvora y los defensores abandonaron las murallas, dejando a nuestra suerte la primera defensa de la ciudad.


El brazo me dol�a de trinchar hombres. Ni siquiera advert� que ten�a dos o tres cortes yo mismo. Me llev� la mano a la boca, pero detuve el gesto cuando vi mis dedos embadurnados de rojo. Todo qued� tranquilo durante un minuto que pareci� una eternidad. Respir� hondo. Aquella voz de alarma hab�a intranquilizado a sus hombres para llenar de valor a los nuestros.


Est�bamos dentro de Roma, en efecto. Las calles iban a convertirse en r�os de sangre.







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Published on May 20, 2017 03:03

May 17, 2017

May 11, 2017

DON JUAN, pronto a la venta







Don Juan





Autor: Rafael Mar�n





Novela hist�rica. Carton� 14�22. 976 p�ginas. 29,90 ¤.





ISBN: 978-84-16961-86-3











DON JUAN TENORIO HA VUELTO.





Don Juan, el saqueador de Roma.





El que burlaba mujeres y espantaba a los curas.





El que se abri� paso hasta Viena y mand� al Sult�n la cabeza de Mikhal Oglu como regalo.





El que mataba a los franceses por ternas de hermanos y escap� de la prisi�n de la Conciergerie en Par�s y de i Piombi en Venecia.





El que hac�a so�ar a las mozas y a�orar a las damas ya vencidas lo que nunca volver�an a paladear gracias a sus caricias.





El que sedujo a cien hur�es y prendi� fuego a la flota de Barbarroja en la misma Constantinopla.





El que conoc�a el secreto de una estocada invencible y ten�a la suerte del diablo en las cartas y en los dados, porque ni ganar ni perder le importaban, sino seguir jugando hasta que desesperara el alba y los gallos ronquearan.





El capit�n de la Compa��a que solo conoc�a haza�as y victorias.





Don Juan, el hombre que era mito.





El mito que fue leyenda.











RAFAEL MAR�N (C�diz, 1959) es profesor, escritor, traductor, guionista y te�rico de historieta. Ha publicado m�s de treinta libros en diversos g�neros: L�grimas de luz y Mundo de dioses en la ciencia ficci�n; La leyenda del Navegante y La ciudad enmascarada en el fant�stico; Detective sin licencia, Lona de tinieblas, Elemental querido Chaplin en el policial; El anillo en el agua y El ni�o de Samarcanda en la memoria biogr�fica; Las campanas de Almanzor y Juglar en la novela hist�rica. Entre sus libros de ensayo destacan Hal Foster: una �pica postrom�ntica; W de Watchmen y Marvel: Cr�nica de una �poca. Es autor de antolog�as como Unicornios sin cabeza, El centauro de piedra, Piel de Fantasma o Son de piedra y otros relatos. Mar�n cultiva un estilo l�rico y preciosista donde cada palabra evoca luces, m�sicas y aromas. Don Juan es su mejor exponente.










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Published on May 11, 2017 02:55

March 27, 2017

YO, EL JURADO (DEL COAC)

Un entrenador de f�tbol (o un guionista de Hollywood, seg�n dice William Goldman) sabe que tarde o temprano va a salir despedido por la puerta. Un vocal del jurado del COAC sabe, igualmente, que sea cual sea la decisi�n final s�lo saldr�n satisfechos los grupos ganadores, y que habr� mosqueos, insinuaciones, acusaciones y hasta quiz� cosas peores por parte de uno o muchos de los que no ganen. Y es que, como en la pel�cula Los Inmortales, s�lo puede quedar uno. Es la larga tradici�n del concurso. Ley de vida.





Lo cual no quiere decir, claro, que uno no se enfrente al trabajo (pues trabajo es, aunque no est� remunerado) con la ilusi�n de cumplir con su deber, que no es moco de pavo. Ni que, sabiendo la que le espera, no asuma el hecho y haga lo que tiene que hacer de la �nica manera en que puede hacerlo: bien. Eso, precisamente, que el aficionado a la fiesta por antonomasia de C�diz no sabe... y, seg�n parece, tampoco alguno de los que se someten al escrutinio de cinco personas en el concurso: cumplir las normas que las propias gentes del carnaval han aceptado y redactado. Y es que, como el coronel aquel que interpret� el gran Jack Nicholson en Algunos hombres buenos, ellos nos han puesto en ese muro. Nos necesitan en ese muro.





Juan Jos� T�llez, elegido presidente del jurado (sin voto pero con voz, sensata siempre, libre siempre, tranquila siempre, admirable siempre) fue capaz de reunir un grupo de hombres y mujeres, once en total, con larga experiencia y trayectoria dentro del carnaval: en el concurso y en la calle y en la prensa. Antifaces de oro, gente que ha hecho el carnaval con la risa como �nica arma, gente que ha estado al pie del ca��n durante d�cadas, gente que ha revolucionado el carnaval desde dentro y desde fuera una y varias veces. De los diez con voz y voto, yo era el advenedizo: no soy experto en carnaval. Soy aficionado a nivel usuario: no conozco en profundidad los nombres y apodos de los concursantes, no me s� sus pedigr�s, apenas tengo la experiencia de muchos a�os de escuchar por la radio, de seguir por la tele, de haberme re�do en la calle, de haberme incluso atrevido a salir tres veces, tiempo ha, en chirigotas callejeras, o de haber escrito varias novelas en gaditano y centrado otra m�s en el carnaval de C�diz, eso que se lleva tanto ahora. Comparado con aquellos monstruos, yo no era nadie. Y, sin embargo, puede que fuera en parte el vocal (el jurado, que decimos) ideal, porque no tengo lazos con ning�n participante, no se me pod�a acusar de favoritismos, ni de amiguismos. Yo estaba all�, se me antoj� siempre, un poco como alter ego de Juanjo T�llez.





Si alguien cre�a, o cree todav�a, que el jurado es un ente mal�volo empe�ado en fastidiar a unos y beneficiar a otros por mor de antiguas rencillas o ajustes de cuentas, se equivoca: est� creyendo en leyendas urbanas que no existen (la otra gran leyenda urbana, que no viene a cuento y de la que no hablar�, son los pantagru�licos men�s: cr�anme, es mentira). Desde el minuto cero, desde las g�lidas reuniones previas (y digo g�lidas porque fueron esos d�as de fr�o polar) comprend� el acierto de Juanjo T�llez al elegirlos. “Tenemos que ser completamente honestos y transparentes en esto”, dijo uno de ellos. “Nos jugamos nuestro prestigio, porque el a�o que viene podemos volver a ser concursantes nosotros mismos”, dijo otro.





Y lo fueron, doy fe, en todo momento. Lo fuimos, sigo dando fe, en todo momento. Y me siento enormemente orgulloso de haber compartido carpetas, l�pices, pan y queso y mucha cocacola y mucho caf�, muchos apuros, muchas preocupaciones con todos ellos. Los admir� desde el primer momento, he llegado a quererlos y s� que alguno es ya mi amigo (o mi amiga) de por vida. Se forman lazos fuertes all� arriba, all� dentro. Se aprende como no se aprende en otro sitio. Pesa la responsabilidad. He aprendido a ver el carnaval, el concurso, la vida vista desde el carnaval desde otra perspectiva. Y eso gano, y eso me llevo. Creo que esos nos llevamos todos.





Treinta y una noches all� dentro se dice pronto. Y perm�tanme ustedes que les cuente c�mo funciona esto de ser jurado, que parece que la gente imagina a un grupo de supervillanos reunidos en torno a una mesa y con un gato blanco en el regazo haciendo planes para dominar la galaxia. No hay mayor misterio: cinco personas son las encargadas de juzgar cada modalidad. Somos, por tanto, diez vocales. M�s el presidente y el insustituible secretario del jurado, junto con el vocal de palco, que no participan en las votaciones. Trece hombres y mujeres con buena voluntad y mucho sentido de la responsabilidad.





Se trata de velar por las normas del concurso, eso que ahora se llaman “las bases” y que todo el mundo sigue llamando “el reglamento”. Un mont�n de disposiciones que ni la Constituci�n de 1978. S�lo que, al contrario que la Constituci�n de 1978, hemos tenido que estudiarlas de cabo a rabo.





Creo que no exagero si digo que las bases son enormemente l�gicas. Est�n redactadas (y creo que corregidas) una y otra vez, siguiendo un proceso de prueba y error a lo largo de los a�os que, quiz� porque hay cosas que cambian de un concurso para otro, pueden llevar a confusi�n. Desde casi el principio, mientras le�amos y analiz�bamos como si estuvi�ramos preparando unas oposiciones, nos qued� claro una cosa: las bases est�n hechas para atar muy en corto al jurado. Para evitar salidas de tono, injusticias o como ustedes quieran llamarlo: para que, como la mujer del C�sar, parezcamos honrados adem�s de serlo. Son l�gicas, lo que no quieren decir que sean siempre justas. Ni que no haya casos que las bases no contemplen y que sean los que luego causen conflicto.





En la rueda de prensa posterior al concurso, como hab�a prometido y a la que se hab�a comprometido por primera vez en la historia del COAC, Juan Jos� T�llez cont� las dificultades que hemos tenido, se�alando alg�n contrasentido y algunas propuestas de mejora que, posiblemente, caer�n en saco roto. Pero les cuento aqu� c�mo funciona todo esto.





Se votan, en cada modalidad, la presentaci�n, los pasodobles, cupl�s, tangos, estribillos, popurr� y tipo. Cada uno de esos tipos de coplas lleva una puntuaci�n (sobre un total de 100 puntos), donde cada copla de la modalidad punt�a m�s que las que no lo son (para entendernos, punt�a m�s el pasodoble en comparsa que en chirigota, m�s el cupl� en chirigota que en comparsa). S�lo eso. Nada m�s. No est� recogido que se vote la afinaci�n, la m�sica, la riqueza de la letra. S�lo puntos puros y duros. Para intentar evitar que una agrupaci�n “se escape” desde el primer pase, voluntariamente se decide “capar” el porcentaje: hemos decidido empezar, como otros jurados antes que nosotros, por el 80 % de los 100 puntos y luego ir aumentando. Parece, de entrada, buena idea. Pero tampoco funciona.





El problema, claro, es que el jurado vota a ciegas durante todo el primer pase, las preliminares. Llegas, escuchas sin tener una referencia de lo que puede venir luego, anotas tus puntos en una cartulina, se eliminan (con muy buen criterio) la puntuaci�n m�s alta y la m�s baja de las cinco, se introducen los votos en el ordenador, se guardan las cartulinas en un sobre que se lacra con la firma del secretario y el presidente, y se lleva al notario (o se las lleva el notario cuando est� presente) que da fe de todo ello y lo archiva y queda fuera del alcance de todo el mundo, como tiene que ser. Se vota en el breve espacio de tiempo que media entre el final de la actuaci�n que acabas de valorar y el final de la que viene luego (que suele ser de otra modalidad): treinta minutos. Y ya no se puede hacer nada m�s. No se puede alterar la votaci�n. No se pueden hacer trampas. Nunca. Al final de cada eliminatoria se suma y se quedan en la cuneta los que no tienen los puntos m�nimos establecidos (sean quienes sean y vengan de donde vengan). Y, si hubiera empate, que no lo hubo, se remite al tambi�n muy l�gico sistema (o sistemas) de desempate establecidos en las normas (o sea, ya saben, en el reglamento).





No hay m�s. Y esto, que deber�an saberlo los participantes y el p�blico en general, es lo que impide tejemanejes. Es lo que evita, en teor�a, que se proyecte la sombra de duda alguna sobre la labor del jurado. Que no se consiga disipar esa duda recelosa y malintencionada quiz� tiene que ver con la idiosincrasia t�pica del gaditano, del carnavalero, o del concurso mismo. El COAC parece ser el �nico concurso del mundo donde el sospechoso no es quien es juzgado, sino el que juzga. El �nico concurso del mundo donde se vota sobre la marcha y no existe posibilidad de recular y valorar de nuevo lo ya votado. El �nico concurso del mundo donde el jurado se somete durante semanas al juicio del aficionado, el fan irredento, y las iras y exabruptos de quienes no han quedado satisfechos con su lugar en la clasificaci�n.





Porque, adem�s, hay un problema grave de percepci�n entre lo que se vive dentro del Falla y lo que se ve por televisi�n. El aficionado no tiene la obligaci�n de votar cada copla: una agrupaci�n le gusta o no le gusta, es del Barcelona o del Madrid: su gusto es un gusto en bruto, pasional, no medido ni razonado. El jurado tiene que escucharlo todo y votarlo todo, tiene que intentar ser ecu�nime. Y llegar, por medio de las matem�ticas, a un consenso. Porque los votos se suman. Y quien m�s suma, pasa, se clasifica, o gana.





El aficionado (y a veces da la impresi�n de que tambi�n el concursante) parece que cree que el COAC es una especie de Champions League. Y no lo es: es m�s bien un trofeo Pichichi. El gran h�ndicap (corregido algunos a�os y eliminado luego por quienes redactan las mismas bases) es que las puntuaciones se arrastran. Es un concurso de regularidad, como dicen quienes defienden el sistema. Por eso, la gran final es ilusoria. Una agrupaci�n puede hacer un pase magistral en la final y no ganar, porque ya parte en desventaja y los puntos de esa noche se sumar�n a los ya obtenidos antes. De ah� vienen luego las acusaciones de cajonazo y todas las sandeces que ustedes quieran. Pero las matem�ticas no mienten ni pueden manipularse. S�lo pueden pasar cuatro grupos por modalidad a la Gran Final: el resto tiene que quedarse fuera. Lo explico a mis alumnos con un ejemplo que creo que es acertado: Imaginad que tengo cuatro sobresalientes a final de curso y he de dar dos matr�culas de honor. Los cuatro la merecen, pero dos se quedar�n sin ella: tengo, entonces, que cotejar media por media de asignatura, de curso incluso. Aunque me gustar�a que se llevaran la matr�cula todos ellos. No hay ojeriza.





Y mientras estemos con eso, el concurso seguir� en las mismas. �Propuestas de mejora? Ya se han comentado en otros medios, ya las pidi� el presidente en la rueda de prensa. Intentar que los cuartetos, esa modalidad tan dif�cil, tenga un estatuto de autonom�a especial y no se vea sometido a los cuatro pases de rigor, que imposibilitan ocho sketches de media hora con una calidad m�nima.. Que se evite el exceso de metacarnaval o el metaconcurso, los chistes pillados de wassap, el humor a costa de la diferencia f�sica o sexual. Intentar que la fase preliminar, especialmente, no se valore con puntos sino como “apto” o “no apto” para pasar a la siguiente ronda (ya a nivel personal, quiz� cada eliminatoria tendr�a que ser as�; una liguilla de la muerte donde se fuerce a mejorar de un pase para otro el repertorio).





Y, sobre todo, que la gran final (esa marat�n desproporcionada, agotadora, �pica y l�rica que impone esfuerzos sobrehumanos a todos los que est�n participando a un lado u otro de las tablas) sea una muestra inaudita de coplas, sin repetir nada de lo anterior y, m�s que ninguna otra cosa, que sea un kil�metro cero para todos, una tabula rasa donde se enfrenten, como en la final de la Champions que la gente sigue creyendo que es, los mejores en pie de igualdad, sin acumular los goles de las anteriores fases del campeonato.





Problemas habr� siempre, claro. La votaci�n sin n�meros redundar�a, una vez m�s, en las sospechas sobre el jurado. Pero sospechas habr� siempre, por m�s que el jurado haya demostrado, otra vez, su honestidad, su entrega y su amor incondicional por la fiesta. As� que ser�a interesante que ese otro ente en la sombra, el “Patronato” (quiz�s los verdaderos supervillanos de todo esto) lo tuviera en cuenta.





El carnaval volver� de nuevo el a�o pr�ximo. En realidad, no se va nunca. Otros hombres y otras mujeres se esforzar�n durante meses por cantar y expresar su visi�n del mundo, para hacernos re�r y llorar, emocionarnos en suma. Otro jurado diferente los juzgar�. Comenzar� de nuevo la rueda.





Por mi parte, ahora que mi percepci�n de este mundo es distinta, me parecer� un carnaval raro, diferente. Echar� de menos tantas noches de apuro y de decisiones sobre la marcha. Y echar� de menos, sobre todo, a mis compa�eros de jurado, desde el severo Manuel Rojas, el secretario, capaz de recitar el reglamento de cabo a rabo sin equivocarse, el relojero que se encarga de que todo se cumpla a rajatabla, a los otros once monstruos que compartieron conmigo este mes: Luis Ripoll y su alegr�a contagiosa, Nandi Migueles y su sapiencia silenciosa, Ana Barcel� y su equilibrada medida de las cosas, Josele del R�o y su envidiable buen humor, Adela del Moral y su juvenil ilusi�n, Jos� Luis Su�rez y su admirable capacidad para estar siempre en el centro de toda medida, Koki S�nchez y su contagiosa risa en la mirada (y el miedo a la ni�a del traje verde que alg�n d�a ser� protagonista de una de mis historias), Maril� Maye y su sabidur�a enciclop�dica, Andr�s Ram�rez y su grandeza en cien sentidos, Javi Astorga y su incansable ir y venir escaleras abajo. Los echar� tanto de menos como, lo s�, los echar� mi alter ego, el inconmensurable Juan Jos� T�llez. Nunca tantos debimos tanto a un tipo con una catadura humana tan alta como mi hermano Juanjo, a quien jam�s podr� agradecer lo suficiente la oportunidad que me ha dado para enriquecerme como gaditano y como persona.





Los perros dicen guau, los gatos dicen miau, y nosotros decimos...





�Viva el carnaval!
















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Published on March 27, 2017 02:58

March 11, 2017

UN TBO PARA LA HISTORIA #100a�osTBO










































































































Nosotros est�bamos en la aventura: en los h�roes de melena adolescente y desentuertos viajeros, en la aventura y la camarader�a y el mundo visto como algo extra�o, ajeno y ex�tico. Nuestros padres, en cambio, estaban en el TBO. “El TBO de la semana”, como se dec�a entonces. Aquella cabecera que ya era hist�rica porque hab�a hecho historia. Ellos hab�an sido ni�os de la guerra y no es extra�o, visto desde hoy, que la aventura, la violencia, ese glamour por la peripecia los retrajera a sus propios padres y a sus viejos miedos. Porque TBO estuvo all�, y sobrevivi� a aquella historia de miedos, y fue capaz no ya de sobrevivir, sino de dar nombre al medio (“Yo quiero un TBO, yo quiero un TBO, si no me lo compras lloro y pataleo”).





Los ni�os que fuimos, los ni�os que hoy todav�a seguimos amando los tebeos, tambi�n le�amos, c�mo no hacerlo, la cabecera de cabeceras. Tambi�n fuimos lectores de TBO. Al contrario de los otros t�tulos para la infancia de nuestras infancias, TBO parec�a dirigirse a todo tipo de p�blicos, de ah� la afici�n confesa de nuestros padres. Los ni�os que hoy somos, m�s o menos, expertos en todo esto, nos damos cuenta de que en TBO estaba el esp�ritu de las grandes strips y los grandes suplementos norteamericanos de prensa, hechos para aqu� y desde aqu�: mientras las revistas Bruguera se basaban en el cachiporrazo, el reflejo sat�rico luego domado, en la verborrea caracter�stica de algunos de sus personajes m�s ic�nicos, TBO ofrec�a otra visi�n del mundo, m�s amable en ocasiones, m�s pegada a la realidad en otras, pero siempre desde una perspectiva que engrandec�a las posibilidades narrativas del medio. Leer TBO, y sobre todo leer a algunos autores de TBO, era asomarse en ocasiones a un test de inteligencia. No hab�a gu�a para el lector, que ten�a que detenerse en la sucesi�n de cada historia seg�n se fuera desarrollando en las vi�etas, a menudo sin texto, un teatrillo de situaciones perfectamente medidas que no desembocaban siempre en la carrera deudora del cine mudo, sino en el gag puro y duro, el final m�s o menos feliz, la paradoja del momento, el toque surrealista, el chasco de los espa�olitos que �ramos y no hemos dejado de seguir siendo.





En TBO pod�as detenerte en cada vi�eta de Coll y sus n�ufragos o sus coches deportivos, en cada situaci�n surrealista de Melit�n P�rez, en la bonhom�a campechana de Josechu el Vasco, en la complicada tecnolog�a de cada uno de los cachivaches del profesor Franz de Copenhague, en los caprichos de ese peque�o s�trapa tra�do de Am�rica (habr�a sido impensable producirlo aqu�) que fuera El Reyecito, en los apuros cuasi-berlanguianos (aunque Berlanga vino luego) de esa familia Ulises donde, antes que en la familia Alc�ntara, supimos vernos todas las familias espa�olas.





TBO exig�a no s�lo la complicidad del lector, sino su colaboraci�n. A la lectura superficial de cada una de sus p�ginas, al conocimiento de c�mo eran m�s o menos cada uno de sus personajes, se a�ad�a la necesidad de escudri�ar el detalle, el an�lisis de la puesta en escena. Quiz� no fuera la revista m�s audaz, pero s� fue durante muchos a�os (los a�os de Coll y Benenjam, de Nit, Urda y Munta�ola, y ya en sus �ltimos tiempos renacidos, de Cuberi, Sirvent, Paco Mir, TP Bigart y Tha) la revista para el lector m�s inteligente.





Cien a�os cumple TBO y con su cumplea�os celebramos cien a�os de tebeos en Espa�a. Como los buenos vinos, cada a�o que pasa, TBO es mejor.





Larga vida a TBO en el recuerdo.





A los tebeos por venir, salud.




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Published on March 11, 2017 02:59

February 13, 2017

La gran novela gr�fica de los c�mics, Pr�ncipe Valiente, cumple 80 a�os

La gran novela gr�fica de los c�mics, Pr�ncipe Valiente, cumple 80 a�os





por Brian M. Kane





Traducci�n al espa�ol por Rafael Marin








Antes de la televisi�n, cuando la mayor�a de las pel�culas eran todav�a en blanco y negro, los c�mics de los domingos eran un oasis de color en el mundo gris de la Depresi�n. Las tiras de c�mics m�s populares impulsaban las ventas de los peri�dicos a principios del siglo veinte, as� que no es de extra�ar que sus creadores fueran considerados famosos. La epopeya Pr�ncipe Valiente en los d�as del Rey Arturo de Harold “Hal” Rudolf Foster apareci� en la secci�n de c�mics en color el 13 de febrero de 1937. Antes de Pr�ncipe Valiente, Foster cre� el g�nero de aventuras protagonizadas por adultos al adaptar Tarzan como tira diaria en blanco y negro en 1928, a la que sigui� la p�gina dominical en color desde 1931 a 1937. Frente a los l�mites creativos y financieros del trabajo como artista por cuenta ajena, Foster concentr� su considerable capacidad como ilustrador en la producci�n de su propio titulo. El extraordinario esfuerzo consigui� reconocimiento internacional tanto para Pr�ncipe Valiente como para Foster. Hoy, despu�s de 80 a�os, “Val” sigue siendo una de las pocas tiras de aventuras que se siguen publicando.





Es dif�cil imaginar el impacto que Pr�ncipe Valiente tuvo en la cultura popular de los a�os 30 y 40. Cuando comenz� Pr�ncipe Valiente, a�n faltaba un a�o para el debut de Superman en Action Comics 1. Los creadores de comic books de las dos primeras generaciones tienen una gran deuda con Foster. Pueden encontrarse “pr�stamos” del arte de Foster en el origen de Batman, y en c�mics dibujados por Jack Kirby, el co-creador de muchos de los h�roes del cine de hoy, incluyendo el Capit�n Am�rica, Los Vengadores, La Patrulla X y Thor. Lo m�s importante de todo: Val encarna un c�digo moral caballeresco, creando un est�ndar �tico de conducta que ejemplificaba la verdad, la justicia, y lo que significaba ser un h�roe.





Obras capitales como El Hobbit, El rey que fue y ser� y Las Cr�nicas de Narnia no exist�an a�n en febrero de 1937. Para cuando se public� la impactante El h�roe de las mil caras de Joseph Campbell, Pr�ncipe Valiente ya llevaba doce a�os de su propio viaje de h�roe monom�tico. Sin embargo, al contrario que Campbell, las aventuras de Val inclu�an mujeres heroicas, fuertes y autosuficientes, debido a la influencia en la serie de Helen, la esposa de Hal. Para los no iniciados, Valiente, un modesto pr�ncipe de Thule, se enamor� y acab� cas�ndose con Aleta, la reina de las Islas de la Bruma. Gracias a Hal y Helen, Aleta se convirti� en modelo a seguir por los millones de mujeres capaces que llevaron las riendas de Am�rica durante la Segunda Guerra Mundial, manteniendo a raya a los villanos con su astucia, encanto, inteligencia y, en ocasiones, una daga oculta atada al muslo. Aleta pateaba culos mucho antes de que la princesa Leia, Katniss Everdeen, o la mayor�a de las princesas Disney fueran siquiera una idea.





Aunque situado en la �poca del Rey Arturo, el Pr�ncipe Valiente de Hal Foster era sorprendentemente contempor�neo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Val combati� a los hunos, por lo que la serie fue cancelada en los peri�dicos alemanes. En 1943, Val entabl� amistad con un muchacho lisiado que no pod�a “jugar a los soldados” con los dem�s ni�os. Sin embargo, el muchacho recibi� �nimos para que afinara sus habilidades para poder ser un d�a “fabricante de flechas del rey Arturo”. La historia apareci� un a�o despu�s de una epidemia de poliomielitis y 16 meses despu�s de Pearl Harbor, y fue una llamada al servicio para todos aquellos que no pudieron ir a combatir. Despu�s de la guerra, cuando los soldados norteamericanos volvieron a casa, Val y Aleta navegaron hasta el “Nuevo Mundo” y tuvieron un hijo, heraldo del baby boom por venir. Luego, igual que la demograf�a de la Am�rica de los a�os 50 cambiaba, las parejas multiculturales en Pr�ncipe Valiente se casaron y tuvieron hijos igual que sucedi� en la popular serie de televisi�n Aqu� est� Lucy.





Pr�ncipe Valiente de Hal Foster no es s�lo una serie de aventuras, romances o humor... aunque est� sazonada con todo esos elementos. Es una novela gr�fica sobre la vida donde la gente se enamora, se libran guerras, los ni�os nacen y crecen, se rompen corazones, los amigos mueren en batalla, las parejas se casan, e incluso personajes desfigurados y discapacitados, j�venes y viejos, hombres y mujeres tienen su sitio en este bello mundo creado por Foster. Aunque algunos puedan pensar que Pr�ncipe Valiente es arcaico para los baremos de hoy en d�a quiz�s simplemente su claro mensaje “la fuerza por la justicia” est� simplemente por delante de su tiempo. �Larga vida a Val!





+++





Brian M. Kane, Ph. D, es autor de la premiada biograf�a Hal Foster: Pr�ncipe de Ilustradores, y dirige la serie de reediciones Prince Valiant, best seller del New York Times, para Fantagraphics Books.
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Published on February 13, 2017 02:58

February 4, 2017

JOHNNY HAZARD EN COLECCI�N SIN FRONTERAS







En breve aparecer� el primero de los t�tulos de la nueva l�nea editorial de Dolmen, la Colecci�n Sin Fronteras, destinada a editar los cl�sicos de las tiras de prensa norteamericanas. Los tres primeros t�tulos que aparecer�n son: Johnny Hazard, Flash Gordon/Jungle Jim y el Pr�ncipe Valiente.





La colecci�n ser� dirigida por un experto del mundo del c�mic en Espa�a como es Rafael Mar�n (servidor de ustedes) y se lanzar� en febrero con el primer volumen del Johnny Hazard de Frank Robbins. A continuaci�n, conforme avance el a�o, la idea ser�a de la comenzar con otras series como Mandrake o el Hombre Enmascarado.





El volumen de Johnny Hazard constar� de 168 p�ginas en blanco/negro y tapa dura, comprender� los a�os 1944 a 1946 y constar� de tres tiras por p�gina. La serie, por mucho tiempo in�dita en Espa�a, nos cuenta las aventuras de Johnny Hazard, un aviador c�nico, impulsivo, seductor, simp�tico, honrado y caballeroso, el h�roe perfecto en los paisajes ex�ticos tras la 2� Guerra Mundial: Asia, Europa, el norte de �frica. A la sombra de Hazard surgieron personajes inolvidables como Blueberry, Delta 99, Dan Lacombe, Corto Malt�s, James Bond o Indiana Jones. Frank Robbins, su autor y creador, nos ofrece en cada tira una lecci�n de narrativa.
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Published on February 04, 2017 03:03

December 28, 2016

HOPE

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Published on December 28, 2016 02:48

Rafael Marín Trechera's Blog

Rafael Marín Trechera
Rafael Marín Trechera isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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