F. Maradei's Blog: Cuentos maradei
September 6, 2022
La diosa Bagüé
La mañana era clara y las mariposas amarillas inundaban la pradera contrastando con las flores lilas que se extendían al lado del bosque.
–Hay invasores en el bosque.
El Cacique Somak se colocó de pie inmediatamente alertado por la situación mientras Maité seguía hablando con la voz entrecortada. Había atravesado toda el pueblo para dar la voz de alerta.
–¿En dónde los viste?
Ella negó sutilmente mientras se reponía de la impresión y el Cacique supo que había sido solo un “presentimiento” como Maité lo llamaba.
–Llama a los guerreros. Que salgan de una vez para una incursión. Necesitamos saber dónde están –dijo con seriedad a su hombre de confianza y el asintió antes de salir para obedecer sus órdenes–. Siéntate conmigo –le susurró con suavidad mientras la tomaba del brazo e hizo señas para que les trajeran algo de beber.
Maité se dejó llevar y se acomodaron afuera del bohío para mirar al pueblo, que ahora corría de un lugar a otro alistándose para salir en busca de los intrusos.
Somak miró su piel y apretó la boca, habían morados por todos lados. Ella al notarlo se cubrió inmediatamente y bajó la vista.
–¿Te duele?
Ella solo asintió sin pronunciar palabras. El Cacique le ofreció uno de los vasos de agua que les habían traído y siguió preguntando.
–¿Cuándo vas a dejar que el curandero te revise? Podrían darte algo para el dolor.
–Estoy bien –respondió y se colocó de pie inmediatamente–. Gracias por creerme –dijo y se apresuró a alejarse, pero él la detuvo tomándola de la mano.
–Déjame ayudarte.
Maité posó su mano en su mejilla y lo besó con suavidad mientras sonreía tímidamente.
–El solo hecho de que me creas es suficiente –susurró.
–Siento que te estoy perdiendo. –Ya no era la voz del líder sino la de un hombre con un corazón cargado de amor a punto de explotar de desespero.
Su amada no alcanzó a contestar, el sonido de las lanzas los hizo reaccionar y se separaron inmediatamente para atender al pueblo.
–Iré a la laguna –le susurró ella y partió pensativa, mientras él la seguía con la mirada viendo cómo se perdía entre los casas.
Llegó a la parte de la cascada y se arrodilló al lado de la orilla. Cuando sus “presentimientos” llegaban no venían solos. En su interior se despertaba un deseo incontenible de conectarse con la diosa Bagüé y la mejor forma de hacerlo era por medio de la tierra y el agua.
Colocó sus manos sobre la arena y el dolor llegó inmediatamente. De su piel donde se vislumbraban círculos perfectos de color morado, comenzaron a aparecer pequeños brotes de vegetación que crecían con rapidez buscando acercarse al líquido cristalino que brillaba con los rayos del sol. El movimiento ondulante del agua cubrió sus pies por un momento para luego retirarse, pero el frío la hizo extremarse mientras que en su interior viajaban mil emociones que se conectaban con el pasado, el presente y el futuro de su pueblo.
Maité sonrió al tiempo que suspiraba, aquello que estaba viviendo había llegado sin previo aviso. No todos en su pueblo lo habían tomado de la mejor forma, pero Somak nunca había dudado de ella y por eso lo amaba, aunque no supiera aún cómo continuar con él.
Una mano la tomó del hombro y con brusquedad la lanzó al piso. Abrió sus ojos asustada sin comprender lo que estaba sucediendo y fue cuando vio que cinco hombres le apuntaban con lanzas largas de forma amenazante.
–Capturen a la bruja para irnos de una vez por todas de aquí –espetó el que parecía ser el líder.
–¡No! esperen. –Alcanzó a decir, pero sus palabras se disiparon con el viento.
La levantaron sin contemplación. Sus brotes verdes habían desaparecido y solo permanecía sus laceraciones en la piel, pero eso no pareció importarles porque el guerrero que había obedecido la orden, la asía con fuerza, lastimándola. Amarraron sus manos y comenzaron a caminar con ella casi a rastras.
Mientras avanzaban, Maité se concentraba en mantener la calma. La habían llamado bruja y eso significaba que querían utilizar su conexión con Bagüé para algo, pero ¿para qué?
–Puedo ayudarles –les dijo mientras apresuraba el paso. Caminaban tensionados porque sabían que el bosque estaba repleto de guerreros y cualquier equivocación podía terminar mal–. La diosa ayuda a todos –insistió al ver que no la escuchaban–. Solo deben pedírmelo y yo visitaré a su pueblo.
Se detuvieron de improviso. El líder hizo señas para que se replegaran un poco y determinaran la existencia o no de guerreros cerca. Pero no tuvo que esperar mucho para ver las lanzas y arcos que les apuntaban mientras aparecían entre la vegetación. Uno de los intrusos en su desespero por mantener el control, tomó a Maité con su brazo para acercarla a él y luego la amenazó con un cuchillo en su garganta.
–Suéltala o todos morirán –ordenó con voz gruesa Somak.
El hombre hundió un poco más su daga en la piel y Maité gimió, lo que hizo que los guerreros se aproximaran de forma amenazante.
–Bajen las armas, no voy a negociar. –Los ojos del Cacique brillaban por la tensión que ya se manifestaba en todo su cuerpo. Los músculos de sus brazos se marcaban fácilmente y su expresión era severa.
–Mataremos a la bruja antes de entregarla.
¿La bruja? Pensó Somak y apretó la boca de forma molesta.
–He dicho que iré con ustedes –repuso Maité y los guerreros de su pueblo miraron desconcertados–. No necesitan amenazarme. Iré si realmente necesitan ayuda de la diosa –dijo y se soltó para alejarse de ambos grupos que aún sostenían sus armas apuntándose mutuamente.
Se tocó el cuello porque la herida le ardía y una pequeña luz apareció para sanarla inmediatamente. Todos miraron asombrados y solo Somak se acercó a ella.
–No lo permitiré –le dijo, pero al ver que Maité abrió su boca para replicar, continuó–. Por lo menos no te dejaré ir sola.
Fue así como Somak junto con un grupo de guerreros caminaron con sus invasores para llevar a Maité hasta su territorio. Después de semanas de marcha llegaron. Lo que encontraron fue devastador y no se cansaban de mover sus cabezas de un lado para otro procesando lo que veían ante sus ojos. El incendio los había atacado en la noche, arrasando con todo lo que estaba a su paso. Niños, mujeres, ancianos, hombres, animales y plantas por igual, fueron consumidas por las llamas en cuestión de minutos. Los rostros de desolación y temor por un futuro incierto se reflejaba en cada una de las personas que les cedían el paso en la medida en que ingresaban a lo que había quedado del pueblo.
La Cacique Kiwa salió de su bohío apenas fue advertida de su arribo. Apresuró el paso con su brazo levantado con la intención clara de detenerlos y Somak se adelantó para proteger a Maité, pero ella con la dulzura que lo había enamorado, lo detuvo y giró en redondo para enfrentar a la lideresa. Su mirada era tan intensa y cargada de tranquilidad que la Cacique trastabilló por unos minutos desconcertada.
–Puedo ayudar –le dijo Maité y avanzó a su encuentro–. Solo necesito la fuente de agua más próxima.
–Quiero advertirte que no estoy de acuerdo con la brujería, pero los ancianos insistieron –dijo señalando a un grupo de hombres que se mantenían separados del resto.
–No es una bruja –replicó Somak con voz gruesa, pero Maité volvió a acariciarlo, silenciándolo por completo.
–No soy una bruja –ratificó–, pero si puedo ayudar… si así lo desean.
Kiwa asintió y le indicó que la acompañaran. No demoraron mucho en llegar a un nacimiento de agua que permanecía oculto entre la poca maleza que aún se mantenía alrededor.
–Es todo lo que queda –comentó la Cacique, señalando con la mano el lugar donde brotaba un fino hilo de agua cristalina.
–¿Qué sucedió? –preguntó Maité mientras observaba con detalle a su alrededor para buscar el mejor lugar donde conectarse con Bagüé.
–La tierra quiere que nos vayamos, pero no le hemos obedecido así que nos maldijo con un rayo.
La respuesta la dejó desconcertada porque Bagüé nunca haría algo así. La energía que percibía contenía amor, no odio.
–¿Por qué creen que fue la diosa?
–Nos lo advirtió la última vez que vino.
–¿La diosa? –esta vez, el que había preguntado con voz incrédula era Somak.
La Cacique asintió.
–Aún recuerdo su cabello plateado y ojos rojos –contestó estremeciéndose–. Dice que esta tierra le pertenece y que la diosa Chia está con ella.
Maité la miró extrañada y mojó sus labios para arrodillarse cerca del nacimiento, pero antes de hacer cualquier cosa, Somak se puso a su lado.
–¿Qué pasará? –preguntó preocupado entre susurros.
–No estoy segura, esto es tan nuevo para mí como para ti. Aún no sé cómo funciona realmente, tampoco por qué me eligió. Solo sé que debo ayudar.
–Y si es una trampa… Por lo que hizo aquí, parece no ser buena.
–No creo que sea la misma diosa –le hablaba suavemente mirándolo a los ojos–. Y aunque lo fuera, no tengo alternativa. Ya está dentro de mí.
Cerró sus ojos y enseguida la sintió en su cabeza. Entendió lo que sucedía, y porque le había dado ese regalo.
–Es Xhube –dijo Maité mirándola.
–¿¡La diosa de la oscuridad!?
–No es una diosa –le contestó –dijo y nunca lo será. No les quitará esta tierra. Ahora sé lo que debo hacer… Por qué Bagüé me dio este presente. Sabía lo que estaba ocurriendo, aunque no dónde. Xhube tiende a ser impredecible hasta para una diosa.
Somak la abrazó y besó su frente como hacía meses no lo hacía. Todo había sido tan rápido que nunca pudieron hablar realmente de lo que había sucedido aquella tarde al lado de la laguna. La luz los había enceguecido y luego la piel de Maité había tomado un tono rosado en algunas partes, para luego cubrirla completamente. Con el tiempo se volvieron moretones y fue allí donde ella comenzó a alejarse. No quería que él se preocupara, aunque, sabía que había una razón para lo que le estaba sucediendo, nunca supo cuál era, hasta ahora.
Maité cerró sus ojos nuevamente y los brotes aparecieron apenas colocó sus manos sobre la tierra, al contacto con el agua cristalina que fluía hacia la superficie. Esta montó por sus brazos y sintió la humedad fresca colarse por entre sus poros y sonrió.
Todos los que estaban a su alrededor, retrocedieron y Kiwa abría sus ojos de par en par por lo que estaba presenciando. Los ancianos rezaban y alzaban sus brazos al cielo mientras una pequeña Maité era envuelta por lianas que salían de su cuerpo, cubriéndola. Se introducían en la tierra y absorbían el poder del agua para luego transportar esta energía a otros lugares extendiéndose como una enorme maraña. En pocos minutos, la joven había desaparecido de la vista de todos y la vegetación comenzaba a crecer nuevamente recuperando el bosque calcinado por el fuego.
Somak se negaba a retroceder, pero sus hombres lo forzaron mientras la vida renacía en todo el bosque y Kiwa esbozaba su primera sonrisa en días.
Unas horas después, el paisaje había cambiado. Todo había retornado a su equilibrio y el pueblo celebró con cantos y danzas el retorno de la vida. Sus alabanzas iban dirigidas a la diosa Bagüé, creadora de todo lo hasta ahora conocido por el hombre.
–Gracias –escuchó que le decía Kiwa y Somak la miró dibujando una pequeña sonrisa.
Durante todo ese tiempo no había desprendido sus ojos del lugar donde había dejado a Maité. Esperaba infructuosamente que regresara, pero los minutos pasaban en vano.
–Ahora sé que no era una bruja… Me disculpo por eso.
El Cacique permaneció días entero al lado del nacimiento, esperando la llegada de su amada Maité, pero en la medida en que el tiempo pasaba las esperanzas se agotaban. La había perdido y lo sabía, pero se negaba a admitirlo.
Regresó al pueblo y sus días transcurrieron con lentitud recordando a su amada, hasta el día en que la diosa se la devolvió. La encontró en la laguna, dormida entre un lecho lleno de flores amarillas. Parecía un sueño y se demoró en reaccionar, pero cuando corrió hacia ella y logró despertarla, su alma moribunda renació de las cenizas. Somak la besó y lloró de felicidad por haberla recuperado. Maité nunca recordó lo que había sucedido y sus manchas en la piel desaparecieron, pero en su interior sabía que la diosa siempre estaría allí, con ella.
Protegido por derechos de autor. F. Maradeilos hacedores de eca
Caminaba en la espesura de la selva. La travesía desde el pueblo de la Luna había sido larga y tediosa. Desde que salió hace siete días nada lo distraía. Entendía los riesgos a los que se enfrentaba, pero su resolución era firme. Hasta su viejo amigo Kallpa del pueblo del Bosque le había dado albergue por una noche. Le había rogado que regresara, pero él, tozudo, no descansaría hasta cumplir con lo que se había propuesto. Era eso o ver morir a su pequeña, cruzado de brazos sin ni siquiera luchar por su vida. Ya había perdido al amor de su vida con las fiebres de la temporada de lluvia y no permitiría que le siguiera su adorable Lilik.
Alcanzó a ver la cima al final del camino. Solo le faltaba terminar de atravesar el puente y alcanzaría el monte de Ixcha. Rezaría e imploraría a los dioses que sanaran a Lilik. Llevaba días pensando en lo que les diría, ensayando la forma como los convencería para que le dieran una segunda oportunidad, pero estaba varado sin poder avanzar por culpa de las cinco figuras que tenían enfrente suyo y que le cerraban el paso.
–Estábamos esperándote – dijo uno de ellos, pero no supo cuál porque todos eran exactamente iguales y la bruma los cubría casi completamente.
Había subido tanto que desde allí se podía observar las nubes reposar a sus pies tranquilamente. Estaban suspendidas como un valle brumoso blanco, naranja y amarillo que se movía con lentitud a la más mínima perturbación.
Wanka abrió los ojos sorprendido. Los miró con más detenimiento para saber si llevaban armas, podrían ser atracadores y no había caminado por tantos días para terminar a merced de unos bandidos. Empuñó su bastón con fuerza y apretó los dientes. Llegaría a su destino así fuera lo último que haría. No es que él fuera un guerrero, solo era un campesino decidido a salvar a su hija.
–Baja el arma –le dijo otra voz–. No estamos aquí para lastimarte.
Wanka permaneció estático por unos segundos y luego con temor comenzó a avanzar lentamente. Mientras se acercaba las figuras ocultas entre la neblina se aclaraban. Los hombres vestidos con túnicas de colores oscuros utilizaban capuchas que cubrían sus cabezas. No tenían armas ni siquiera ostentaban joyas, sus atuendos eran lisos y simples sin decoraciones. En la medida en que se acercaba, ellos también lo hacían. Lo rodearon formando las puntas de una estrella. Estaba a solo tres metros de distancia de cada uno y fue cuando notó que no tenían rostro. Se asustó tanto que trató de retroceder, pero lo tenían cercado.
–No temas Wanka. No te haremos daño.
La voz de la derecha lo hizo girar ¿Cómo podían saber su nombre?
La figura ocultaba sus manos dentro de los pliegues de su túnica. Era delgada y más alta que él, pero ahora dudaba de que fuera un hombre. De por sí, si los miraba con detalle, no sabía de qué sexo eran. Sus voces tampoco sonaban masculinas, pero no eran mujeres.
–¿A qué has venido? –Ahora hablaba el que estaba enfrente suyo.
–¿Quiénes son? –contestó Wanka con la voz temblorosa.– ¿Y cómo es que saben mi nombre? –No había dejado de empuñar su bastón, aunque ya no los amenazaba.
–Somos los hacedores, guardianes del monte de Ixcha. –La figura de la izquierda contestó.
–¿Qué deseas de nosotros? ¿Por qué nos buscas? –le dijo otro.
–Necesito hablar con los dioses.
–Te escuchamos. Somos la voz de los cinco pueblos de Hischa.
“¡Los hacedores de Eca!” pensó Wanka asombrado. “¡Realmente existen!”
Había escuchado las leyendas que se tejían en torno a los misteriosos creadores de los pueblos. Se decía que los dioses les dieron el poder para decretar el destino de los primeros humanos. Los pueblos del Sol, la Luna, el Bosque, la Luz y el Agua habían nacido gracias a ellos. La nueva tierra creció en medio del caos, pero los hacedores de Eca los organizaron y dictaron las normas que los regirían. Cada pueblo asumió una parte del territorio conforme los dones que les eran otorgados.
Se convirtieron en guardianes de los dioses, figuras sin rostro, desprovistas de cualquier objeto terrenal que simbolizara poder, pero conservando las diferencias propias de los cinco pueblos que habitan Hischa. Los dioses no querían que los hacedores fueran a ser utilizados como excusa por los mortales para la guerra, por eso los aisló y desde siglos protegían el monte de Ixcha.
–¿Qué deseas de nosotros? –repitieron al unísono.
–Mi hija –comenzó diciendo–. Está muriendo.
–Lo sabemos –dijo el que estaba enfrente asintiendo con la cabeza.
–¡Es solo una niña!… No es justo. –Su última frase había sonado débil, como un suspiro–. Deben ayudarla. Deben protegerla.
–No podemos hacerlo.
–Por favor, se los suplico.
–Todo tiene un precio a los ojos de los dioses. El equilibrio de la energía es nuestra prioridad…
–¿Qué estás dispuesto a darnos? Debe ser algo igual o más grande –dijo otro.
–Mi vida misma si con eso puedo salvarla –repuso sin pensarlo abriendo sus ojos como dos maras a punto de salir.
–¿Sabes que si lo hacemos ya no podrás dar marcha atrás?
–Asumo las consecuencias, pero sálvenla.
–Aceptamos tu palabra. El trato se ha sellado.
–Cada mañana tú le regalaras un día y ella vivirá los días que estaban destinados para ti –contestó el que estaba a su espalda y cuando giró para verlo, se diluyó entre la bruma que ahora volvía a tomar posesión del territorio.
Quedó solo en medio de la nada, pero con su corazón aliviado. La angustia que por meses le oprimía el pecho desapareció de pronto y sonrió.
“¡Lo logré!” se dijo, no podía creerlo y emprendió su regreso a casa con el mismo ímpetu con el que lo había comenzado la mañana que partió de su hogar.
Cuando terminó de atravesar el puente se encontró con Kallpa. Abrazó a su amigo lleno de emoción y le contó lo que había sucedido, aunque le omitió la parte donde él perdería días de su vida, no quería que nadie se preocupara por él. Ambos lloraron de alegría por la buena noticia y sin retrasar su regreso, Wanka partió con las primeras luces del alba para ver a su pequeña Lilik.
El trato había funcionado y él enfermó, pero eso no importaba porque todas las mañanas su hija se hacía más fuerte y hermosa. Verla así lo llenaba de gozo y satisfacción.
Por el contrario, la vida de Kallpa cayó en desgracia. Paqari, la esposa de su amigo se apagaba poco a poco. Era como si la luz de su interior de un momento a otro se hubiera extinguido. Kallpa desesperado la había hecho revisar por varios curanderos, pero no habían encontrado la causa de su agotamiento físico. Todos llegaban a la misma conclusión; no estaba enferma y lo que le sucedía era inexplicable. El viejo desesperado viajó hasta el pueblo de la Luna para contarle lo que le estaba sucediendo.
Vio con asombro que Lilik ahora llena de vida jugaba como cualquier chiquilla con otros niños del pueblo, pero también se acongojó al encontrar a su amigo débil y demacrado. La ira lo invadió y pensó en vengarse de los Hacedores de Eca porque se sentía engañado.
Wanka lo tranquilizó, pero él con una voz inflexible, le confesó lo que le sucedía a su esposa. Le contó que esa noche había esperado su partida y después él mismo había ido a verlos, pero a diferencia de Lilik, su amada había enfermado.
Wanka lo miró sin comprender, porque no era justo para su amigo. Con él había funcionado y ¿por qué con Kallpa no? Entonces le narró la conversación que había sostenido con los hacedores de Eca.
–Como ves mi enfermedad es solo parte del trato y la acepto porque ahora Lilik podrá tener una larga vida.
Kallpa retrocedió con sus ojos clavados en el piso. Su trato había sido diferente. Les había pedido fuerza, quería ser un poderoso guerrero a costa de lo que fuera, pero los hacedores de Eca no habían sido claros con lo que ellos llamaban el equilibrio de la energía.
Al darse cuenta de lo que había sucedido, golpeó con su puño la pared que tenía enfrente quebrándola como si fuera una hoja de papel.
–¡Me engañaron! –gritó con soberbia.
Trató de calmarlo, pero su amigo encolerizado partió para vengarse de los cinco hacedores.
Wanka, enfermo como estaba, lo siguió y marchó hasta el puente que conectaba con el monte de Ixcha para suplicar por la vida de su amigo, pero no encontró a nadie. Todo había desaparecido, al igual que el paso que conducía hacía los dioses.
Regresó cabizbajo con el corazón contraído por lo que había sucedido. En su trayecto a casa, pasó a visitar a Paqari. La encontró en cama, ardiendo en fiebre. La cuidó con esmero mientras él sentía que su vida se le escapaba, pero eso no importaba. Su amigo se merecía eso y mucho más.
Kallpa nunca regresó, pero Wanka al ver a la esposa de su amigo rebosando de vida supo que él había terminado haciendo lo correcto.
Wanka murió una tarde cuando el sol alumbraba con su máximo esplendor el valle donde reposaba su casa. Cerró sus ojos al lado de Lilik y de Paqari que ahora cuidaba de ella como si fuera su propia hija.
Protegido por derechos de autor. F. MaradeiLa Esmeralda Roja
Estaba tan nervioso que su cuerpo se movía sin que pudiera hacer nada para detenerlo. El frío en sus manos se esparcía como una telaraña que lo cubría completamente.
–¿Qué haces? estás apagando la lámpara.
–Lo siento es que no puedo dejar de temblar.
–Dame eso –le dijo Iska arrebatándole el farol de aceite que llevaba en las manos–. ¿No sé para qué viniste si sabías que era peligroso?
–No tienes opción, somos un equipo.
Iska puso sus ojos en blanco y se giró para seguir avanzando a través de la isla. Lipak era su hermano menor, su mejor amigo y por tanto su cómplice en todas sus travesuras. Aunque a veces le costaba reconocerlo, la verdad era que lo necesitaba, de no ser por él habría tenido más accidentes que aventuras. Su hermano era como el hilo de una cometa, era su polo a tierra.
Habían desembarcado en una de las islas del gran lago, el lugar donde se escondía Guahaioke; el gran dragón negro que dominaba la oscuridad. Aunque solo podía verse de noche, el monstruo se había convertido en una leyenda. Las aguas estaban encantadas y ningún mortal se atrevía a navegarlas en la oscuridad. Pero los hermanos no se consideraban del montón, ellos eran los hijos del gran guerrero Ataw, el vencedor de mil guerras.
Su padre tenía el honor de ser el hermano de uno de los ayudantes de los sacerdotes del templo del Sol, donde el gran Mohan hablaba directamente con el Cacique. Pese a que nunca habían podido relacionarse con su tío, o con uno de los sacerdotes del templo y menos aún con el Cacique, Iska y Lipak se consideraban mejores que los demás y por eso estaban allí. Querían demostrarle al pueblo que el dragón no existía y que solo eran cuentos para asustar a los más pequeños. Era común escuchar historias sobre niños menores de doce años que desaparecían cerca del lago y la creencia popular culpaba al dragón, aunque nadie tuviera prueba de ello.
Avanzaban en la oscuridad por entre la vegetación de la isla, pisando con cuidado para no hacer ruido y manteniéndose alerta con las macanas en las manos por si escuchaban cualquier cosa. No al dragón, claro que no, porque no existía, pero sí podía haber otros animales salvajes. Desde la orilla habían vislumbrado una pequeña colina en el fondo, así que era allí donde se dirigían con paso lento.
–¡Cuidado! –dijo Iska tratando de mantener un tono bajo de voz y ambos se tumbaron al suelo, una lechuza pasó volando, rozando sus cabezas. Los había atacado con sus garras abiertas como si ellos fueran una simple presa, un ratón.
–Creo que ya demostramos que no hay nada aquí –susurró Lipak mientras se colocaba de pie quitándose la tierra que reposaba en sus rodillas–. ¿No te parece? –dijo y tomó su macana del suelo. Aquella arma de guerra; una maza corta que en el extremo podía tener decoraciones filosas.
Su hermano mayor miraba en dirección de la playa mientras apretaba la boca.
–Ya recorrimos varios kilómetros y no hemos visto sino un búho –contestó Iska.
–Ni siquiera hemos visto animales terrestres.
–Exacto, tienes razón. –Se convencía–. Como siempre lo he dicho, aquí no hay nada.
El rugido de un animal en dirección de la colina hizo que movieran con brusquedad la lámpara y ésta se apagó haciendo que la oscuridad los engullera inmediatamente. No supieron quién fue el primero en salir corriendo, pero los dos descendían como liebres en medio de la arboleda, saltando y esquivando cualquier obstáculo que entre la penumbra pudiera atravesarse. Solo les faltaban un par de arbustos para llegar a la orilla y cuando lo lograron, Iska se quedó estático mirando en dirección de la playa. Lipak llegó detrás de él y lo tumbó al tratar de esquivarlo. Ambos cayeron en la arena dando vueltas.
El bramido que salía de un inmenso hocico hizo que se levantaran como resortes del suelo y sin quedarse a mirar de qué se trataba, echaron a volar internándose entre la vegetación. Corrían como almas que lleva el diablo sin rumbo fijo y en la completa oscuridad.
–POR AQUÍ –gritó Lipak que entre temblores miraba a su hermano con los ojos desorbitados por el miedo que en ese momento estaba sintiendo.
Entraron a través de una grieta angosta que encontraron, con certeza aquella criatura no los seguiría por allí. Por varios minutos caminaron con la respiración agitada entre las paredes de las rocas. Era tan estrecho el pasadizo, que por momentos parecía que la montaña los quería estrangular y tanto la lámpara como las macanas que aún llevaban en las manos, les estorbaban. Salieron a un espacio más abierto, donde la negrura era total y mientras avanzaban comenzaron a escuchar como se quebraba algo que se encontraba en el suelo. Iska con sus manos temblorosas, encendió la lámpara.
–¡Es cierto! –exclamó Lipak retrocediendo para evitar seguir pisando los miles de huesos que se encontraban esparcidos por doquier.
–¡Quédate quieto! –Lo regañó su hermano y puso su dedo en la boca para indicarle que hicieran silencio.
La tímida luz de la lámpara era suficiente para detallar dónde se encontraban. El techo de la cueva era tan bajo, que con solo levantar las manos podían tocarlo. Había dos salidas, la grieta por donde habían llegado y una abertura mucho más grande enfrente de ellos. Iska avanzó hasta la entrada.
–¡Detente! –exclamó su hermano menor con un hilito de voz quebrado por el terror que sentía en esos momentos–. ¿Qué pretendes hacer?
–Explorar –contestó con una mirada maliciosa en su rostro–. ¿Vienes?
Pero no dejó que Lipak contestara y se internó en el pasadizo llevándose la luz con él. Un minuto después sintió los pasos de su cómplice y sonrió para sí mismo. En la medida en que avanzaban, la cueva comenzaba a ser menos oscura, así que después de varios metros la lámpara dejó de ser útil y la apagaron. Frente a ellos había una gran cueva con una bóveda como techo desde donde se podía ver la luna llena.
–Este debe ser el lugar donde se esconde –dijo Iska emocionado.
–Listo, ya lo vimos… ¿podemos irnos antes de que llegue y nos devore? –Lipak no se había alejado de la entrada. Estaba tan asustado que no solo temblaba, respiraba de forma entrecortada y hablaba como si estuviera llorando.
Cuando su hermano mayor se giró para contestarle y de paso tratar de calmarlo, le pareció vislumbrar algo a lo lejos y se detuvo expectante, hipnotizado mirando entre las sombras, detallando cada piedra, cada esquina de aquel lugar.
–¿Los escuchas?
Lipak lo conocía tan bien que intuyó en sus gestos lo que estaba pensando. Su actitud temeraria a veces llegaba a exasperarlo, como en esos momentos.
–Ni lo pienses –le dijo cogiéndolo con fuerza de la mano.
–No podemos dejarlos allí, hay que sacarlos.
Se soltó tirando con un movimiento brusco y comenzó a descender en dirección de los gritos de los niños que levantaban sus brazos para que los dos jóvenes los pudieran ver. Lipak suspiró, pero siguió a su hermano mayor, adentrándose poco a poco en la guarida de Guahaioke. Casi habían llegado cuando sintieron ingresar al dragón, sus pisadas hacían temblar toda la cueva. Los jóvenes se ocultaron rápidamente entre las sombras con los pequeños detrás de ellos.
Iska trataba de encontrar una salida, pero la bestia bloqueaba el trayecto por el que habían llegado. El dragón rugió buscando su cena y comenzó a olisquear el aire. Tenía una cabeza amplia con cachos, se apoyaba en cuatro patas y no tenía alas porque era un animal acuático regido por Chía la diosa de la Luna. Era negro como la oscuridad, pero los destellos de luz que llegaba de la parte superior de la bóveda hacían brillar sus escamas, con tonos rojizos que se intensificaban cerca de su cuello. Mientras el dragón se movía con desespero, los jóvenes junto con los pequeños se mantenían estáticos, tan quietos como podían, rezando porque el animal no los encontrara, pero lejos de eso, el hocico halló el rastro y dirigió su enorme cabeza hacia ellos. Iska inmediatamente levantó su macana.
–Yo lo distraeré y tú, sácalos de aquí.
Lipak quiso contradecirlo, su hermano ya se abalanzaba sobre la bestia haciendo todo el ruido que le era posible para que se alejara de los demás, y lo consiguió. Así que, mientras Iska se escurría como una hormiga para evitar ser aplastado por las garras del dragón, el hermano menor subía la cuesta con los pequeños para lograr escapar por donde habían entrado.
Amanecía cuando salieron de la roca, pero no se detuvieron. Corrían sin mirar atrás, escuchando los rugidos que salían de la colina y retumbaban por toda la isla. No había tiempo para descansar, solo para huir y evitar ser devorados por aquel demonio. Los niños junto con Lipak subieron en el bote listos para partir, pero él no se atrevía a hacerlo. Sus ojos estaban clavados en la colina que apenas se vislumbraba en el horizonte, deseando que ocurriera un milagro y viera a su hermano aparecer entre la vegetación.
Un quejido de dolor que venía de la cueva detuvo su corazón y la esperanza se perdió completamente. Así que, mirando al mayor de los niños le entregó la pala y la responsabilidad de llegar a tierra sanos y salvos. Él regresaría por su hermano, no lo dejaría morir solo, pero cuando iba a poner uno de sus pies en la arena para poder descender, vio una figura que corría a trompicones hacia ellos.
–¡VÁMONOS! –gritó con desesperó y de un brinco se subió arrebatándole los remos al pequeño.
La embarcación avanzaba rápidamente porque Iska no dejaba de impulsarla con sus potentes brazos. Nunca dejó de mirar en dirección de la isla y solo hasta que la noche se despidió completamente, se pudo relajar. Todos en el pueblo sabían que el Sol lastimaba a Guahaioke.
Cuando Iska cedió el remo al mayor de los niños, Lipak se dio cuenta que su hermano mayor estaba herido y corrió a socorrerlo. Tenía varias escamas rojizas del dragón incrustadas en su dorso derecho.
–No te preocupes es solo un rasguño –le había dicho Iska, su expresión había cambiado y ya no había pánico en ella, ahora sus ojos brillaban de emoción–. ¡Ha sido una de mis mejores aventuras!
Ahora, después de años de lo ocurrido, Lipak recordaba aquella historia en el entierro de su hermano. Después de esa noche, ellos habían sido elevados a la categoría de héroes y reverenciados por todos los habitantes. Su hermano había llegado a ser uno de los mejores guerreros del pueblo y él, un poco menos intrépido, se había convertido en sacerdote al servicio de su Cacique. Ahora junto a la tumba, sostenía con su mano derecha la macana de Iska, decorada en su cabeza con una extraña piedra que fue llamada la esmeralda roja, su filo fue temido por los enemigos del imperio, capaz de cortar hasta el más duro de los metales. Sin embargo, su escudo construido con el resto de las escamas reposaba junto con él. Aquellos objetos eran las únicas pruebas de que Guahaioke, el monstruo del lago realmente existía.
Protegido por derechos de autor. F. MaradeiJanuary 27, 2022
El cuervo alado
Mientras las flechas con puntas de llama negra descendía a toda velocidad, los gritos ahogados de los heridos inundaban el valle. Una criatura transformada a punta de azotes se hundía en sus recuerdos.
Mantenía en su poder una daga larga que por suerte había recuperado. Jugaba con ella sumergido en sus cavilaciones.
Se sentó en el risco. Había decidido huir de aquella locura en la que permaneció sumido los últimos años. Se había convertido en un monstruo y ya no quería serlo. Las cadenas que lo mantenían atado y que cercenaban su tobillo al menor intento de escapatoria, no se comparaban con el dolor de ver morir a su hermana. No había hecho nada para evitarlo.
Por mucho tiempo, la Sombra lo hizo olvidar quién era y se perdió en el camino, pero ahora había despertado.
Observó el grillete que aprisionaba su pie. La sangre lo teñía de negro por completo, pero ya faltaba poco. Alguien gritó su nombre y sus ojos se movieron para ver la figura de su verdugo que se acercaba. Apretó los dientes y sin darle más tiempo a lo que tenía que ser, cortó de un tajo su atadura con el mundo de oscuridad que lo envolvía.
Texto protegido por derechos de autor. F. Maradei
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January 13, 2022
La Bruma
Se acercó a su víctima que yacía encorvada en el suelo. La bruma que albergaba en su interior apareció, deslizándose con lentitud para envolver el cuerpo que gemía con desespero. Nadie podía imaginar lo que era morir en manos de aquel ser.
La escena que tenía enfrente suyo lo hizo relamer sus labios. La bruma absorbía al moribundo. La piel se hundió mostrando los huesos que se quebraban debido a la presión que ejercía. Se licuaban dejando a su paso, solo una bolsa vacía. Un despojo humano.
Al rato, los sollozos cesaron, el desgraciado estaba muerto. La bruma sabía que era momento de volver al cuerpo de su poseído, y el demonio sonrió con una mueca retorcida.
Se irguió un poco hacia atrás cerrando sus ojos cuando recibió la bocanada de energía que la bruma le entregaba. Se desconectó por un segundo de la batalla en la que estaba inmerso, quería saborear cada gota del soldado que yacía a sus pies.
Alcanzó a escuchar el susurró del viento al moverse cuando el filo de una espada se desplazó a gran velocidad. El ardor en el cuello lo despertó atónito. Vio la cara de su asesino que sonreía y después, nada. Solo oscuridad.
Protegido por Derechos de Autor. F. Maradei 2022
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December 12, 2021
La Corona del Rey
Una figura lánguida y blancuzca descendía del puente. La neblina del ambiente era tan espesa que era imposible detallarla. Portaba un objeto tan brillante como el sol y, mientras descendía, la mujer sonreía.
–¿Quién eres? –preguntó temblando al no reconocerla. Aunque, se había percatado que en sus manos llevaba su corona.
–¡Bienvenido!
El solo vibrar de sus palabras lo estremeció por completo. Retrocedió temeroso, y la mujer le dio alcance tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar.
–Por fin has despertado querido… No te vayas aún –suplicó.
En ese instante, su alrededor se evaporó como el humo de una vela y en su lugar, vio un tazón con frutas que la mujer cargaba. Lo colocó con cuidado en una mesa junto a él y luego acarició sus manos.
–¿Qué sucede?¿Dónde están mis soldados? La batalla aún no ha acabado… Me necesitan –miraba con desconcierto a su alrededor.
–Su locura lo hace delirar –masculló un anciano que no había visto.
La mujer comenzó a sollozar.
–Mis hombres… –balbuceó–. Debo regresar… La guerra… –entornó sus ojos suplicantes hacia el viejo.
La mujer murmuraba un nombre que él había olvidado años atrás. ¿Qué él supiera? Esa persona ya no existía. Ella se echó a llorar sin control.
–Debo regresar –murmuró con sus ojos clavados en el curandero. Retiró sus manos para que ella no lo acariciara más.
Este asintió con una pequeña sonrisa en sus labios. Al rato, le permitió beber del brebaje que lo devolvería a su verdadero mundo.
Protegido por derechos de autor. F. Maradei 2021
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November 27, 2021
El Rey Dragón
REY DRAGÓN
Su báculo tocó el suelo un segundo antes de que él terminara en la boca del dragón. Luego, el cristal de su punta disipó la neblina que los cubría formando un círculo perfecto alrededor de ellos.
– Ahora me obedecerás – le dijo a la criatura que permanecía congelada con sus fauces abiertas de par en par.
El hechicero sonrió con malicia al ver que ni el más enorme de los animales podía revelársele. Su plan estaba marchando a la perfección y ahora solo quedaba disfrutar el dulce sabor de la venganza.
Miró más allá de las montañas, en dirección del pueblo de su padre. Aquel hombre que lo rechazó cuando supo de lo que era capaz, que se atrevió a llamarlo fenómeno porque controlaba la mente de cualquier animal, que lo expulsó como una rata después de gritarle que era un demonio.
– Extermínalos a todos y tráeme su cabeza.
Los ojos del dragón parpadearon y el infierno se desató.
Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2021. Fernanda Maradei
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July 16, 2021
La Fuente de Cristal
Permanecía cabizbajo arrodillado en el suelo rocoso, mientras sus ropas se mojaban con las gotas que caían de la fuente. Su mente era un torbellino de ideas que no lo desamparaban desde que había cometido aquel error garrafal.
“¿Cómo había sido tan iluso? ” se recriminaba.
– ¿Qué haces arrodillado en la mitad del camino? – le dijo una joven que tropezó con él, pero al detallarlo ladeó su cabeza, impactada. – ¿Qué te pasó?
Alzó sus ojos pero no la miraba, aún estaba ensimismado en sus pensamientos.
>> ¿Y bien?
– Vine a restaurar la energía de la Fuente de Cristal, pero algo salió mal.
– ¿Eres mago?
– Un aprendiz – murmuró Newén avergonzado.
– ¿Por qué el Mago Rojo envío a un aprendiz a hacer su trabajo? – el chico desvió la mirada. – ¡Ah! … porque no lo hizo.
– ¿Qué me ha sucedido?
– La Fuente se carga de energía cada cuatro años a la espera de los dragones, pero tú no eres uno de ellos, así que te hechizó.
– Pues duele – apretaba la boca.
– Puedo ayudarte – sabía que estaba sufriendo, era imposible que su cuerpo soportara el fuego que corría por sus venas en ese momento. – Solo debes tocarla.
– Ya lo intenté, no funciona.
– Dame tu mano – ordenó, mientras brillaba como lo hace el cristal bajo el sol.
Los destellos se confundían con las partículas rojizas que expedían su piel. Todo el fuego que contenía Newén en su cuerpo comenzó a liberarse mientras ella lo sostenía para que no se desgonzara, su cara se contraía por el dolor.
– ¿Quién eres? – preguntó exhausto cuando todo acabó.
Pero ella ya no estaba, en cambio dos ojos grises lo miraban detrás de la foresta.
– La guardiana de la Fuente – rugió. – Debes irte o de lo contrario… –
Newén, más asustado que antes, huyó despavorido bajo la sonrisa complaciente de la dragona.
“Siempre funciona” pensó.
Protegido por derechos de autor. Propiedad de F. Maradei 2021
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July 9, 2021
La Espada Azul
Observaba entretenido al caballero que con ahínco había recorrido mil leguas para entrevistarse con él. En los últimos años muchos llegaban a su castillo con la promesa de servirlo, pero él sabía que realmente buscaban engrandecerse.
–¿A qué has venido? – indagó con su voz chillona carente de vida.
– Quiero ayudarlo, mi rey.
“Mi rey” pensó regodeándose por aquella palabra que empalagaba sus oídos. Intentó dibujar una sonrisa, pero su rostro reveló una mueca extraña que se desvaneció inmediatamente. Sabía que la oscuridad había devorado gran parte de su humanidad al querer llegar más lejos que cualquier hombre.
Observó el fondo del gran salón donde la Sombra se ocultaba al asecho de su presa y dio la señal. El ritual de iniciación había comenzado.
En pocos segundos, la luz del lugar desapareció y la Sombra se levantó sobre el guerrero. La bruma espesa extendió sus manos etéreas de puntiagudas garras para rasgar la tierna carne de su víctima.
La posesión sería rápida.
El aullido ensordecedor que emitió el demonio hizo retroceder al rey. El guerrero, ahora de pie, había desenfundado su espada de llamas azules y atacado sin miramientos. Enrollaba con pericia la maléfica criatura con el filo ardiente de su arma. En vano fue la lucha de la Sombra con el joven. Los destellos azules lo estrujaba hasta desmenuzarlo completamente. Lo había capturado.
Jadeando por el esfuerzo y mientras las gotas de sudor descendía por el rostro, el caballero consiguió aprisionarla en la piedra cristalina de su pomo.
– ¡TÚ! – exclamó el rey al reconocerlo, pero al destruir parte de su esencia, el viejo se derrumbó sin poder respirar.
– Perdóname padre, pero quiero lo que me pertenece por derecho – dijo con voz gruesa. Se levantó con su espada en alto llamando a su prisionero. La Sombra apareció ante él danzando con su cuerpo etéreo. – Y tú ahora me obedecerás porque yo soy tu amo.
Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2021. Fernanda Maradei
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July 2, 2021
Corazón de Dragón
Por fin había encontrado lo que estaba buscando. Agudizó sus ojos para detectar el punto exacto en dónde debía aterrizar y batió sus alas con fuerza para no perder el impulso que llevaba. Mientras su cuerpo obedecía ciegamente, su corazón se retorcía en el interior quitándole por momentos, hasta el aliento.
“Es peligroso” se dijo, y le ordenó a sus músculos que se detuvieran, pero estos seguían sordos a su clamado y prosiguió el descenso vertiginoso hacia el interior del bosque.
“Pueden atraparte ¿No te das cuenta?” pensó, pero el sonido era tan melodioso que en lugar de retroceder se encontró respirando profundo. Necesitaba oler a la mujer que con cuernos de venado lo atraía irremediablemente.
Pudo sentir que estaba enferma. Así que armándose de toda la voluntad que aún le quedaba se apresuró a alejarse de allí, pero ella giró en redondo.
No estaba sorprendida y eso lo asustó aún más.
“Me va a capturar. Ahora sí que la hiciste Tristán” se recriminó. Esperó lo peor conteniendo su aliento.
La joven descendió del tronco y mientras tocaba la frente del dragón, este movía sus pupilas tratando de seguirla, pero sin conseguirlo plenamente.
– Te estaba esperando – su voz era tan dulce que lo embriagó. No tenía oportunidad, estaba a su merced.
Una luz lo cubrió por completo y los temores desaparecieron. Por primera vez su alma estaba completa. Su corazón se relajó sin oponer resistencia, dejando que se fundiera sin remordimiento al de ella.
El rostro demacrado de la joven cambió. Ahora parecía iluminarse y sonrió.
– Gracias, me has salvado la vida – le dijo y Tristán recordó las viejas leyendas donde dragones y humanos compartían algo más que su fuerza en la batalla, y por primera vez en años, su sonrisa, fue sincera.
Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2021. Fernanda Maradei
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