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May 17, 2021

La Diosa Bagüé

La Diosa Bagüé

– Hay invasores en el bosque.

El Cacique Somak se colocó de pie inmediatamente alertado por la situación mientras Maité seguía hablando con la voz entrecortada. Había atravesado toda el pueblo para dar la voz de alerta.

– ¿En dónde los viste?

Ella negó sutilmente mientras se reponía de la impresión y el Cacique supo que había sido solo un “presentimiento” como Maité lo llamaba.

>> Llama a los guerreros. Que salgan de una vez para una incursión. Necesitamos saber dónde están – dijo con seriedad a su hombre de confianza y él asintió antes de salir para obedecer sus órdenes. – Siéntate conmigo – le susurró con suavidad mientras la tomaba del brazo e hizo señas para que les trajeran algo de beber.

Maité se dejó llevar y se acomodaron afuera del bohío para mirar al pueblo, que ahora corría de un lugar a otro alistándose para salir en busca de los intrusos.

Somak miró su piel y apretó la boca, habían morados por todos lados. Ella al notarlo se cubrió inmediatamente y bajó la vista.

– ¿Te duele?

Ella solo asintió sin pronunciar palabras. El Cacique le ofreció uno de los vasos de agua que les habían traído y siguió preguntando.

>> ¿Cuándo vas a dejar que el curandero te revise? Podrían darte algo para el dolor.

– Estoy bien – respondió y se colocó de pie inmediatamente. – Gracias por creerme – dijo y se apresuró a alejarse, pero él la detuvo tomándola de la mano.

– Déjame ayudarte.

Maité posó su mano en su mejilla y lo besó con suavidad mientras sonreía tímidamente.

– El solo hecho de que me creas es suficiente – susurró.

– Siento que te estoy perdiendo – ya no era la voz del líder sino la de un hombre con un corazón cargado de amor a punto de explotar de desespero.

Su amada no alcanzó a contestar, el sonido de las lanzas los hizo reaccionar y se separaron inmediatamente para atender al pueblo.

– Iré a la laguna – le susurró ella y partió pensativa, mientras él la seguía con la mirada viendo cómo se perdía entre los casas.

Llegó a la parte de la cascada y se arrodilló al lado de la orilla. Cuando sus “presentimientos” llegaban no venían solos. En su interior se despertaba un deseo incontenible de conectarse con la diosa Bagüé y la mejor forma de hacerlo era por medio de la tierra y el agua.

Colocó sus manos sobre la arena y el dolor llegó inmediatamente. De su piel donde se vislumbraban círculos perfectos de color morado, comenzaron a aparecer pequeños brotes de vegetación que crecían con rapidez buscando acercarse al líquido cristalino que brillaba con los rayos del sol. El movimiento ondulante del agua cubrió sus pies por un momento para luego retirarse, pero el frío la hizo estremecerse mientras que en su interior viajaban mil emociones que se conectaban con el pasado, el presente y el futuro de su pueblo.

Maité sonrió al tiempo que suspiraba, aquello que estaba viviendo había llegado sin previo aviso. No todos en su pueblo lo habían tomado de la mejor forma, pero Somak nunca había dudado de ella y por eso lo amaba, aunque no supiera aún cómo continuar con él.

Una mano la tomó del hombro y con brusquedad la lanzó al piso. Abrió sus ojos asustada sin comprender lo que estaba sucediendo y fue cuando vio que cinco hombres le apuntaban con lanzas largas de forma amenazante.

– Capturen a la bruja para irnos de una vez por todas de aquí – espetó el que parecía ser el líder.

– ¡No! esperen – alcanzó a decir, pero sus palabras se disiparon con el viento.

La levantaron sin contemplación. Sus brotes verdes habían desaparecido y solo permanecía sus laceraciones en la piel, pero eso no pareció importarles porque el guerrero que había obedecido la orden, la asía con fuerza, lastimándola. Amarraron sus manos y comenzaron a caminar con ella casi a rastras.

Mientras avanzaban, Maité se concentraba en mantener la calma. La habían llamado bruja y eso significaba que querían utilizar su conexión con Bagüé para algo, pero ¿para qué?

>> Puedo ayudarles – les dijo mientras apresuraba el paso. Caminaban tensionados porque sabían que el bosque estaba repleto de guerreros y cualquier equivocación podía terminar mal. – La diosa ayuda a todos – insistió al ver que no la escuchaban. – Solo deben pedírmelo y yo visitaré a su pueblo.

Se detuvieron de improviso. El líder hizo señas para que se replegaran un poco y determinaran la existencia o no de guerreros cerca. Pero no tuvo que esperar mucho para ver las lanzas y arcos que les apuntaban mientras aparecían entre la vegetación. Uno de los intrusos en su desespero por mantener el control, tomó a Maité con su brazo para acercarla a él y luego la amenazó con un cuchillo en su garganta.

– Suéltala o todos morirán – ordenó con voz gruesa Somak.

El hombre hundió un poco más su daga en la piel y Maité gimió, lo que hizo que los guerreros se aproximaran de forma amenazante.

>> Bajen las armas, no voy a negociar – los ojos del Cacique brillaban por la tensión que ya se manifestaba en todo su cuerpo. Los músculos de sus brazos se marcaban fácilmente y su expresión era severa.

– Mataremos a la bruja antes de entregarla.

¿La bruja? Pensó Somak y apretó la boca de forma molesta.

– He dicho que iré con ustedes – repuso Maité y los guerreros de su pueblo miraron desconcertados. – No necesitan amenazarme. Iré si realmente necesitan ayuda de la diosa – y se soltó para alejarse de ambos grupos que aún sostenían sus armas apuntándose mutuamente.

Se tocó el cuello porque la herida le ardía y una pequeña luz apareció para sanarla inmediatamente. Todos miraron asombrados y solo Somak se acercó a ella.

– No lo permitiré – le dijo mientras la desamarraba, pero al ver que Maité abrió su boca para replicar, continuó. – Por lo menos no te dejaré ir sola.

Fue así como Somak junto con un grupo de guerreros caminaron con sus invasores para llevar a Maité hasta su territorio. Después de semanas de marcha llegaron. Lo que encontraron fue devastador y no se cansaban de mover sus cabezas de un lado para otro procesando lo que veían ante sus ojos. El incendio los había atacado en la noche, arrasando con todo lo que estaba a su paso. Niños, mujeres, ancianos, hombres, animales y plantas por igual, fueron consumidas por las llamas en cuestión de minutos. Los rostros de desolación y temor por un futuro incierto se reflejaba en cada una de las personas que les cedían el paso en la medida en que ingresaban a lo que había quedado del pueblo.

La Cacique Kiwa salió de su bohío apenas fue advertida de su arribo. Apresuró el paso con su brazo levantado con la intención clara de detenerlos y Somak se adelantó para proteger a Maité, pero ella con la dulzura que lo había enamorado, lo detuvo y giró en redondo para enfrentar a la lideresa. Su mirada era tan intensa y cargada de tranquilidad que la Cacique trastabilló por unos minutos desconcertada.

– Puedo ayudar – le dijo Maité y avanzó a su encuentro. – Solo necesito la fuente de agua más próxima.

– Quiero advertirte que no estoy de acuerdo con la brujería, pero los ancianos insistieron – dijo señalando a un grupo de hombres que se mantenían separados del resto.

– No es una bruja – replicó Somak con voz gruesa, pero Maité volvió a acariciarlo, silenciándolo por completo.

– No soy una bruja – ratificó – pero si puedo ayudar … si así lo desean.

Kiwa asintió y le indicó que la acompañaran.  No demoraron mucho en llegar a un nacimiento de agua que permanecía oculto entre la poca maleza que aún se mantenía alrededor.

– Es todo lo que queda – comentó la Cacique, señalando con la mano el lugar donde brotaba un fino hilo de agua cristalina.

– ¿Qué sucedió? – preguntó Maité mientras observaba con detalle a su alrededor para buscar el mejor lugar donde conectarse con Bagüé.

– La tierra quiere que nos vayamos, pero no le hemos obedecido así que nos maldijo con un rayo.

La respuesta la dejó desconcertada porque Bagüé nunca haría algo así. La energía que percibía contenía amor, no odio.

– ¿Por qué creen que fue la diosa?

– Nos lo advirtió la última vez que vino.

– ¿La diosa? – esta vez, el que había preguntado con voz incrédula era Somak.

La Cacique asintió.

– Aún recuerdo su cabello plateado y ojos rojos – contestó estremeciéndose. – dice que esta tierra le pertenece y que la diosa Chia está con ella.

Maité la miró extrañada y mojó sus labios para arrodillarse cerca del nacimiento, pero antes de hacer cualquier cosa, Somak se puso a su lado.

– ¿Qué pasará? – preguntó preocupado entre susurros.

– No estoy segura, esto es tan nuevo para mí como para ti. Aún no sé cómo funciona realmente, tampoco por qué me eligió. Solo sé que debo ayudar.

– Y si es una trampa … Por lo que hizo aquí, parece no ser buena.

– No creo que sea la misma diosa – le hablaba suavemente mirándolo a los ojos. – Y aunque lo fuera, no tengo alternativa. Ya está dentro de mí.

Cerró sus ojos y enseguida la sintió en su cabeza. Entendió lo que sucedía, y porque le había dado ese regalo.

– Es Xhube – dijo Maité mirándola.

– ¿¡La diosa de la oscuridad!?

– No es una diosa – le contestó – y nunca lo será. No les quitará esta tierra. Ahora sé lo que debo hacer … Porque Bagüé me dio este presente. Sabía lo que estaba ocurriendo, aunque no dónde. Xhube tiende a ser impredecible hasta para una diosa.

Somak la abrazó y besó su frente como hacía meses no lo hacía. Todo había sido tan rápido que nunca pudieron hablar realmente de lo que había sucedido aquella tarde al lado de la laguna. La luz los había enceguecido y luego la piel de Maité había tomado un tono rosado en algunas partes, para luego cubrirla completamente. Con el tiempo se volvieron moretones y fue allí donde ella comenzó a alejarse. No quería que él se preocupara, aunque, sabía que había una razón para lo que le estaba sucediendo, nunca supo cuál era, hasta ahora.

Maité cerró sus ojos nuevamente y los brotes aparecieron apenas colocó sus manos sobre la tierra, al contacto con el agua cristalina que fluía hacia la superficie. Esta montó por sus brazos y sintió la humedad fresca colarse por entre sus poros y sonrió.

Todos los que estaban a su alrededor, retrocedieron y Kiwa abría sus ojos de par en par por lo que estaba presenciando. Los ancianos rezaban y alzaban sus brazos al cielo mientras una pequeña Maité era envuelta por lianas que salían de su cuerpo, cubriéndola. Se introducían en la tierra y absorbían el poder del agua para luego transportar esta energía a otros lugares extendiéndose como una enorme maraña. En pocos minutos, la joven había desaparecido de la vista de todos y la vegetación comenzaba a crecer nuevamente recuperando el bosque calcinado por el fuego.

Somak se negaba a retroceder, pero sus hombres lo forzaron mientras la vida renacía en todo el bosque y Kiwa esbozaba su primera sonrisa en días.

Unas horas después, el paisaje había cambiado. Todo había retornado a su equilibrio y el pueblo celebró con cantos y danzas el retorno de la vida. Sus alabanzas iban dirigidas a la diosa Bagüé, creadora de todo lo hasta ahora conocido por el hombre.

– Gracias – escuchó que le decía Kiwa y Somak la miró dibujando una pequeña sonrisa.

Durante todo ese tiempo no había desprendido sus ojos del lugar donde había dejado a Maité. Esperaba infructuosamente que regresara, pero los minutos pasaban en vano.

>> Ahora sé que no era una bruja … Me disculpo por eso.

El Cacique permaneció días enteros al lado del nacimiento, esperando la llegada de su amada Maité, pero en la medida en que el tiempo pasaba las esperanzas se agotaban. La había perdido y lo sabía, pero se negaba a admitirlo.

Regresó al pueblo y sus días transcurrieron con lentitud recordando a su amada, hasta el día en que la diosa se la devolvió. La encontró en la laguna, dormida entre un lecho lleno de flores amarillas. Parecía un sueño y se demoró en reaccionar, pero cuando corrió hacia ella y logró despertarla, su alma moribunda renació de las cenizas. Somak la besó y lloró de felicidad por haberla recuperado. Maité nunca recordó lo que había sucedido y sus manchas en la piel desaparecieron, pero en su interior sabía que la diosa siempre estaría allí, con ella.

Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2020. Fernanda Maradei

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Published on May 17, 2021 13:35

El Templo de Hram

El Templo de Hram

Cuando llegó todo estaba oscuro, pero sentía que el hada Escarlata estaba allí. Después de tantos años como su aprendiz conocía como funcionaba su retorcida cabecita.  No estaba segura de lo que estaba haciendo, pero necesitaba impedir que fuera a destruir todo el bosque al intentar apoderarse de la energía que emanaba de los cuatro elementos.

“Concéntrate” pensaba.

Si quería detenerla debía ser más rápida que ella. Adelantarse a cualquier movimiento y tratar de convencerla. Lo que iba a ser, rompería el equilibrio y los pilares que sustentaban el mundo se desmoronarían.

Respiró profundo, estaba lista. Cerró su puño con fuerza sobre el aro de metal que sostenía; su arma favorita y dio un paso al frente.

Jade conocía el templo de memoria, su padre fue consejero especial de la reina Lilia por muchos años y ella creció allí hasta que el hada Escarlata la convenció de irse con ella. Solo le bastó unos meses para darse cuenta de quién era su mentora realmente y qué era lo que buscaba. Cuando trató de regresar con los suyos ya era muy tarde y las hadas la rechazaron, pero no todo estaba perdido y el momento de recuperar su hogar había llegado. Tenía que evitar que robaran la piedra y con aquel acto de valentía, recuperaría su honor y el de toda su familia.

Miró el lugar, la única luz emanaba del Hram; la gema que contenía los cuatro elementos. Jade se encaminó en su dirección mientras observaba las penumbras que la rodeaban.

Una sombra definitivamente conocida se hizo visible y se interpuso entre ella y el Hram. Aunque todo estaba oscuro, podía percibir dos ojos que brillaban con impaciencia y desprecio. Jade había desertado el día de la ceremonia de iniciación. Se había marchado de su “protección divina”, como el hada Escarlata la llamaba y eso nunca se lo perdonaría.

– Una vez más me traicionas – siseó mientras se movía de forma inquieta.

– No permitiré que hagas lo que te propones – respondió con altivez y su antigua tutora no pudo dejar de contener la risa.

– ¿Tu y cuántos más? – se burló.

– Si lo haces sería el peor error de toda tu vida – había súplica en el tono de su voz y el hada Escarlata volvió a sonreír.

Entonces se irguió, no estaba allí para que la tratara como una pequeña, había crecido y después de marcharse de su lado, Jade se había entrenado sola. Era tan ágil y capaz como cualquiera de su pueblo para presentarle batalla.

El ataque fue rápido y con un movimiento de su mano, el hada Escarlata la lanzó lejos a varios metros de distancia. Se incorporó lo más rápido que pudo y lanzó su disco con destreza. La golpeó en uno de sus costados y por primera vez la expresión en el rostro de su antigua tutora cambió. La había tomado por sorpresa y se devolvió apresando con fuerza la daga corta que tenía en su mano para atacarla. Jade se movió con rapidez, pero aún así, el hada Escarlata logró lastimarla en uno de sus hombros y luego con el mismo gesto con el que había iniciado la confrontación, Jade terminó estrellándose en una de las paredes del templo.

Quedó aturdida por varios segundos a causa del impacto. Alzó lentamente la cabeza y miró a su antigua tutora, no se dejaría vencer. Escupió la sangre que se había acumulado en su boca a causa del golpe y se colocó de pie con dificultad.

Intentó correr para detenerla, pero su antigua tutora la cubrió con una barrera que limitaba sus movimientos, y mientras ella luchaba por recorrer el espacio que las separaba con celeridad, el hada Escarlata dibujaba una sonrisa de satisfacción; avanzaba mucho más rápido que ella.

Resoplaba por el esfuerzo que hacía, mientras que el hada Escarlata tomaba el Hram con su mano y lo miraba con soberbia. Alzó la reliquia que brillaba esplendorosamente bajo la luz de la luna.

Jade la observó con impotencia y después de muchos intentos, sintió que la barrera se debilitaba. El hada Escarlata permanecía concentrada utilizando sus artimañas para liberar el poder de los elementos.  Entonces sin pensar mucho en lo que iba hacer, arremetió con fuerza apoderándose del Hram y cayendo precipitadamente sobre los muros del templo. Dio varias vueltas sobre el suelo mientras sentía una sensación extraña que invadía cada parte de su cuerpo, era como un cosquilleo que su piel comenzó a absorber. La sangre que recorría sus venas se llenaron de energía y de un momento a otro su mente contemplaba al mundo de una forma totalmente diferente. Había belleza en cada uno de los rincones del lugar y podía percibir hasta el más minúsculo de los insectos. El poder de la diosa le hablaba.

Los ojos de su tutora se abrieron de par en par al ver cómo la energía que emanaba del Hram, ahora abierto, se elevaba como una estela de humo en espiral. Los colores se entrelazaban entre ellos. Llegaron hasta el techo y luego de súbito, descendieron para vincularse con Jade que, aunque mantenía sus ojos abiertos, yacía aún aturdida por la caída. La nueva energía la levantó del suelo y aprensó con facilidad al hada Escarlata que se mantenía atónita sin poder comprender lo que estaba sucediendo.

– ¡NIÑA ESTÚPIDA ! – gritó con soberbia y se abalanzó sobre ella para arrebatarle el Hram de sus manos.

La joya cayó en el piso, pero estaba vacía, el poder había sido traspasado a un nuevo huésped. En ese momento, las demás hadas entraron al recinto. Apuntaron sus armas hacia una Jade que se encontraba engrandecida por la energía que había recibido.

– Es mío – volvió decir desesperada y lanzó su daga corta que rebotó como una pelota al entrar en contacto con el escudo que envolvía a Jade.

La confrontación parecía no tener tregua, su mentora arremetía una y otra vez por el poder de los cuatro elementos. Los destellos de luz con mil colores rebotaban sobre las paredes haciendo mella en el hada Escarlata, que aún utilizando sus poderes mágicos no conseguía someter a Jade.

La reina Lilia junto con sus guardias, lograron detener la confrontación y retomar el control del templo. El hada Escarlata fue llevada a prisión y Jade, que intentaba explicar lo que había sucedido, no era escuchada.

– Tendrás que devolver el poder que robaste – sentenció la reina en el gran salón.

Jade hacía una reverencia con completa sumisión mientras se mordía los labios y sudaba copiosamente por culpa de los nervios. La diosa le hablaba en susurros y la carga eléctrica que recorría su cuerpo la mantenía ansiosa y en estado de alerta. Si lo quería, podía tener el control de todo lo que deseara, pero al mismo tiempo su mente le negaba esa posibilidad, y mientras se debatía en su interior, siguió hablando. 

– Fue un accidente mi reina – explicaba. – Yo nunca …

– HAZLO AHORA – replicó Lilia haciendo un gesto para que las hadas protectoras del templo se acercaran.

Jade la miró por varios segundos, pero al final asintió con humildad. Se colocó de pie y aguardó. El ritual fue lento y tortuoso. La energía de los cuatro elementos que salía de su cuerpo producía punzadas de dolor que se extendían por toda su piel. Apretó sus dientes y se dejó hacer. 

Al finalizar se desgonzó sobre el suelo, estaba completamente agotada. Las hadas cuidadoras le ayudaron en los días siguientes a recobrar el semblante. Parecía que todo marchaba bien, y aunque sentía que el trato hacia ella aún era hostil, estaba feliz porque había regresado. Estaba en casa nuevamente.

Solo hasta el cuarto día, una de las hadas cercanas a la reina se acercó con un sobre. Jade sonrió y lo tomó con premura, pero su sonrisa se esfumó de inmediato después de leer la misiva.

         Aunque ella había accedido de buena voluntad a devolver el poder de los cuatro elementos que accidentalmente había absorbido del Hram. La reina Lilia había ordenado su expulsión del bosque de Estrellas. Sus ojos se llenaron de lágrimas porque con el destierro, nunca volvería a ver a su hogar.

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Published on May 17, 2021 13:31

Polvo de Arena

Polvo de Arena

Kabil se retiró el talismán con cuidado de su cuello y lo sumergió en la laguna de polvo de arena. Era la última vez que estaría allí, había decidido, sin importar lo que sucediera, partir en busca de los culpables. Le habían robado su título, su vida y lo habían condenado a nunca salir de Oyibo, un pueblo miserable alejado de la ciudad capital. Todos esos años lo había retenido una maldición, pero ahora había encontrado la forma de escapar.

Miró con nostalgia el brillo de la arena sobre la laguna, esta se confundía con el cielo repleto de estrellas. Desde que era un niño, estaba obligado a acudir tres veces por semana a ese lugar si no quería morir por culpa de la abominación que recorría sus venas. Era un ritual necesario para su supervivencia. ¿Qué era? Brujería no había duda y por eso para los demás, él estaba maldito.

El talismán de bronce se aclaró inmediatamente al contacto con el polvo y ahora brillaba a la luz de la Luna.

– Ya está – murmuró para sí mismo y se la colocó de pie con rapidez. Cuando no la tenía puesto sentía que el corazón se aceleraba y le era difícil respirar. El objeto mágico absorbía la inmundicia que viajaba por sus venas. ¿Quién se lo había dado? Ese era otro misterio, lo cierto era que siempre había estado con él. El único recuerdo de la vida que le pertenecía por derecho.

Llenó un saco completo de polvo de arena y lo amarró a su caballo. Esperaba que fuera suficiente para llegar al reino de Agwo; la capital y su destino final.

El trayecto había sido largo, pero tranquilo. Había anochecido y se encontraba arrodillado cuando escuchó el ulular de un búho del desierto que se encontraba detrás suyo. Se apresuró para limpiar su talismán con el polvo que llevaba, pero no logró hacerlo porque escuchó al ave cantar nuevamente. Esta vez su voz sonó ronca y la sombra que se proyectaba sobre el piso comenzó a aumentar de tamaño. Kabil abrió sus ojos y giró en redondo, pero una de las zarpas cayó directamente sobre su tronco, inmovilizándolo. Se agitó con soberbia para que lo soltara, pero el ave abrió sus alas para comenzar a elevarse llevándoselo consigo.

– Suéltame bestia inmunda – gritó con altivez, pero el animal no se inmutó y cada vez se alejaba más del piso. Sintió pánico al pensar que en cualquier momento podría soltarlo y todo acabaría. Prefirió callar y esperar un mejor momento para liberarse.

Desde arriba se observaba la magnitud del desierto que separaba Oyibo de Agwo. La Luna llena mostraba el paisaje en tonos azules y violetas, y aunque estaba oscuro podía verse lo hermoso que era. Se sorprendió cuando se dio cuenta que sobrevolaban el palacio. Sonrió satisfecho, solo tendría que escapar y su camino quedaría libre para ejecutar su plan. En la medida en que el tiempo pasaba, la situación se hacía cada vez más extraña, el animal empezó a descender a toda velocidad y cuando estuvo a pocos metros del suelo, abrió sus alas y planeó para luego ingresar en uno de los grandes salones.

Kabil observaba todo completamente absorto y un minuto después, la criatura lo dejó en medio de un gran espacio sin techo. Cayó dando vueltas, pero se reincorporó lo más rápido que pudo y miró a su alrededor.

El ave se había ubicado distante y esperaba. Se había transformado nuevamente y ahora solo parecía una pequeña lechuza indefensa que se encontraba posada sobre la rama de un árbol.

– ¿Qué haces en mis tierras? – le espetó una sombra que se ocultaba entre las columnas.

Kabil se irguió, había llegado el momento de reclamar lo que era suyo.

– Eres tú el que invade mis tierras – contestó con voz gruesa.

– ¿Cómo se atreve? – escupió con indignación un hombre de postura encorvada que se acercaba lentamente hacia él. Tenía el cabello blanco al igual que su túnica y cuando un rayo de luz lo alumbró, Kabil pudo ver que su rostro parecía contraído por un intenso dolor. Cada paso que daba lo lastimaba y de vez en cuando se quejaba sutilmente. – Muéstrate ante nosotros insolente.

Obedeció y dio un paso hacia el frente para permitir que la luna tocara su rostro. Su cabello largo y negro brilló como una piedra preciosa.

Las pupilas del hombre se dilataron estupefactas y un tamiz de miedo se vislumbró en ellas.

Kabil lo notó y sonrió con satisfacción.

– ¿Así que me reconoces? – espetó.

El hombre trastabilló al retroceder rápidamente.

– Amo – murmuró hacia la figura que aún se mantenía oculta detrás de las columnas.

– Vine a recuperar lo que me pertenece – esta vez Kabil miraba hacia la oscuridad y avanzaba con lentitud mientras se acercaba al hombre que se mantenía estático, oculto …

– ¿Dónde has estado todo este tiempo? – preguntó desde las sombras rompiendo el silencio que se había instaurado. El tono de voz había cambiado y ahora había ansiedad en él.

La pregunta lo sorprendió ¿Lo estaban buscando? Si era así, entonces los que se encontraban allí no habían usurpado su trono, pero ¿Quiénes eran? y ¿Por qué no lo habían encontrado?

– Viví en Oyibo todos estos años – contestó sin dejar de avanzar.

– ¿!Oyibo¡? – repitió el extraño y levantó la barbilla para mirar al hombre de cabello blanco. – ¿Lo sabías? – le preguntó de forma severa.

Kabil giró también, esperaba una respuesta.

– CONTESTA JAMAN – gritó el extraño hombre.

Kabil se detuvo, la voz que salía de ese sujeto le produjo miedo y pasó saliva. Era diferente, poco natural.

“Puede que también esté maldito” pensó.

El viejo Jaman se encorvó aún más al escucharlo y el brillo de miedo regresó a su ojos.

– Un poco – contestó en un suspiro.

El hombre de las sombras salió como un rayo dominado por una ira descontrolada. Kabil que se encontraba de espalda a él contemplando al viejo, lo vio pasar como un fantasma por su lado. Avanzaba y mientras lo hacía, Jaman parecía encogerse como un caracol dentro de su concha.

– Sabías que lo he estado buscado por años – le recriminó con soberbia ya enfrente de él. – Lo sabías.

– No sabemos qué pasará – susurraba. – Amo Jarik … No sabemos.

– Lo que debe ser, sucederá – respondió el extraño y giró en redondo para encarar al recién llegado.

Kabil retrocedió atónito y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no perder el conocimiento y caer. Lo que tenían enfrente suyo no podía ser cierto.

– ¡¿Tú?! – su voz sonaba entrecortada y sacudía su cabeza cómo si quisiera despertar de una pesadilla. – ¿Cómo es posible?

– Por la expresión de tu rostro, supongo que no lo sabías. – le dijo, pero Kabil no respondía. – ¿Nadie te lo contó? – meneó la cabeza. – Fue una decisión que tomaron cuando nacimos … pensaron que era lo mejor. – Clavó sus ojos en el talismán y levantó su mano para agarrarlo, pero Kabil retrocedió para impedir que el hombre lo tocara. – llevas el sello contigo … ¿Cómo es posible que no lo supieras? Además has venido hasta mí … no entiendo.

Kabil se dio cuenta que el hombre que estaba enfrente suyo, además de tener su mismo rostro, poseía un talismán idéntico al suyo que colgaba amarrado de una fina cadena de oro.

– El campesino que me crio, me dijo que esto me pertenecía por derecho. La inscripción en su respaldo es muy clara – le dijo y se la acercó para que la mirara. La joya mantenía un tono oscuro y opaco porque el ave había impedido que Kabil la limpiara.

“Hijo del gran emperador” leyó Jarik.

– Entonces, si lo sabía ¿Por qué has demorado tanto en venir hasta aquí?

– ¡Estoy embrujado! – espetó con soberbia. – Condenado a permanecer al lado de la laguna de polvo de arena por culpa de mi maldición.

Su hermano estaba vestido de forma inmaculada, su traje estaba hecho de telas finas y de color blanco, mientras él, ya no podía recordar cuando había sido la última vez que había tenido una muda de ropa nueva.

– ¿Quién te ha dicho eso? – preguntó Jarik.

La pregunta lo sorprendió aún más y arqueó sus cejas. Su hermano avanzó nuevamente para tomar el talismán con sus manos.

– Amo puede ser peligroso – resopló Jaman ansioso.

–  Lo que debe ser, sucederá – se limitó a decir – Estoy cansado de esperar.

– ¿Qué vas hacer? – esta vez el que hablaba era Kabil.

– Restaurar el equilibrio – contestó su hermano con expresión serena. – Los talismanes deben unirse y sujetó el suyo con la mano.

La energía que se mantenía en el talismán se hizo visible y cubrió la mano de Jarik. Él la miraba detenidamente y sus ojos brillaban con intensidad.

– Toma el mío – le dijo a Kabil ofreciéndoselo.

La conexión fue inmediata y mientras la oscuridad cubría la mano de Jarik, la luz hacía lo suyo con la de Kabil. Un torbellino que movía los cabellos de ambos de un lado para otro, los cubrió por completo, mezclando sus esencias entre relámpagos brillantes y oscuros que hicieron retroceder al viejo Jaman. El salón se estremecía con la presencia de aquel tornado que montaba con rapidez hasta el cielo levantando y llevándose todo lo que se atravesaba por su paso.  

El viejo solo puedo retroceder para ocultarse detrás de las columnas más alejadas mientras el infierno parecía haberse desatado en el gran salón del palacio. Los soldados llegaron asombrados por lo que ocurría, pero no se atrevían a avanzar, el miedo los mantenía atornillados al piso.

De pronto, el sonido de una explosión hizo que levantaran la mirada hacia el cielo. Absortos contemplaban un ser etéreo que lentamente tomaba forma. Dos ojos intensos se asomaron entre las nubes y los observaban.

– Foo – murmuró Jaman y todos comenzaron a arrodillarse frente al dios del aire y el fuego. La fuerza dual de la creación.

Guahaioke, la serpiente de la oscuridad había logrado desafiarlo hacia siglos, pero el emperador, devoto absoluto de Foo, luchó junto a él para vencer al demonio. Sin embargo, perdieron y la oscuridad cubrió los cielos. Así que el dios antes de terminar extinto, logró dividirse para conservar su esencia divina.

El tiempo transcurrió y los talismanes fueron pasados de familia en familia. La historia de lo que había ocurrido se esfumó transformándose en leyenda. Los cielos siguieron oscuros, pero con el pasar de los años era normal verlos así. Hasta que dos pequeños gemelos terminaron heredando un destino que no les pertenecía. Desde el mismo momento que los talismanes fueron colados en sus cuellos, cambiaron de color. Asustados, los sabios del emperador decidieron separarlos hasta el día de hoy.

Los ojos del dios aún los miraba con complacencia. Las nubes retumbaron con un gran estruendo y luego, de la misma forma como todo comenzó, terminó. La luz del sol apareció entre las nubes y la claridad regresó.

En el suelo se encontraron los cuerpos de Kabil y Jarik que reposaban inconscientes aún con los talismanes en sus manos.

El viejo corrió para proteger a su amo y él abrió sus ojos lentamente.

– Este es el final, pero también el comienzo de una nueva era, junto con mi hermano – musitó débilmente y miró a Kabil que ahora sonreía con solemnidad.

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Published on May 17, 2021 13:25

El Poder de Gata Ian

El Poder de Gata Ian

Había aterrizado una tarde de tormenta, cuando el cielo cargado de nubes negras se movían de un lugar a otro como si quisieran devorar a la tierra de un solo bocado. Cuando alzó sus ojos al cielo, este se calmó y el Sol apareció de repente. Desde que llegó no había deseado otra cosa que experimentar tanto como le fuera posible la vida humana. Con el tiempo sus recuerdos se perdieron en su alma y solo hasta hoy recordaba quién era. No era tarde, al fin y al cabo había logrado su cometido, y aunque hubiera querido permanecer por más tiempo, era imperativo regresar o todo moriría.

– No sé lo que estoy haciendo – murmuró mirando de forma penetrante dos ojos de pupilas alargadas a las que acompañaban un rugido ahogado.

El jaguar se había levantado del lecho donde dormía apenas lo sintió llegar. Sus patas tensionadas, estaban listas para atacar de ser necesario. El olor que expedía lo molestaba y movía su hocico, pero, sin embargo, no atacaba. Permanecía estático, escudriñando al intruso.

Después de presenciar uno de los peores incendios que habían ocurrido en todo los tiempos en el territorio, Ian había decidido emprender su regreso al monte de Ixcha, pero nada estaba resultando como él quería.

Retrocedía lentamente con sus manos levantadas como señal de rendición, para quedar fuera del alcance del jaguar. Nunca se imaginó que él tendría que llegar a eso, debió haber sabido que cuando adoptó el cuerpo de un ser humano, recibiría el paquete completo. Había conservado sólo la palabra Ian de su nombre, porque no quería olvidar totalmente quién era, aunque, la verdad, el tiempo le confirmó que no tenía control sobre eso.

El sudor se deslizaba sobre su rostro sin retirar la mirada de los ojos cafés brillantes que tenía enfrente. Al final, logró alejarse lo suficiente para sentarse debajo de un árbol. Contemplaba la magnificencia de aquella criatura y recordó la luz resplandeciente que lo acompañó cuando él apareció. En aquel momento, la lluvia había sido torrencial y los destellos de luz deslumbraron a todos los animales que se encontraban cerca.

Ahora, los campos estaban secos porque no había vuelto a llover. El inclemente Xué había provocado que todo ardiera y solo bastó una noche para que el valle junto con el pueblo quedaran totalmente destruidos. Los gritos desgarradores de los pobladores, de aquellos con los que convivió en los últimos meses, aún retumbaban en su cabeza. Por eso, le dolía todo lo que había pasado. Buscaba una solución al problema que él mismo había creado, si se hubiera quedado en el monte de Ixcha, nada de esto hubiera sucedido, pero …

El jaguar rugió con fuerza y lo alertó.

– ¿Qué hago? – le preguntó desconcertado.

Llevaba días caminando en círculos y cuando por fin había logró llegar hasta la entrada del monte de Ixcha, su antiguo hogar, no había nada. Las cinco figuras que resguardaban su ingreso no se presentaron. Las había llamado de mil maneras diferentes, invocándolas por su verdadero nombre: Los Hacedores de Eca, pero ni así, lo había conseguido.

Reflexionaba mientras veía cómo el animal se levantaba. Sus patas gruesas avanzaban hacia él, entonces Ian empujó con su espalda el tronco que tenía atrás en una ataque repentino de nerviosismo y necesidad de supervivencia.

“Es absurdo” se recriminó con soberbia ¿cómo era posible que él tuviera miedo? Era un sentimiento propio de los humanos y él no lo era. Se levantó en un acto de valentía, pero el movimiento brusco alertó al jaguar que flexionó sus patas y tensionó su jeta listo para atacar.

Se abalanzó sobre él y ambos cayeron dando vueltas sobre el piso de la selva. El animal buscaba desesperadamente su cuello, pero Ian era fuerte por lo que era difícil vencerlo. Detuvo su cabeza con las dos manos evitando que lo lastimara y luego lo golpeó en el vientre con sus piernas para mandarlo lejos. Se colocó de pie con rapidez mientras el jaguar hacía lo mismo para comenzar con un segundo ataque. Se irguió sobre sus dos patas y con las garras delanteras se lanzó para embestirlo. Él se retiró y el animal siguió de largo.

Ian sabía que su suerte no podía acompañarlo por mucho tiempo y si no encontraba algo con qué defenderse, todo estaría perdido. Miraba con ojos desorbitados a su alrededor, buscaba una salida y tomó la primera rama gruesa que encontró en el camino. Fue en el momento justo cuando después de escuchar el rugir, el animal lo atacó a la altura de su pecho. Cayó de bruces en el suelo y el dolor de los colmillos aferrándose a su piel llegó inmediatamente. Sintió su sangre caliente manar, pero él también había logrado herirlo en uno de sus costados.

El animal retrocedió confundido y movía su cabeza de un lado para otro. Inmediatamente se escuchó un trueno en el cielo. Ambos sorprendidos, miraron hacia arriba. Por meses nadie en todo el territorio había vuelto a oír el canto de las nubes cuando anuncian la lluvia. Un segundo estruendo que provocó que el aire a su alrededor vibrara, los despertó del encantamiento y el jaguar respondió al llamado con bravura contenida. El rugido había sido fuerte y profundo.

Ian se colocó de pie con sus ropas manchadas de sangre mirando fijamente el horizonte. Su mano se posó accidentalmente sobre la cabeza del animal que había avanzado para quedar junto a él. Estaba en la misma actitud de complacencia, absorto mirando como el día oscurecía por culpa de los nubarrones que se amontonaban los unos con los otros.

Al contacto entre los dos, le siguió una sensación de euforia desbocada que dilató sus pupilas, se giraron para verse mientras la sangre de ambos se mezclaba y pequeños relámpagos brillantes recorrían sus cuerpos. El cielo siguió tronando mientras los espíritus Ian y del jaguar se mezclaban armoniosamente frente a las puertas del monte de los dioses.

Los Hacedores de Eca aparecieron para contemplar el retorno de uno de los suyos. Ian sentía que su verdadera naturaleza regresaba y poco a poco comenzó a olvidar su vida terrenal para recordar su origen, su esencia sagrada. Su mente se enredó con la del jaguar comenzando a elevarse por los aires, en un torbellino de emociones que lo exaltaban. La esfera brillante que los cubría centelleaba y dentro podía observarse una danza frenética entre las dos criaturas que anunciaban la llegada de Gata el dios del trueno y gobernante supremo de la lluvia. Las gotas de agua se resbalaron sin contemplación de los nubarrones y comenzó a llover al mismo tiempo que Ian se despedía del mundo de los hombres.

Los pobladores salieron de sus bohíos maravillados por el regalo tan preciado que estaban recibiendo de los cielos. La bóveda celeste parecía un campo de batalla que expedía rayos azules y amarillos que se estrellaban con la tierra de forma implacable. Fue cuando detallaron que entre las nubes había dos figuras, de las cuales una era conocida por todos; dos ojos de pupilas alargadas rugía intensamente.  Sus bramidos retumbaban en toda la selva anunciando el regreso de los campos verdes, el canto de los pájaros y el croar de las ranas. Desde entonces, se le idolatra con más vehemencia que antes porque el jaguar simboliza el poder del dios del trueno y es el mensajero de la lluvia.

Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2020. Fernanda Maradei

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Published on May 17, 2021 13:22

La Serpiente con Cuernos

La Serpiente con Cuernos

Dos pupilas verticales lo miraban mientras una lengua bífida se movía de un lado a otro examinándolo. La luz que llegaba de arriba le hacía brillar las escamas verdes de su lomo y su cabeza bailaba resaltando dos cuernos encima de los ojos. Su respiración era lo único que se escuchaba mientras retrocedía lentamente para alejarse lo máximo que podía, pero era imposible, porque el hoyo donde había caído era estrecho y la serpiente cubría completamente la única salida que existía. Se giró para tratar de escalar el muro de roca que lo separaba de la libertad, pero era arenoso y se deshacía cuando quería agarrarla con fuerza. A cada intento, las posibilidades de escapar se reducían, fue cuando sintió que abrazaban su pierna y supo que era el final.

– ¿Mako estás ahí? – gritó alguien desde arriba.

– Ayúdame – gimió desesperado y una riata cayó inmediatamente.

El ascenso fue difícil, pero su determinación por alejarse de esa criatura no lo dejó claudicar. Cuando llegó a la cima, sudaba tanto que los hilos de sudor descendían sin contemplación por todo su rostro.

– ¿Cómo fuiste a parar a ese lugar? – preguntó Suk que lo ayudaba a colocarse de pie.

– Pedían ayuda y luego … No lo sé, no vi el agujero – respondió con la voz entrecortada y aún temblando por lo que había sucedido.

La amenaza de una invasión tenía a todos con la piel de gallina. El gran Conquistador Cápac se acercaba a sus territorios, por lo que el Cacique había dispuesto un grupo de guerreros en todo el perímetro para proteger la ciudad del inminente ataque. De él se decía que dominaba las artes oscuras y esa era la razón por la cual ningún pueblo había podido vencerlo. La tensión se respiraba en cada esquina y Mako junto con otros, habían salido para buscar si habían pobladores afuera del cerco de protección. Por eso se encontraba en el bosque cuando desapareció de improviso mientras exploraba el lugar.

Mako permanecía cabizbajo mientras caminaban de regreso al pueblo, porque cuando alzaba la vista se mareaba, así que optó por no despegar la mirada de la ruta. El mundo había cambiado ante sus ojos, se mostraba de una forma nueva y cargada de claridad. Movía su cabeza curioso por los juegos de luces que ahora observaba, contemplaba la energía que rodeaba a las personas. Eran diferentes las unas con las otras, era como un mar de colores que viajaba de cuerpo en cuerpo envolviéndolos. De ellos, emanaban tonos verdes, amarillos, rosados y azules. Era un espectáculo interesante por no decir hermoso, pero el temor a lo desconocido no le permitía admirar la belleza que tenían ante sus ojos.

Se sentó por un segundo y luego decidió que lo mejor era irse a descansar a su hogar. Se sentía enfermo, aunque no lo estaba y se pasaba constantemente las manos sobre su cara para eliminar las ilusiones que tenían enfrente. Al deshacerse de sus ropas, encontró lo que la serpiente le había hecho. La marca había tomado un tono rojo y le enrollaba toda la pierna, inclusive podía verse la huella de dos colmillos cerca de su ingle.

“Veneno” pensó y se recostó temeroso por lo que eso significaba. Pasó sus dedos a través de su cabello ondulado y respiró profundo. Necesitaba descansar.

“Con seguridad mañana todo desaparecerá”

Los gritos de las personas y el ruido de las macanas chocando unas contra otras, lo despertó alterado y se sentó inmediatamente en la cama.

Los estaban atacando.

Salió con su arco tensado para enfrentarse a su enemigo. La luz de la Luna le mostraba incipientemente el campo de batalla. Los cuerpos de mil colores combatían con decisión para evitar que Cápac y sus guerreros destruyeran por completo lo que les había pertenecido por siglos. Disparaba aún con su visión transformada a los intrusos que expedían una energía oscura, para él era fácil diferenciarla de la de los demás que por el contrario brillaban. Después de todo, sus nuevos ojos parecían ser una ventaja en la oscuridad y si antes había sido un arquero excelente, ahora era imbatible. Podía apuntar con facilidad, pero por más que disparaba y daba en el blanco, los guerreros después de caer se levantaban para continuar atacando. Los ánimos comenzaron a decaer cuando las pérdidas mortales crecían mientras que del otro bando, parecían permanecer intactas.

Mako siguió avanzando, y en la medida que se internaba, disparando y usando su macana de vez en cuando para separar al enemigo, comenzó a darse cuenta que la energía que emanaba de sus invasores no era totalmente oscura y había un punto violeta que brillaba con intensidad a la altura del estómago. Atacó con su saeta en esa dirección y el guerrero se derrumbó en el suelo para no levantarse. Después de eso, los enemigos caían como hormigas uno tras otro, sin poder levantarse.

– Al estómago – gritó. – Ataquen en sus vientres y venceremos.

Su voz sonó potente y cargada de adrenalina. Nadie refutó y la estrategia de ataque cambió. La arremetida fue contundente y después de varios minutos el invasor tenía todas las de perder. Comenzaron a huir como ratas hacia el bosque sin haber cumplido con la orden de su líder Cápac.

Mako se sentó exhausto, las primeras luces del alba asomaban para anunciarles que habían ganado. Él contemplando lo que había pasado, reflexionaba. Aún se sentía enfermo y su alma parecía oscurecer con lo que había sucedido.

Sin decirle a nadie, se levantó en dirección del lugar donde se encontraba la serpiente. Necesitaba aclarar el asunto.

– ¿Qué me hiciste? – gritó al interior del hueco, pero nadie respondió y se llenó de soberbia.

Estaba untado de sangre de pies a cabeza y ahora lucía nuevas heridas en el torso y los brazos. Su cabello crespo le tapaba los ojos y se los removía constantemente ansioso porque solo podía ver un agujero oscuro y vacío. Se alistó para bajar y enfrentar a aquella cosa que lo había embrujado, porque ver la energía oscura de esos salvajes no podía ser otra cosa que una maldición y él no se lo merecía.

Pero cuando se dispuso a descender apareció una mujer que brillaba y Mako se detuvo y la observó detalladamente. Era hermosa de cabello liso y ojos redondos con largas pestañas, pero en lugar de piernas tenía un cuerpo largo y escamoso que él no tuvo problemas en identificar como el de la serpiente que lo había hechizado. Así que se irguió frente a ella para enfrentarla.

– ¿Qué me hiciste?

– Lo que se debía hacer para proteger a tu pueblo – contestó. La voz era suave y melodiosa.

Él alzó sus cejas sorprendido, pero inmediatamente volvió a su expresión seria.

– ¿Me has embrujado?

– Te he hecho invencible.

– No lo quiero – refutó sin pensarlo. Aún no se le iba de su cabeza la energía oscura que había percibido de los invasores, las emociones que le llegaban a su cuerpo después de eliminarlos lo embargaba con sentimientos contradictorios de venganza y satisfacción. Algo que él no quería sentir.

– ¿Estás seguro?

Mako la miró por un segundo mientras se debatía internamente. Era cierto que sin esa nueva habilidad no había logrado vencer a los hombres de Cápac, pero por otro lado se sentía enfermo; invadido por la misma oscuridad de sus invasores.

– ¿Qué es lo que siento? – esta vez había cambiado la pregunta, necesitaba entender a qué se enfrentaba.

– Percibes las almas.

– ¿Pero por qué siento tanta oscuridad?

– Porque la batalla ha terminado.

– ¿Con el tiempo se irá? … esto que siento ¿se irá?

– No.

Mako respiró profundo.

– ¿Quién eres?

– Eso que estás pensando, eso es lo que soy.

El guerrero clavó sus ojos en ella porque había escuchado leyendas sobre la serpiente con cuerpo de mujer. Para muchos era símbolo de vida, pero al mismo tiempo de muerte, además era inmortal porque cambiaba su piel y nunca envejecía. Los ancianos decían que aquella deidad se camuflaba perfectamente con el bien y el mal, por lo que muchos le temían y otros la adoraban. Él al tenerla enfrente suyo, sentía que el miedo le azotaba las entrañas.

– No quiero eso que me has dado – espetó con seguridad.

La mujer sonrió mientras agitaba su cola con suavidad. Mako observó atónito que de sus poros salía una estela de humo que se mantuvo suspendida por unos segundos sobre la superficie. Era como estar inmerso en una nube poco espesa que luego empezó a ser absorbida por la tierra. La aspiraba y mientras ocurrida se escucha el murmullo de las almas que la contenían. Cuando Mako alzó sus ojos solo encontró una serpiente con cuernos, de escamas verdes y vientre rojo que se escurría dentro del agujero con agilidad.

Regresó a su pueblo pensativo, no estaba seguro de haber hecho lo correcto, pero ya era demasiado tarde,  la conexión que se había establecido en algún momento con la diosa se había perdido para siempre.

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Published on May 17, 2021 13:19

La Dama del Anillo

La Dama del Anillo

Qori había crecido sola y ya no recordaba su verdadero nombre, ni siquiera que en algún momento de su vida había podido tocar a un dragón. Algo que era casi imposible porque los pueblerinos decían que ya no existían. El último había sido el Gran Dragón Azul y se había marchado después de crear el Árbol de Fuego.

Estaba sentada al lado del risco que limitaba con el mar. Ese era su lugar favorito para dormir porque podía ver las estrellas mientras cerraba los ojos y los sonidos de las olas la arrullaban dulcemente. Miraba fascinada como la lluvia caía mientras el rocío le acariciaba la cara, estaba completamente mojada de pies a cabeza, pero eso no le molestaba porque el techo de su alcoba era nada más ni nada menos que, la bóveda celeste. Aunque no tenía un adulto que la cuidara, le complacía pensar que los chicos del pueblo la envidiaban porque podía hacer cualquier cosa, pero en el fondo, cuando miraba a las familias añoraba tener una. No sabía por qué le había tocado una vida diferente.

El cielo se iluminó y la “niña” como todo el mundo la llamaba, observaba las nubes negras y detrás de ellas el resplandor. Casi inmediatamente emergió un hilo brillante y retorcido que se estiró hasta que tocó el suelo. Con el rayo, vino el estruendo y el piso tembló.

–¡Wow! – exclamó sorprendida y esperó al siguiente, que no se demoró en llegar.

Decenas de rayos cayeron en pocos minutos y la niña no dejaba de mirar para todos lados tratando de adivinar dónde caería el próximo. Era un espectáculo único.

Tenía sus ojos clavados en el cielo cuando detectó una sombra pequeña que parecía saltar de nube en nube. Su figura se confundía con los nubarrones que resaltaban con el violeta oscuro del fondo. Al siguiente rayo, la figura se dejó caer precipitadamente y la niña contuvo la respiración, porque el extraño caía y su cuerpo se acercaba con rapidez al mar, donde la muerte sería inminente. Pero en el último momento, remontó con agilidad. Era como si hubiera absorbido el rayo. El trueno nunca llegó y la luz se extinguió inmediatamente.

Qori pegó sus ojos a la figura que seguía moviéndose de un lado a otro, era como seguir con la mirada a un mosquito en un espacio abierto mientras llovía. No desistió hasta que la vio aterrizar en la parte norte del pueblo. Sin pensarlo demasiado, descendió apresuradamente y echó a correr para encontrar aquella cosa extraña. Tenía que descubrir de qué se trataba.

Fanar era un pueblo pequeño y lo conocía bien. Así que no le tomó trabajo llegar a la parte alta donde suponía que había caído aquello, fuera lo que fuera. Entró con cautela, pero la noche estaba oscura y no podía ver con claridad. Se mantuvo quieta como una estatua por si sentía algún movimiento extraño, pero salvo por los perros que deambulaban buscando comida, no había nada. La lluvia aún caía a cántaros y viajaba de un lugar a otro por culpa del viento, como cortinas veladas que bailaban armoniosamente.

Sintió frío y se cubrió con sus manos. Ya estaba por retirarse cuando uno de los animales que se peleaban por los restos de basura de una de las viviendas, la sintió. Se giró y comenzó a bufar. Ella retrocedió, desde que se acordaba siempre tenía que pelear con ellos para conseguir algo de comer. Sus gruñidos alertaron a dos más y de un momento a otro estaba rodeada por cuatro perros que mostraban sus dientes de forma amenazante. Pasó saliva y se mordió el labio, y cuando estaba a punto de recibir el primer mordisco la expresión en el rostro de las bestias cambió; bajaron las orejas y luego el rabo para salir corriendo entre gemidos ruidosos.

Qori se giró para saber qué los había asustado, sus pupilas se dilataron porque enfrente de ella había una estructura larga y delgada que reflejaba su rostro como si fuera un espejo y además levitaba. Cuando alzó su mano para tocarla, esta se cerró hasta quedar del tamaño de un puño y luego desapareció. Estaba tan asombrada que había perdido la capacidad para hablar. Pasmada y sin poder moverse, siguió detallando el lugar. Aún llovía y la pequeña detalló que las gotas se desviaban de su trayectoria inminente hacia tierra, ondulaban como siguiendo un contorno, y de pronto, fuera lo que fuera lo que estaba delante de ella, comenzó a alejarse.

– ¡ESPERA! – gritó con voz entrecortada y enseguida la claridad de lo que estaba viendo llegó a su mente. Estaba muy oscuro, pero ahora bajo uno de los rayos de luna el rostro de una persona se mostraba ante ella.

La mujer ladeó su cabeza un poco y aguardó.

– Espera – repitió con más calma y se acercó prevenida.

– ¿Puedes verme? – Qori asintió. – Eso es imposible porque los humanos no pueden vernos … ¿Sabes lo que soy? – la pequeña negó con la cabeza. – Soy un fantasma – dijo con voz severa, esperando que con esa revelación la pequeña huyera despavorida.

– ¡Aja! – fue su respuesta mientras admiraba los destellos azules que salían del cuerpo de la chica. La hacían ver hermosa.

Ella alzó una de sus cejas y la miró aún más desconcertada.

– ¿Sabes lo que es un fantasma?

Qori se encogió de hombros.

– Somos espectros – clarificó, pero la niña seguía mirándola más con ojos curiosos que con miedo. – La gente nos teme porque dicen que somos malos – siguió en su afán de convencerla.

– No pareces mala – respondió la niña. – A mí me parece que eres muy bonita.

La mujer dibujó una leve sonrisa aún sorprendida y dio un paso hacia atrás con el propósito de retirarse, pero la pequeña la siguió.

– ¿Eres tú? – preguntó de repente al darse cuenta lo que la mujer llevaba en su espalda. Corría para tratar de seguirla, sus piernas eran muy pequeñas y le costaba trabajo alcanzarla. – Vi como volabas, capturaste los rayos ¿Cómo lo hiciste? ¿Me enseñas? Yo podría …

– Uo uo uo ¿No respiras cuando hablas? – ya estaban en las afueras del pueblo y Qori no se le despegaba. La miró con detenimiento, parecía que iba a ser difícil zafarse de ella, así que se detuvo para indagar un poco más – ¿Cómo te llamas? – le preguntó después de colocar en el piso varias botas en forma de cuerno que llevaba cargando en sus hombros.

La lluvia comenzaba a ceder.

– Niña – respondió inmediatamente.

– ¿Qué nombre es ese?

Qori se encogió de hombros.

– Todos me llaman así – se disculpó. – ¿Y tú?

– Nayarak – dijo mirándola fijamente. – ¿Qué haces tan tarde en la calle? Esos animales hubieran podido herirte.

– Te seguía porque vi lo que hiciste.

– Pero es de noche ¿Dónde están tus padres?

La pequeña se mordió los labios. No le gustaba que le hicieran esa pregunta porque no conocía la respuesta.

– ¿Y bien? – insistió.

– No sé.

Nayarak la miró con más detalle, ella también había sido huérfana y sabía lo que eso significaba en un pueblo como Fanar. Ella tendría que sobrevivir por su cuenta.

– ¿Qué son? – preguntó Qori señalando los cuernos que yacían en el suelo.

– Ya lo dijiste … rayos, soy una cazadora de rayos.

– Y … ¿Qué vas a hacer con ellos?

Nayarak sonrió antes de contestar, empezaba a caerle bien la pequeña.

– Es mi alimento.

– Yo quiero, tengo hambre – respondió con un brillo en sus ojos. La mayor parte del tiempo la dedicaba a buscar comida, pero a veces era difícil para una niña como ella y generalmente tenía hambre.

– No puedes – su voz era risueña. – Los humanos comen otras cosas. – la miró largamente. – Debo irme – le dijo y se arrodillo para quedar enfrente de Qori.

– ¿Puedo ir contigo?

Sonrió, sabía que iba a formularle esa pregunta, pero era imposible que un espectro caminara junto a un humano. Ni siquiera entendía cómo la pequeña podía verla. Sentía algo especial en ella, pero no sabía qué era y llevarla junto a los otros fantasmas sería un grave error, porque ellos también sentirían la energía que emanaba de su cuerpo y ellos se alimentaban de energía.

– ¿Sabes qué? – comenzó diciendo Nayarak y se quitó el anillo que tenía en su dedo anular. – Tómalo – se lo ofreció. – con este podrás crear un escudo que te ayudará a vencer cualquier cosa. Ya viste cómo funciona.

– ¿Los perros?

Ella asintió y Qori sonrió contemplando aquella joya que colocó en su dedo pulgar. Nunca nadie le había dado un regalo y menos algo tan especial como un anillo.

– Gracias – musitó.

Nayarak la besó en la frente y se colocó de pie, era el momento de marcharse. Necesitaba llegar al bosque Azur lo más rápido posible para llevar el cargamento de rayos a los otros espectros.

– Cuídate niña – le dijo con una sonrisa. – No te preocupes, no me olvidaré de ti, te prometo que nos volveremos a encontrar – y luego simplemente desapareció.

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Published on May 17, 2021 13:16

Lazos Oscuros

Lazos Oscuros

Cneo miraba a su hermano desde el límite noroeste del Bosque Sombrío. De vez en cuando se reunían para mantener la conexión que los unía desde el mismo momento en que fueron creados. Era tan fuerte que ni siquiera la permanencia de Kaeso en la Estirpe Oscura había logrado romperla. Pero ahora, dudaba porque cuando él perdiera sus últimos trazos de humanidad, ya no volvería a reconocerlo y sería el final para los dos.

– ¿Por qué? – le dijo Cneo desde la parte exterior del bosque, donde el sol besaba su piel sin ningún impedimento. No se resignaba a verlo partir.

Su hermano gemelo era parte de su vida, de su ser y la unión que tenían era mucho más grande que la de las simples palabras. Cneo sabía que los mitos sobre los gemelos a veces eran exagerados, pero entre ellos había una conexión intangible y muy real, que los demás nunca podrían llegar a entender.

– ¿Por qué Kaeso? – repitió.

– Ya no respondo a ese nombre – dijo con un matiz de voz neutral, carente de cualquier sentimiento.

– Es el único que acepto – contestó y frunció el entrecejo. Una cosa más que odiaba de ese lugar. Él había logrado escapar cuando los capturaron, pero su hermano no lo había conseguido. Cuando trató de recuperarlo, ya era demasiado tarde, Kaeso había probado del jugo negro y se había convertido en un súbdito de los Beltza, los líderes de la Estirpe Oscura. Le habían dado un nombre nuevo y una nueva razón para vivir. Balanceaba su cuerpo en el otro pie para continuar hablando, necesitaba convencerlo. – Puedes venir conmigo ahora mismo. Eres un guerrero excelente y podemos cubrir tus huellas sin problema. Nadie sabrá a dónde nos fuimos.

– Vine porque sabía que me estabas buscando. Deja de hacerlo – lo miró fríamente con sus ojos negros sin pupilas y se volteó para adentrarse en el bosque.

– No puedo – espetó con severidad Cneo.

Kaeso se detuvo, pero no se giró. Le daba la espalda mientras su hermano continuaba hablando con una voz entrecortada cargada de sentimiento y de impotencia.

– ¿Qué es tan importante qué te impide dejarlos? – preguntó, aunque en el fondo sabía que el jugo negro que corría por las venas de Kaeso era lo que lo dominaba, sus pupilas negras siempre se lo recordarían. Él tenía los ojos azules, pero su hermano, por culpa del inmundo líquido se tornaban oscuros. – ¿Has olvidado todo? Tu familia, tus padres … yo.

– Soy alguien importante aquí y los Beltza quieren que me una a ellos.

– ¿Y después? Lo has pensado … perderé a mi hermano y no puedo aceptarlo.

Kaeso se mantuvo erguido, como si reflexionara, aunque todos sabían que los cuervos, como les decían despectivamente a los guerreros de la Estirpe Oscura, eran incapaces de hacerlo por culpa del jugo negro. Se giró lentamente y lo observó por varios minutos.

– No lo habías contemplado ¿cierto?, nacimos juntos y moriremos juntos … fue lo que prometimos una vez ¿Lo recuerdas?

El tiempo se prolongaba y su hermano solo permanecía estático sobre el lindero del bosque, cubierto por la oscuridad que lo acompañaba y por el aroma a moho que despedían los árboles que se encontraban a su alrededor.

Cneo levantó su mano ofreciéndosela, convencido de que lo seguiría y cuando su hermano avanzó hacia él, su corazón se disparó de efervescencia.

Kaeso lo abrazó como hacía años no lo hacía. Un apretón emitido con fuerza que Cneo respondió sin pensarlo. A su mente vinieron todos los recuerdos de niñez; sus travesuras y complicidades. Su mejor amigo estaba de vuelta y la alegría no le cabía en el corazón.

– Acompáñame – le dijo con seriedad. – Me encargaré de que no nos separen y viajemos juntos durante el trayecto hasta los Beltza. Podrás ver la magnificencia y el poder de la Estirpe Oscura. Así podremos permanecer juntos y cumplir con nuestra promesa.

Cneo abrió sus ojos como maras. Eso no se lo esperaba. Trató de pronunciar algo, pero las palabras se le quedaron pegadas en el paladar.

Su hermano lo contempló unos minutos más y luego asintió débilmente. Su conexión era tan fuerte que de pequeños habían logrado comunicarse sin necesidad de palabras, solo una mirada era suficiente para comprenderse.

Kaeso retrocedió y apretó la boca antes de marcharse.

Cneo vio cómo se alejaba para entrar nuevamente en la oscuridad del Bosque Sombrío y con debilidad logró hablar tartamudeando.

– E-Espera.

Su hermano volvió a detenerse.

– ¿N-no los abandonarás? – sonaba derrotado.

– Esta será la última vez que nos veamos – Kaeso lo detallaba con su rostro inexpresivo de pupilas negras, y comenzó a alejarse de nuevo.

Esta vez fue Cneo quien ingresó en el bosque y la oscuridad lo envolvió completamente. El ruido de sus pasos al pisar las hojas y ramas que yacían en el suelo, retumbaron por toda la arboleda. Se rascó la nariz por culpa del olor viciado que despedía el ambiente y contempló a su único hermano. Su hermano gemelo.

Kaeso lo miró molesto y abrió la boca para terminar de una vez por todas con esa conversación. Su hermano nunca entendería que para él, regresar no era una opción así lo quisiera, porque los cuervos sólo obedecían los mandatos de los Beltza. Esa era su razón de vida.

 Cneo levantó la mano para que no hablara y lo miró largamente.

– Iré contigo – musitó resignado. “Lo regresaré a casa así me toque convertirme en un cuervo” se dijo y suspiró profundo.

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Published on May 17, 2021 13:12

La Invasión de Suesux

La Invasión de Suesux

El olor a humo lo despertó. Miró a través de la ventana para contemplar atónito el incendio que arrasaba con la ciudad. No entendía lo que estaba sucediendo porque desde que llegaron todo había transcurrido en calma. Hacía tres noches que se encontraban en Suesux y los preparativos para la ceremonia estaban casi terminados. 

El ruido de la puerta lo despertó de sus cavilaciones y se giró para mirar.

– ¿Qué sucede? – preguntó sin esperar a que su amigo ingresara a la habitación.

– Nos atacan – respondió agitado y luego comenzó a toser sin poder detenerse.

Yaku tomó la jarra de agua para servirle un vaso, pero estaba distraído mirando a los niños que dormían plácidamente sin percatarse de lo que sucedía afuera.

 – Así está bien – Rumi se acercó para arrebatarle el vaso antes de que el líquido se desbordara. Había dejado de toser y también contemplaba a los pequeños protectores al igual que Yaku. – ¿Qué hacemos? Si los encuentran estarán en peligro.

– Hay que sacarlos de aquí – respondió con voz resuelta el más anciano de los dos.

Después de despertarlos comenzaron a avanzar en medio de los pasillos del palacio. Las personas se movían de un lado para otro buscando la forma de huir de la catástrofe que se avecinaba. Los pequeños caminaban tomados de las manos, habían sido elegidos por la diosa Sia como protectores del pueblo del Agua. La más pequeña de los cuatro miraba con ojos nerviosos el aspecto que ahora tenía el gran salón. Unas horas antes había servido para conocer al futuro cacique del pueblo del Sol, pero en ese momento las llamas lo consumían lentamente. Un estruendo que derrumbó parte de la pared que tenían enfrente los hizo retroceder.

– Hay que dividirnos – espetó Rumi.

– No estoy seguro – Yaku observaba todo a su alrededor, el espacio por donde iban a salir ahora se encontraba bloqueado por el muro que había caído. – Los necesitamos a los cuatro.

– Por eso – Tosió, la estela de polvo que se había levantado más el humo del ambiente no lo dejaban respirar. – Nos vemos en la laguna.

– ¿En la laguna?

– No pueden capturarlos o todo estará perdido – hablaba con firmeza. –  Sin ellos no habrá ninguna ceremonia.

–  ¿No estará pensando en el portal?

Rumi asintió nervioso.

– Tampoco me gusta, pero hoy los astros nos favorecen. Temíamos que el eclipse ayudara al pueblo de la Luna de alguna forma, pero nadie imaginó que lo utilizarían para destruir la ciudad esta misma noche. Quieren desalojar al pueblo del Sol de estas tierras, pero si nombramos al príncipe como cacique su plan habrá fallado.

– Está bien, pero no se demore o no podrán atravesarlo. 

Tomó a dos de ellos de las manos y se acuclilló para mirarlos a los ojos mientras les explicaba calmadamente lo que iban a hacer. Miró a su amigo y sin perder un minuto más, comenzó a huir hacia el punto de encuentro.

La oscuridad de la noche y el aire cargado de humo reflejaba el caos y la caída del cacicazgo. Su contextura robusta hacía que se moviera con dificultad, pero eso no lo haría desistir. Sudaba copiosamente mientras corría a través del palacio llevando consigo a los dos niños que con dificultad le seguían. 

Entraron a un gran salón sin techo, que tenía jarrones de barro inmensos a lo largo del pasillo. En el centro se levantaba una hermosa fuente de agua cristalina con la figura de una mujer. La estatua sostenía un cuenco mientras parecía tocar con sus dedos el estanque donde decenas de pececillos de colores nadaban sin percatarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Una mujer le cerró el paso y tuvieron que detenerse.

– Yaku – susurró. – Han bloqueado la entrada principal, no podrás salir por ahí.

– Iré por el bosque hasta llegar a la laguna, no te preocupes. Todo saldrá bien.

Aquella mujer se había quedado contemplando la fuente, sus ojos estaban desorbitados por el miedo y temblaba ligeramente. Yaku la conoció cuando llegó a Suesux porque hacía parte del séquito personal del príncipe del pueblo del Sol, al verla tan desesperanzada tuvo que hablarle con voz gruesa para que reaccionara.

– Sia los protegerá … ya deberían saberlo.

Ella asintió y se mordió los labios.

– ¿A dónde los enviarás?

– A Bacatá.

La mujer asintió y se retiró para que marcharan, pero no dejó de observarlos hasta que se perdieron en medio de las calles.

Siguieron corriendo sin parar, atravesaban la arboleda mientras los gritos que venían de la ciudad comenzaban a apaciguarse. Lo estaba logrando y en la quietud momentánea que la noche le estaba regalando, pensó en la suerte que tendrían los pequeños al llegar a ese mundo desconocido.

“Sia los protegerá” se convencía.

– Ya casi llegamos – los animó mirando al cielo. – ¡Vamos! aún se puede hacer – dijo aliviado apresurando la marcha.

Una pequeña sombra de forma circular comenzaba a devorar a una de las lunas y la oscuridad que los abrazaba se tornaba cada vez más profunda.

Las aguas tranquilas de la laguna aparecieron ante sus ojos y el hombre los invitó a que se acercara a la orilla. Los pequeños obedecieron. Estaban muy asustados, la niña temblaba mientras su hermano se acercaba a ella para protegerla. Al tomarla de la mano un ligero brillo se desprendió de sus cuellos. Cada uno tenía un tatuaje dibujado al lado de la oreja derecha en honor a su protectora, la diosa Sia.

– Vengan – les dijo Yaku mientras les ofrecía su mano para que lo siguieran. Hablaba con ternura porque había notado el miedo en los ojos de los niños. – Todo saldrá bien – les dijo para calmarlos.

– ¿Por qué tenemos que irnos? – Nym era el mayor de los dos.

– No quiero irme – Quyn comenzó a sollozar y se limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano.

– Si se quedan puede que ocurran cosas malas … allá estarán a salvo. No deben temer.

Los gritos de varios guerreros que parecían acercarse alteró al viejo. Sacó de su bolsillo dos pequeños dijes de oro que colocó en sus cuellos y luego los besó suavemente en la frente. Los pequeños no se habían soltado de las manos y el agua había empezado a vibrar.

“¿Dónde estás Rumi?” pensaba mordiéndose los labios. El tiempo se agotaba y cuando el eclipse acabara no podrían irse. Reflexionaba sobre las opciones que tenían mientras esperaba con ansias que su amigo llegara.

Vislumbró unas figuras que venían del fondo y respiró aliviado. Volvió a observar al cielo, si se apresuraban podrían lograrlo, bajó la mirada y el ruido de la voces comenzaron a llegar.

– QUÉDESE QUIETO – gritaban y una flecha surcó los aires para incrustarse a unos pasos de él y los niños.

El anciano se arrodilló inmediatamente frente a los pequeños. Tenía que enviarlos por el portal, no podía esperar un minuto más.

– Todo saldrá bien – les dijo calmadamente mientras se separaba para dejarlos solos. – Recuerden que aquí siempre los estaremos esperando y no olviden que la diosa Sia los protegerá hasta que regresen a casa.

Los pequeños avanzaron con timidez como les habían enseñado a hacer en el pueblo del Agua. La diosa se manifestaba de muchas formas, pero su favorita era la neblina. Llegó y se enredó en sus cuerpos para cubrirlos completamente.

– Deténgase anciano – espetaron los guerreros del pueblo de la Luna que ya lo habían alcanzado.

– ¿Qué hace aquí? Todos han sido convocados a la plaza principal.

– Nada, ya iba para allá – respondió con firmeza el sacerdote, pero sus ojos estaban clavados en la bruma.

Respiró aliviado porque los protectores de Sia se habían marchado.

Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2020. Fernanda Maradei

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Published on May 17, 2021 13:09

La Fuente Dorada

La Fuente Dorada

Planeaba sobre el mar Njord. Había descendido tanto que sus patas acariciaban el agua creando una estela de color blanco al pasar. Era la primera vez en quinientos años de vida que estaba solo. Los dragones eran fieles a las alianzas que tenían con la Estirpe Draco e inclusive, estas se transmitían de generación en generación. Por eso, sin Niku, se sentía perdido. Al buscarlo sin éxito en Isla Dragón, decidió retirarse y dirigirse más allá de los acantilados en las tierras que ellos llamaban El Aliento de Fuego; tierras vírgenes que les habían pertenecido desde los tiempos del Gran Dragón Azul.

– Brrrgh – el estómago había sonado tan alto que lo despertó de sus cavilaciones.

Observó a través del agua y no tardó en encontrar un cardumen de peces. Subió agitando sus alas con fuerza y cuando consideró que la altura era la apropiada, se giró para dejarse caer al vacío. El viento se introducía con fuerza a través de sus escamas forzándolo a ceder, pero él replegaba aún más sus extremidades para mantener su cuerpo lo más retraído posible. La velocidad aumentaba y con ella, la sensación de vértigo. La percepción de libertad y poder que era inexplicable. Solo cuando sintió el olor a mar se permitió abrir sus fauces y entró al agua en picada. La pesca había sido perfecta.

Estaba recostado lamiéndose las patas sobre una de las rocas altas que limitaban con el mar, cuando sintió que lo llamaban y miró al horizonte pensativo.  “El llamado” no podía venir de Niku porque sabía que estaba preso bajo tierra. Bajo esas profundidades un dragón no podía sentir a su compañero. Las prisiones de la Estirpe Draco estaban diseñadas para que un guerrero no pudiera utilizar la energía que fluía de sus cuerpos y comunicarse con su dragón.

“¿Será alguien de su linaje?” pensó Ryu, era la única explicación posible.

Cerró los ojos para captar mejor las sensaciones ¿Cómo era posible que no lo hubiera detectado antes? Además, siempre estaba con Niku en Isla Dragón, eran casi inseparables ¿Cómo no le contó que tenía más familiares y que él no era el único que quedaba?

Ese último pensamiento lo molestó tanto que una estela de humo salió de su nariz. Movió con fuerza la cabeza para alejar los pensamientos y comenzar a notar el llamado en su corazón. La energía que fluía de aquel ser era intensa y sin perturbaciones; no había odios, ni rencores, pero tampoco ambiciones, solo una inmensa alegría mezclada con temor y eso lo desconcertó. Estaba tan acostumbrado a sentir la de Niku que había olvidado que no todas eran iguales, y esta, evidentemente no se parecía a la de su compañero de aventuras.

Hizo un barrido rápido con su vista para localizar la fuente del llamado. Comenzó por el Bosque Dorado y terminó en los árboles que estaban después de los riscos. Estaba dándose por vencido, cuando a último momento lo percibió y rugió con satisfacción.

“Allí estás” pensó.

Los dragones solo se hacían visibles con los Draco debido a la alianza que mantenían, así que se ocultaban de los demás pueblos de las tierras del Sur. Desde que la Estirpe Draco abandonó el territorio, los dragones también lo hicieron. La guerra que sostenía la Estirpe Dorada con las tierras Norte, a ellos no les gustaba y menos que la bruma oscura que el Gran Dragón Azul ya había logrado desaparecer, hubiera vuelto para infectar los bosques con su inmundicia.

Miró en dirección del llamado y pensaba.

“¿Por qué un guerrero Draco estaba en esas tierras que ya no les pertenecían?”

Un mal presentimiento le recorrió hasta la última escama de su cuerpo, y se encaminó con cautela en la dirección que su corazón le indicaba.

Llevaba más de dos horas de vuelo, pero en la medida en que avanzaba sentía que el llamado venía de más lejos. Así que continuaba bajando hacia el sur, hacia los límites con el Mar Central.

El trayecto le tomó dos días. La señal con el pasar de las horas crecía y se convenció de que el Draco que la emitía debía ser un poderoso guerrero.

“¿Cómo era posible que no lo hubiera sentido antes? Y ¿Por qué Niku nunca se lo había dicho?” Aquellas preguntas se las repetía sin cesar y cada vez que las recordaba, lo enfurecían. Enrolló su cola a modo de protesta para tratar de dormir. Mañana continuaría bajando y esperaba que al medio día pudiera divisar los pueblos costeros al lado del Mar Central.

El número de personas aumentó al acercarse a Fanar, el primer pueblo que divisó y donde el llamado era más fuerte, así que se encaminó en dirección del bosque Aqua para ocultarse. Para su satisfacción el lugar estaba vacío y se metió entre la vegetación.

Para ser un dragón, Ryu era discreto, además tenía la ventaja de que los árboles que crecían en la arboleda eran robustos con ramas que caían por su peso, llenos de hojas de gran tamaño que cubrían casi totalmente su piel de escamas de color naranja. También había un río ancho de aguas tranquilas y cálidas que lo bordeaba y en el fondo se podía divisar a uno de los diez árboles sagrados de las tierras del Sur. Lo contempló por un momento porque la energía que fluía de él era la misma que viajaba por sus venas.

Agachó su trompa para seguir el rastro. La sensación que le producía la energía era tan fuerte que por momentos lo nublaba. Sin embargo, no era mala, al contrario, se sentía dulcemente atraído por la pureza que la contenía. Eso lo llenó más de curiosidad, porque en sus quinientos años de vida, y desde que se había unido al linaje de Niku y sus ancestros, nunca había sentido algo así.

Un brillo en el fondo le llamó la atención y se apresuró para mirar de qué se trataba. Venía del río. Se había creado una especie de fuente natural bordeada de matorrales repletos de flores y rocas grises que contrastaban con el azul del paisaje. Metió su pata para tocar los hilos dorados que fluían a través del agua. Los peces podían verse con claridad y pasó saliva, tenía hambre, pero primero quería encontrar al guerrero Draco que era capaz de hacer eso.

Se ocultó lo mejor que pudo y se concentró para escuchar todos los sonidos que venían del lugar.

Había una rana que croaba con suavidad y luego un pájaro que descendió en picada sumergiéndose para luego salir agitando sus alas completamente mojado. Un poco más allá escuchó varios grillos y luego el salpicar del agua cuando uno de los peces saltó para comérselos. Había tanta quietud y sin embargo, no encontraba lo que estaba buscando, hasta que alguien le habló.

– ¿!Un miau¡? – dijo una vocecilla y acercó su mano.

La reacción de Ryu fue alejar su cabezota, pero un segundo después la pequeña volvía a tocarlo con curiosidad caminando a través del agua que ya le llegaba a la cintura.

“¡Espera! ¡detente!” le dijo, pero no estaba seguro que pudiera escucharlo en su mente. El cachorro humano era muy pequeño para lograr hacer algo así.

– ¿Pod qué? – la voz de la chiquilla era suave y hablaba a media lengua. Supuso que no podía tener más de cuatro o cinco años.

“Sal del agua, deben estar buscándote” – contestó aún preocupado y miró a su alrededor para saber si había algún adulto que pudiera descubrirlo.

La niña obedeció, y el tono dorado del agua desapareció al salir de ella. Ryu abrió los ojos asombrado y sin percatarse la chiquita ya estaba otra vez cerca de él. Había bordeado la orilla y ahora acercaba su mano para acariciarlo. Confundido por lo que estaba viendo se dejó hacer. La energía fluyó hasta su cerebro con rapidez y sus pupilas se dilataron maravilladas por la pureza que emanaba de ella. La niña debió haber sentido lo mismo porque comenzó a reírse como si le produjera cosquillas.

“¿Dónde están los demás?” le preguntó buscando infructuosamente a un adulto.

La expresión de su rostro cambió y comenzó a morderse el labio atemorizada.

“¿Estás sola?”

Ella negó con la cabeza y miró entre la vegetación con intranquilidad. Había puesto las manos hacia atrás y apretaba los labios. En eso escucharon las voces de un hombre que llamaba con desespero. La pequeña se sobresaltó y retrocedió aterrorizada.

– QORI, PEQUEÑA DEMONIO – los gritos se acercaban – YA VERAS CUANDO TE ENCUENTRE.

“¿Es tu padre?”

La niña estaba tan asustada que no contestaba.

Ryu cavilaba con rapidez. Evidentemente el llamado venía de ella, pero no era una guerrera y por la ropa que llevaba, no podía decirse que era una Draco. Entonces ¿por qué había energía en ella? ¿Por qué podía escuchar a un dragón?

– QORI. NIÑA ¿DÓNDE ESTÁS? – el tono lleno de soberbia era cada vez más audible.

La voz estaba encima de ellos y Ryu se escondió abandonándola. Se maldijo por su cobardía, pero no podía arriesgarse si no estaba seguro. Los dragones no podían mostrarse en las tierras del Sur.

Sus fosas nasales detectaron que el hombre estaba ebrio, era de contextura gruesa y la ropa que llevaba estaba en muy mal estado. Avanzó hacia la niña para cogerla, estaba visiblemente molesto y caminaba entre trompicones a causa de su estado de borrachera.

– ¿Qué sucede contigo? – le recriminó. – Te quiere ver – y la tomó de la mano para jalarla. – ¿¡Estás mojada!? – le dijo.

– Miau – dijo Qori señalando la vegetación.

Lo llamaba, pero Ryu no se decidía.

– ¿Un gato? – gritó el hombre mientras la tiraba para que se moviera. – La paga que recibo por ti no incluye una mascota, así que camina niña.

El dragón pensaba mientras los veía desaparecer en el bosque. La última frase le hizo suponer que no era su padre y que tal vez la había secuestrado. ¿Y si se la robaron a Niku? Pero él hubiera sabido si tenía una hija. Él era su dragón. Negó con la cabeza, no entendía qué sucedía, pero si iba a intervenir debía ser ahora, después sería demasiado tarde.

Se apresuró para cerrarle el paso. Abrió sus alas para elevarse cuando una segunda voz le llegó de improviso y retrocedió.

– Aquí está – dijo el hombre. – Debió haberme esperando a que la llevara. Siempre hace lo mismo, no sé que tiene este lado del bosque que le llama tanto la atención. Pero ya ve, está en perfecto estado.

– Un poco flaca – la que hablaba era una mujer. – En cambio tú engordas cada tanto.

El sujeto soltó una carcajada.

Qori seguía mirando en su dirección y Ryu sentía sus ojos clavados en él. La mujer utilizaba el uniforme propio de los guerreros de la Estirpe Dorada, no había duda en eso. Aparentemente, era quién le pagaba al hombre, pero ¿Por qué?

– Su madre murió – dijo escuetamente la guerrera. – Así que necesito que la desaparezca – Le dio una bolsa de monedas y lo miró fijamente. – ¿Me entiende lo que estoy diciendo?

Para sorpresa del dragón, el hombre pasó saliva y largo la mano para alcanzar el dinero que le ofrecían.

– ¿Lo harás? – inquiero la mujer con voz gruesa.

– Buscaré la forma de hacerlo – dijo pausadamente. – Pero con ella podríamos ganar mucho dinero, mire sus ojos … nadie tiene un tono así en todas las tierras del Sur. Los hombres pagarían por estar con ella.

“¡Sus ojos!” se recriminó Ryu ¿Cómo no lo había notado? solo los Draco tenían ojos color ámbar. Se le revolvió el estómago y abrió sus alas con fuerza para rescatar a la pequeña Qori de las garras de esos maleantes.

El sonido que produjo el roce de su cuerpo con los arbustos que se atravesaban, alertó a la guerrera Dorada y al hombre que ahora miraba con ojos desorbitados la bestia frente a ellos. Ryu no había alcanzado a llegar cuando la mujer atravesó con su espada el pecho del sujeto, quien sin fuerzas, soltaba la mano de la pequeña para caer inerte en el suelo. Con rapidez la guerrera trató de alcanzar con el filo de su espada a Qori, pero la niña se escabulló a través de sus piernas y corrió al abrigo del bosque.

Cuando Ryu logró aterrizar, varios guerreros del bosque Dorado que habían aparecido de repente le impidieron el paso. Vio con impotencia cómo la mujer se internaba a la caza de Qori y expulsó una bocanada de fuego para acabar de una vez por todas con su enemigo, así quedaría libre para rescatar a la niña. Aunque perdió toda la discreción que los dragones habían conservado por años.

“Me castigarán por esto” pensó a su pesar.

Una espada le lastimó uno de los costados, agitó con fuerza su cola golpeando a dos de los guerreros que volaron por lo aires para quedar estrellados en uno de los árboles en llamas. Los otros dos atacaron de frente y Ryu utilizó sus garras para reducirlos y terminar con ellos.

El peligro había cesado … por ahora. Las personas del pueblo comenzaron a llegar. Venían corriendo desde Fanar, desesperadas al ver su bosque incendiándose y al árbol sagrado en peligro. El dragón retrocedió maldiciendo entre dientes. Necesitaba esconderse, no podían verlo o los demás dragones nunca lo dejarían volver a su hogar.

Tuvo que aguardar tres días dentro de una cueva hasta que las cosas se calmaron y dejó de ver humanos cerca. Fue en ese momento que se permitió salir nuevamente. Durante varias semanas, buscó con desespero el llamado de Qori, pero no lo encontró y temió lo peor. Con tristeza desplegó sus alas y decidió alejarse de allí.

Regresó a su casa en el Aliento de Fuego y el tiempo siguió su camino.

Mientras esperaba que Niku lo volviera a llamar, recordaba a la pequeña niña que pintaba con hilos dorados una de las fuentes naturales del bosque Aqua. La que poseía la energía pura que lo había cautivado. Todos los días lamentaba terriblemente su pérdida. Después de lo que había ocurrido, él había perdido la confianza en los habitantes de los pueblos del Sur.

Años después, una noche mientras cazaba con la escasa luz que le proyectaba el atardecer, su corazón se aceleró inexplicablemente y su mente se nubló. Por poco se estrella con las rocas y tuvo que planear peligrosamente mientras recuperaba el control del vuelo. Se posó sobre el risco y miró al norte en dirección del mar Njord, hacia el lugar donde había sentido el llamado.

“¡Está viva!” exclamó y sus ojos brillaron de alegría.

 

Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2020. Fernanda Maradei

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Published on May 17, 2021 13:01

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Published on May 17, 2021 05:12

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F. Maradei
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