F. Maradei's Blog: Cuentos maradei, page 7
December 5, 2020
22. La Jinete de Dragones

Esa noche, Elin nunca se imaginó encontrarse con el objeto más extraño que una niña como ella podía tener. Le cambió la vida por completo y aún no sabe si fue para bien o para mal. Lo único cierto es que ella ya nunca volvió a ser la misma.
Desde que se acordaba, siempre esperaba el amanecer para entrar al mar y ver al Sol resurgir de las aguas mientras ella permanecía sumergida al calor del océano. Le encantaba bucear y nadar tocando el fondo con su pecho. Lo hacía casi a diario porque a veces se encontraban cosas interesantes que las personas botaban, objetos valiosos que ella recogía para vender en el mercado del pueblo.
Elin no tenía familia, su madre murió cuando ella era muy pequeña. Así que le tocó madurar rápido y coger las riendas de su propio destino. Era buena comerciante, generalmente si no conseguía nada en el mar, pescaba y luego lo vendía, pero esa mañana las cosas no iban bien. Por alguna razón, algo había espantado a los peces y las aguas estaban vacías completamente.
Su estómago comenzó a protestar porque las horas avanzaban y ella aún continuaba sumergida buscando entre las piedras del acantilado que acompañaba la playa. Solo hasta último momento, detectó una cosa que brillaba. Estaba atorada entre una de las fisuras y la corriente la empujaba contra el muro. La tomó de prisa evitando que ella también fuera arrastrada a las profundidades e impulsándose con ayuda de la misma pared emprendió el regreso a la playa.
– ¿Qué cosa eres? – preguntó extrañada.
En sus manos tenía un objeto redondo del tamaño de un coco y de textura lisa. Parecía una pelota de color gris con visos negros. Nunca en su vida había visto algo parecido.
Su estómago volvió a rugir y se encogió de hombros.
“Tengo que venderte a como dé lugar” se dijo.
. . . . .
– Nunca encontrará nada parecido – le dijo a Masawa el dueño de la tienda de cachivaches del pueblo.
– No compro basura.
– ¿Cómo puedes decir eso? Nunca le vendería algo así – era el quinto puesto del mercado que visitaba, pero nadie parecía interesarle.
La verdad es que por más que lo había limpiado y pulido, el objeto parecía una roca tosca y simple.
Masawa bajó un poco sus gafas para mirarla con desconfianza.
– No me hagas hablar – respondió con voz cansina. – Sal de acá.
– Perooo.
– Desaparece de mi vista o llamaré a los guardias.
Recogió la esfera con rapidez y se retiró sin nisiquiera despedirse. La última vez, había cumplido su amenaza y la habían encerrado por tres días en los calabozos del palacio.
Al salir se topó de frente con uno de los hombres más importantes del pueblo, casi lo arroya, pero lo había esquivado justo a tiempo.
– Señor Xibal me alegra encontrarlo – le dijo cortésmente. Él alzó una de sus cejas y cuando abrió la boca para echarla de allí, lo cortó enseguida. – Tengo un objeto único, ideal para alguien de su posición. Es una de las joyas más exquisitas del lejano territorio del norte, donde las arenas ardientes del desierto lo cubren todo y …
– ¿Me vas a embaucar?
– Claro que no – respondió y pasó saliva porque su guardia personal se había preparado en caso de que su señor lo solicitara. – Si quiere obsérvelo por usted mismo – lo levantó para que lo tomara.
Xibal no lo cogió y lo observó sin tocarlo.
– ¿Qué es?
– Que bueno que preguntó. Los hechiceros del desierto lo llaman una perla de lagarto azul … ¿Los conoce?
Mentía, pero en su corta vida se había acostumbrado a hacer cualquier cosa para poder conseguir dinero y comer.
El hombre negó con la cabeza, y con su expresión incrédula y divertida al mismo tiempo la dejó hablar.
– Son criaturas de más de dos metros de largo que acechan en el desierto. De sus patas aparecen este tipo de protuberancias que son tan valiosas como las perlas de un mejillón.
– ¿Y cómo lo conseguiste?
– En el océano – contestó sin pensar.
– Si el desierto está al norte ¿cómo llegó al océano? – preguntó divertido.
Elin se sonrojó y Xibal soltó una carcajada
– Eres buena para hablar. De pronto algún día te contrataré, pero por ahora eres solo una mocosa que me estorba y no me deja continuar mi rumbo.
La pequeña apretó la boca y le cedió el paso. No había mucho que hacer, la había descubierto porque entre el desierto y el océano estaba los territorios donde ellos vivían. Era imposible encontrar una “perla de lagarto azul” en el mar.
Se recostó desanimada sobre la pared con el Sol sobre su cabeza. Había llegado el mediodía y no había conseguido dinero para comprar algo y llenar su estómago. Miró al extraño objeto que mantenía en sus manos.
– Tendremos que robar – le dijo con tristeza.
Lo guardó en el morral, necesitaba sus manos libres. Siempre odiaba cuando tenía que hacer eso porque después debía alejarse de allí. Nadie volvería a comprarle a un ladrón. Al anochecer debía cambiar nuevamente de pueblo.
. . . . .
Decidió partir cuando el cielo se oscureció y caminó a lo largo de la orilla. Había escuchado que a unas horas de marcha quedaba un pequeño poblado de pescadores. La Luna le alumbró todo el camino y casi al amanecer vislumbró pequeños resplandores de antorchas que avecinaban la cercanía de las murallas de ese nuevo lugar. Buscó donde descansar y encontró un pequeño refugio entre la maleza. Solo hasta bien pasada la mañana podría entrar a través de las puertas e ingresar al pueblo. Posó el morral sobre el suelo, sentía que pesaba demasiado y su espalda le dolía. Se recostó y casi inmediatamente se quedó dormida.
. . . . .
Los días pasaron, se centró en conocer a los mercaderes del pueblo y a los señores poderosos para poder comercializar, aunque era difícil porque muchos la veían como una niña y siempre trataban de engañarla. La apariencia del objeto había cambiado, ahora era ovalado y su superficie azulada, parecía más un huevo que otra cosa. Recién había llegado, había tratado de venderlo sin conseguirlo, pero ahora estaba tan entusiasmada con la idea de conocer a la criatura que albergaba en el interior, que lo mantenía oculto dentro del refugio. Por fin tendría compañía y no estaría sola.
Esa tarde regresaba a su pequeña morada cuando sintió que la perseguía, apresuró el paso y se internó en la vegetación. Cuando pensó que los había perdido aparecieron de repente tapando la entrada de su cueva hecha de ramas y hojas.
– Nos dijeron que estás vendiendo un huevo de dragón.
Elin abrió sus ojos.
– ¿No sabías qué era, Mocosa? – dijo el otro sujeto de forma burlona y ambos se rieron a carcajadas mientras ella miraba recelosa la entrada de su puerta.
– Si lo sabía – respondió con la voz seria. – Cualquiera podría darse cuenta … aunque, lamento informales que ya no está en venta.
– Creo que no lo entiendes, cuando Wawen quiere algo lo toma, así que dime ¿Cuánto pides por él? Y cerramos de una vez el trato.
Ella retrocedió, pero una mujer que no había visto antes, apareció y le cerró el paso.
– Mira niñita, no queremos hacerte daño. Entréganos el huevo y no volverás a vernos nunca más.
Elin lo miraba fijamente. No era la primera vez ni la última que se tropezaba con maleantes, pero ella era aún pequeña y ágil, y para conseguir lo que querían tendrían primero que atraparla. Pensó en el cerro al lado del mar y sin darles tiempo para que se alistaran, salió a correr con los tres sujetos pisándole los talones. Trepó y saltó como un chivo de monte para alcanzar la cima, allí había descubierto una pequeña cueva que miraba hacia el mar y podría esconderse sin problema, pero cuando estaba a punto de llegar, uno de los hombres la atrapó del brazo. Se retorció para que la soltara, pero no lo consiguió. La agarró de su ropa y la levantó para suspenderla en el filo del acantilado.
– Te iba a pagar, pero el tiempo de negociación pasó. Me dirás dónde tienes escondido el huevo o tendremos que buscarlo sin tu ayuda.
Elin con el vacío debajo de sus pies apretaba la boca para no gritar, pero su corazón a mil por hora le decía que nunca había estado tan asustada en toda su vida.
– RESPONDE – gritó e hizo el amague de querer soltarla.
Un grito ahogado provocó que los bandidos se rieran a carcajadas y ella sin poder evitarlo miró hacia abajo. La boca de su estómago se le comprimió tanto que comenzó a dolerle. Pensaba o por lo menos lo intentaba porque el miedo que sentía no la dejaba mantener en su cabeza otra idea diferente a la de una horrible muerte.
– ¿Y bien?
– Lo vendí – contestó apresurada. – Hace ya varios días …
– MIENTES.
Sin esperar replica alguna el maleante la soltó y Elin comenzó a caer sin remedio. Siempre supo que una niña como ella tenía una vida más difícil que la de los demás, pero el destino lo había querido así. Lamentablemente su madre murió de fiebre y sin otro familiar cerca, su vida se convirtió en una batalla diaria por sobrevivir. Cerró los ojos, ya todo terminaría y su lucha acabaría de una vez por todas, pero algo la atrapó y comenzó a elevarse nuevamente. Abrió sus ojos. No podía creer lo que estaba viendo.
Después de posarla sobre la hierba se colocó delante de los tres sujetos y éstos cayeron de espalda. Sus expresiones de horror y curiosidad al mismo tiempo se mezclaban con la forma como intentaban huir de aquella bestia arrastrándose en cuatro patas. Intentaban alejarse sin conseguirlo.
El dragón rugió y el fuego que expidió por sus fauces fue el acto final para una caótica retirada de los bandidos. Elin que se mantenía estática viendo aquella escena, pasó saliva cuando el animal se giró para observarla.
– Por fin te encuentro – le dijo con voz serena.
– ¿A-aa mí? – titubeaba, estaba congelada del miedo.
– Mi nombre es Dhalia princesa del reino perdido y tienes algo que es mío.
– No lo sabía … yo nunca quise hacerle daño, yo …
– Lo sé, quiero darte las gracias por cuidar de él – terminó diciendo haciendo una reverencia con su cabeza.
Elin asintió, su nerviosismo comenzaba a disminuir.
– ¿Puedes llevarme a él?
La dragona después de examinar su huevo y hacer un gesto de aprobación, lo recogió con sus patas para atraerlo hacia ella. Elin se sentó, miraba aquel encuentro y pensó en su mamá. Una lágrima bajó por su mejilla, estaba triste. Había pensado que cuando el huevo eclosionará nunca volvería a estar sola, pero ahora sabía que solo había sido un bonito sueño.
La dragona abrió sus alas para disponerse a partir. La despedida había sido emotiva y la pequeña aún tenía sus ojos llorosos.
– ¿Quieres venir con nosotros? – le dijo de imprevisto.
Cuando recuerda aquella historia sonríe con nostalgia, porque después de aquel inesperado encuentro su vida cambió por completo. Dhalia la llevó al reino de los dragones donde creció con las criaturas más maravillosas que pueden existir. Nunca volvió a estar sola, aunque era la única humana en todo el lugar.
Aprendió mucho de todo, como el hecho de que los dragones nunca abandonan a los suyos, aún si sus padres perecieron, porque proteger su futuro los hace fuertes. Se convirtió en la primera jinete de dragones de todo el territorio, admirada y temida por los hombres. Ahora como embajadora del reino perdido visita los poblados donde mendigó cuando era niña para llevar los milenarios conocimientos de su familia adoptiva: los dragones.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
2. La Estrella Bailarina (infantil)

Todos saben que las estrellas no se mueven mucho, pero hay una que si lo hace. Se llama Rio, es juguetona, linda y con un telescopio la puedes ver. Ella no es igual a las otras porque ella es bailarina.En el espectáculo de La Estrellas Bailarinas, Rio ganó el trofeo por bailar más lindo. Ella disfruta tanto con el baile que brillaba cuando lo hacía. Cuando Rio se pone feliz se pone linda.
Copyright © 2020 Alejandra Castellanos. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
November 27, 2020
21. El prisionero de Fagua

Ivet era una dragona del desierto. Cuando nació, su huevo fue el más pequeño del nido. Los otros cinco eran grandes y de colores hermosos que les permitía camuflarse con la arena, pero a ella le tocó un tono gris oscuro como la noche con púas que sobresalían por doquier. El día que estrenaron sus alas, las de ella aún estaban por formarse y mientras los demás planeaban con elegancia, ella se estrellaba contra los riscos que se elevaban tocando el cielo. Crecer no fue fácil, pero eso la había hecho trabajar el doble. Ahora llena de experiencia, volaba más alto que los demás dragones, y gracias a su piel podía camuflarse en cualquier lugar sin hacer ruido. Se había convertido en el arma secreta del rey, su protectora preferida. Sin embargo, eso la había hecho crecer sola.
Esa tarde, descansaba sobre la cima del cerro mientras saboreaba un delicioso festín de salmón que había capturado cerca del río. Se saboreaba las garras mientras el Sol se ocultaba detrás de las montañas. Ese día el atardecer era diferente; los tonos rojos se esparcían por el cielo y las nubes pintadas con naranjas y amarillos se movían en un juego de matices. La oscuridad se apoderó del espectáculo de luces y la claridad se esfumó.
A Ivet le encantaba ver como la noche devoraba poco a poco la luz, porque allí, ella era la soberana. Se recostó relamiéndose al terminar de devorar su cena y fue solo hasta ese momento que descubrió algo en el cielo. Un punto de un color incandescente que se movía con rapidez dejando una estela a su paso.
“Un Sol rojo y ahora esto” pensó.
Desplegó sus alas porque además de valiente era curiosa y aquello era extremadamente raro. Comenzó a subir como solo ella sabía hacerlo, en un ángulo casi vertical batiendo con fuerza para vencer la resistencia del aire. Para un dragón común aquella maniobra era casi imposible y para los más adiestrados, era difícil, se necesitaba de práctica y constancia. Por eso Ivet lo había logrado, porque desde pequeña no aceptaba que las cosas fueran imposibles.
Entre más subía el oxígeno se agotaba, por lo que tenía que respirar de forma pausada mientras le exigía a sus músculos el máximo esfuerzo. Al mismo tiempo, aquel objeto extraño se mostraba con nitidez y en la medida en que la distancia se acortaba, sus temores se acrecentaban.
“¿Qué es eso?” se preguntaba, aunque intuía qué podía ser.
Los ancianos hablaban de objetos celestiales con cabelleras resplandecientes que esparcían llamas y se movían con los dioses entre las estrellas, pero ella nunca había visto uno en su vida. También decían que traía desgracias al que se encontrara con uno de ellos, pero Ivet que había crecido entre tanto presagio negativo hacía ella, ya no creía en la mala suerte. El destino era el resultado del trabajo y no algo adquirido como si fuera una enfermedad.
Se acercó lo máximo que pudo para detallar la cola del cometa que parecía un manto y lo tocó con sus garras. Sintió calor, pero su piel de dragón no tenía problema, al contrario, le pareció agradable y comenzó a jugar con el gas hasta que escuchó un gemido y giró en redondo para encontrar el lugar de dónde provenía.
Estaba sola, pero un susurro seguía llegando a sus oídos y después de volar alrededor de la nube de polvo estelar se dio cuenta de dónde venía. La cabeza del cometa era una bola de fuego candente y mientras se acercaba podía sentir el calor que emanaba de la superficie. Se quedó un momento para observarlo, batiendo sus alas para conservar la misma velocidad. No había duda, los rugidos que ahora eran más audibles, venían del interior.
Se acercó lo máximo que pudo y vislumbró una sombra que se agitaba dentro del núcleo, era como ver un huevo de dragón a la luz del sol. Aquello la asustó tanto, que retrocedió sin quererlo perdiendo la estabilidad del vuelo. Comenzó a dar vueltas sin control mientras caía, hasta que desplegó sus alas para poder planear. Respiró profundo. Miró al cielo nocturno y reponiéndose se encaminó hacia el punto rojo con cabellera de fuego.
– ¡Ayúdame! – por fin había descifrado la voz después de varios minutos. La figura que se revolcaba sin poder salir se veía borrosa y lo único que se resaltaba eran dos ojos verdes.
– ¿Qué eres?
– Un dragón.
– ¿Qué clase de dragón? – la pregunta era clave, ya que no conocía de ninguna que viviera dentro de los cometas.
– Un dragón de las minas – gritó, aunque solo se escuchaban un susurro del lado donde se encontraba Ivet.
Los dragones que vivían en las minas eran los más ricos de todo el reino, tanto que consideraban a las otras especies como inferiores, por eso nadie los quería, ni siquiera su Rey y, aunque nunca habían estado en guerra no los consideraban sus aliados.
La gran fortaleza que tenían estos dragones como clan, era que se protegían entre ellos, por eso encontrarse a uno solo y en una situación difícil era raro.
– ¡Sácame de acá! Un brujo me ha encerrado – le suplicó a Ivet y ella levantó una de sus cejas recelosa.
– ¿Cómo te llamas?
– Egil.
Dudaba de lo que debía hacer, porque su Rey siempre hablaba mal de aquel pueblo.
– Estoy muriendo, casi no puedo respirar – gimió y aquello la alertó aún más.
Un protector nunca permitiría que aquello ocurriera, era parte del juramento que los convertía en lo que eran. Así que echó un poco para atrás y botó una gran llamarada, pero este se confundió con el que abrazaba la esfera que retenía al dragón. Se retiró un poco para reflexionar, lo que estaba haciendo no iba a funcionar. Voló haciendo círculos mientras pensaba. Había una técnica que los dragones utilizaban en caso extremo; implicaba expulsar aliento helado en lugar de fuego, pero eso requería un esfuerzo enorme de sus pulmones y ya con el escaso oxígeno que había a esa altura, temía no lograrlo.
– Me ahogo – susurró el dragón de las minas.
Decidió que debía hacerlo, era necesario. Se acercó aún temerosa y respirando profundo cerró sus ojos. Expulsó todo el aliento que pudo almacenar por unos minutos en su pecho y disparó directo a la bola de fuego. La esfera comenzó a apagarse súbitamente y luego el sonido como de un cascarón al romperse la hizo sonreír. Una vez más, lo había logrado. Lo imposible siempre era posible. Así que abrió sus ojos para contemplar su obra, pero se sintió mareada y luego todo se tornó negro.
Caía sin remedio, girando sin control con el aire golpeándole las alas. Estas ahora replegadas por completo aceleraban aún más el inminente golpe que se daría contra el suelo. La oscuridad la camuflaba y temió que nadie descubriera lo que había pasado, su mayor virtud se convertía ahora en su enemigo.
Unas garras la aprisionaron con fuerza y luego sintió que comenzaba a elevarse nuevamente. Expulsó el aire que había contenido por unos minutos traduciéndose en un gran suspiró.
Un dragón de color verde volaba con ella entre sus patas, la había recuperado y, con la luna como testigo, recorrió el extenso cielo para luego posar el cuerpo desgonzado de Ivet sobre el suelo. Ella no se percató de aquello, hacía minutos que había perdido el conocimiento.
Cuando despertó se encontró atada al suelo como una prisionera y una figura caminaba de un lugar a otro murmurando entre dientes.
– Suéltame – exigió y se zarandeó fuerte para tratar de liberarse. Le costó trabajo entender cómo había llegado allí. Tenía la respiración agitada y observaba a su alrededor para detallar dónde se encontraba, hasta que se topó con dos ojos verdes que miraban disimuladamente. – TU … – le espetó con soberbia, pero fue la otra criatura quien habló primero.
– Egil te trajo hasta aquí porque estabas herida – el que hablaba era un anciano, por su dije que colgaba del cuello sabía que era un curandero. – Déjame soltarte, te movías mucho mientras dormías y con tu cola llena de púas casi destruyes todo el recinto.
Aquello la hizo sonrojar y al detallar que el joven estaba lleno de heridas en su piel, se avergonzó aún más. En ese momento, un dragón de contextura gruesa y acompañado de varios más entraron al salón.
– ¿Dónde estoy? – preguntó con voz suave al ver de quién se trataba.
– Mi nombre es Einar, rey de los dragones de las minas – le dijo. – Lo que has hecho por mi pueblo nunca lo olvidaremos. Fagua secuestró a mi hijo para debilitarnos, pero tú lo recuperaste. Aunque, debo confesarte, de no ser porque Egil ve en la oscuridad casi tan bien como en el día, no te hubiéramos encontrado.
Ella lo miró y sus ojos se conectaron. Él sonreía como un bobo mientras la observaba intensamente.
– Debo regresar – dijo Ivet incómoda.
Su retorno a casa fue en compañía de Egil que resultó ser un excelente conversador. Le contó sobre el brujo; un humano que odiaba a los dragones y les daba caza.
– Así que todos los comentas son...
– ¿Dragones? ... si no lo dudo.
El rey del desierto la recibió con los brazos abiertos. Gracias a lo que había sucedido se creó un lazo que perduró en el tiempo. Permitió que los clanes se unieran con uno solo propósito: detener a Fagua.
La amistad entre Ivet y Egil creció. Compartían todo el tiempo juntos y hacían lo que más les gusta; volar a través de la gran bóveda celeste bajo la luz de la Luna, aunque Egil mantiene la esperanza de que Ivet algún día le diga que si.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
November 24, 2020
1. Luki puede patinar (infantil)

Cuando Luki nació lo llevaron a pasear en una enorme pradera llena de perros.
Cuando comenzó a estudiar se dio cuenta de que en el colegio había un curso de patinaje. Luki creyó que aquello era divertido, pero cuando intentó patinar sintió miedo.
Luego pudo aprender y ahora él no camina sino rueda.
Copyright © 2020. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
November 20, 2020
20. La Cazadora de Rayos

Trató de detenerse, pero no podían asir nada y cuando encontraba un bejuco o una rama se le escapaba de las manos. Los rayos caían y la lluvia se acrecentó de un momento a otro. Se deslizaba con rapidez, pero estaba ciego. Sentía su cuerpo golpearse con todo lo que se atravesaba y de pronto el piso se desvaneció. El vació en la boca de su estómago le hizo entender que estaba cayendo.
Llevaba más de dos días caminando sin problema, pero esa mañana todo cambió. La tempestad acariciaba la tierra de forma hostil y parecía no dar tregua. El viento azotaba sin piedad todo lo que se cruzara a su paso llevándose por los aires plantas y animales pequeños por igual. El manto que utilizaba para cubrir su cabeza de la lluvia estaba completamente empapado y ahora le pesaba, se le enredaba en sus piernas para luego elevarse empujándolo hacia atrás, obligándolo a retroceder una y otra vez. Se había inclinado hacia adelante para resistir la fuerza del viento que parecía la de mil hombres.
Al caer, pensó que había cometido un error al insistir en el viaje, pero no podía aplazarlo, era imperativo que llegara a Mangue antes de que el Sol se ocultara. Aunque por lo difícil que estaban resultado las cosas, lo más sensato hubiera sido detenerse a descansar hasta que la tormenta hubiera acabado. Todo estaba completamente mojado y lo que antes era un camino se convirtió en un pequeño riachuelo donde circulaba agua y barro. Se alejó en dirección del cerro, pero allí el lodo apenas cubría la superficie lo que hacía que el piso fuera resbaloso, obligándolo a caminar con precaución para no caerse. El agua que caía del cielo lo bañaba completamente y decenas de rayos que chocaban con la tierra desplegando sus sonidos estruendosos hacía vibrar el suelo. Decidió apresurar la marcha y correr, pero cayó de bruces sin poder evitarlo, golpeándose en la cara. Quedó inconsciente por unos minutos y cuando recobró el sentido se deslizaba sin control a lo largo de un barranco ensuciándose de pies a cabeza. Luego, cayó del precipicio.
Abrió sus ojos con lentitud y vio a una joven que se encontraba de espalda a él. Había anochecido y la luna llena alumbraba el lugar como un gran faro en el cielo. La lluvia había cesado y aunque todo estaba inundado, curiosamente su ropa se encontraba seca. Se sentó con dificultad sin dejar de mirarla y luego observó a su alrededor. Estaban en la entrada de una cueva en la parte baja del cerro.
– Fue una horrible caída – comentó la joven girando para poder darle la cara y después de sonreír siguió hablando. – Mi nombre es Nayarak.
– Atoq – le respondió él y le tendió la mano. – Gracias por ayudarme, creo que la buena suerte aún me acompaña.
Ella asintió y se volteó para seguir con sus labores.
Él se tocó sus brazos y luego sus piernas buscando indicios de alguna fractura, pero parecía que estaba en perfecto estado. Sonrió con suficiencia al acordarse de las palabras de su abuela cuando era pequeño.
“Eres tan flexible que pareces un gato … tienes como siete vidas en ese cuerpo” ese recuerdo lo hizo sonreír. “Después de todo la caída no debió ser tan aparatosa y el agua amortiguó el golpe” pensó.
Se acercó para verla trabajar y ella sonrió. Cerraba unos cuernos largos y luego los colocaba ordenadamente sobre una pila que amarró con una reata larga de cuero. Atoq notó que había separado unos cuantos que eran más pequeños que el resto y los metió en un morral. Solo uno de ellos quedó en sus manos.
– ¿Quieres? – lo convidó ofreciéndoselo.
– Claro … – se acercó con curiosidad. – ¿Qué es?
– Energía.
– ¿Energía?
– La necesitarás – respondió mientras la abría.
El olor de una bebida exquisita lo atrajo aún más, pero por más que trataba de identificar de qué se trataba, no daba con ella. Nunca había olido algo así, era algo nuevo. Lo que vio lo sorprendió aún más, la luz que había en su interior se reflejaba en sus ojos. Una maraña de destellos intermitentes con luces amorfas que chocaban las unas con las otras como queriendo escapar de su encierro no merecido.
– ¿Qué es esto? – volvió a preguntar rechazando su contenido con tal brusquedad que por poco cae al suelo.
– ¡Cuidado! – exclamó Nayarak alarmada. – Los rayos son realmente difíciles de capturar y no sabemos cuándo será la próxima tormenta.
Él abrió sus ojos e inmediatamente comenzó a retirarse. Estaba asustado. Los cuentos de brujas eran muy comunes en su pueblo, y aunque nunca se había encontrado con una, les tenía miedo, y definitivamente la joven que tenía enfrente suyo no podía ser otra cosa que una de ellas.
Las nubes se movieron y permitieron el paso de los rayos de luz que venían del cielo para posarse suavemente sobre Nayarak. Ella lo miraba todavía con la expresión sería de solo pensar que faltó muy poco para que se derramara el contenido del cuerno. Levantó la mano para llevárselo a la boca y tomar un buen sorbo que destelló en la medida en que bajaba por su garganta. La luna iluminó su rostro desvaneciendo su piel para dar lugar a un ser traslúcido donde emanaba un tono azul que delineaba su contorno.
Atoq retrocedió tan intempestivamente que se resbaló sobre el piso húmedo y cayó de espaldas, pero no le importó, con ayuda de sus manos y pies echaba hacia atrás en un afán de alejarse de aquella bruja que seguía mirándolo de forma severa.
– ALÉJATE – le gritó nervioso, aunque ella no se había movido.
En cambio, Nayarak había transformado la expresión de su rostro. Ahora reflejaba diversión.
Él trató de levantarse, pero cayó nuevamente. Estaba desesperado de no ser capaz de coordinar sus piernas con sus manos para por lo menos colocarse de pie.
– ¿Qué estás haciendo? – preguntó Nayarak muerta de risa.
– Te dije que te alejes bruja.
Las carcajadas que le siguieron a esa amenaza lo dejaron perplejo y pensó que tal vez aquella criatura era la más malvada de todas y que definitivamente todo estaba perdido.
– Es mejor que bebas un poco o de lo contrario comenzarás a desvanecerte – le dijo ofreciéndole otra vez el cuerno.
La miró con perplejidad y al tratar de abrir la boca para replicarle a ese ser abominable engendrado por la oscuridad, ella se adelantó señalándole su brazo.
– La luna ha comenzado a afectarte.
Fue solo al verlo que su miedo se triplicó. Su mano comenzaba a desaparecer frente a sus ojos.
– ¿Qué me has hecho? – gimió.
– Tu te lo hiciste ¿qué esperabas? Caíste de una altura de más de veinte metros – se alejaba de él y comenzaba a preparar su equipaje para partir. – No tengo tiempo que perder, vienes conmigo o vas a seguir quejándote y llamándome bruja.
Atoq la miraba partir sin atreverse a levantarse, solo el dolor del rayo de luz lastimando su piel lo hizo reaccionar.
– ¡ESPERA! – ella se detuvo y lo miró. – ¿En qué me he convertido? ¿Quién eres?
Nayarak tomó el cuenco y lo abrió para ofrecérselo, su sonrisa había vuelto.
– Solo soy una viajera … toma un poco, es importante que mantengas la energía de tu cuerpo.
– ¿Qué somos?
– Espectros.
November 13, 2020
19. Sombra Hechizada

Levantaba la lanza lo máximo que podía, el viento estaba a su favor y la pantera que tenía enfrente, a solo tres metros de distancia, no la había olido. El día era cálido y húmedo y las gotas de sudor se deslizaban por su rostro. Le incomodaban, pero no podía moverse o la descubriría. Podía observar la majestuosidad de su figura, como tensionaba los músculos mientras permanecía con su vientre pegado al piso, camuflándose para que el pueblo no la detectaran. Era una hembra y por lo que había observado, en edad adulta.
Nadie sabía de dónde había venido, pero llevaba más de tres semanas rondando por los alrededores. Por solicitud del Cacique, el grupo de guerreros que la acechaba tenía la orden de matarla, pero ellos no querían hacerlo, solo dormirla para que pudieran llevarla lejos de sus casas. Inclusive, ya habían escogido un lugar retirado en donde podía vivir sin problema.
La detallaba y no podía negar que era un animal hermoso. La luz del sol se reflejó en un objeto metálico y entrecerró sus ojos para escudriñar. Le pareció curioso que tuviera alrededor de su cuello una cinta de cuero violeta y había un dije que caía.
“No eres totalmente salvaje ¿eh?” pensó y en ese momento, el viento cambió de dirección. Un segundo después la pantera, que la había percibido, la miraba intensamente y sus ojos se conectaron con los de ella.
– ¡DISPARA SAMI! – escuchó que le gritaban desde la lejanía, pero su mente se enredó con la de la criatura que había comenzado a castañear sus dientes provocando un sonido gutural.
Sintió que su amiga corría hacia ella para protegerla y fue cuando detalló el dije que colgaba entre la melena negra del animal.
– ¡NOO Itati! – gritó de imprevisto colocándose entre ella y la fiera para detenerla. Debía impedir que le hiciera daño. Había algo en el dije que le parecía conocido.
La guerrera se detuvo en seco y la miró sin comprender lo que estaba sucediendo. La bestia permanecía dócil detrás de Sami, sin atacar. Al ver que Itati bajaba su arma, se giró en redondo para examinar al felino que se había sentado sobre la hierba de forma sumisa.
– No puede ser – murmuró.
– ¿Qué haces? – le dijo su amiga y le pasó una reata de cuero para sujetarla, pero ella la desestimó con un gesto en su mano. – Tu padre dio la orden de matarla, debemos sacarla antes de que se entere.
– El dije – susurró para ella misma, y de un momento a otro llevó su mano hasta el cuello del animal. Necesitaba mirarlo de cerca. No podía ser una coincidencia, pero su Itati la detuvo.
– ¡Espera! ¿Qué sucede contigo? Es un animal salvaje.
– No, no lo es – y zafándose de su amiga tomó el collar de la pantera para romperlo.
– ¡ALEJATE! – gritó el Cacique con la lanza en sus manos y se abalanzó hacia ellas para matar al felino.
El animal se colocó de pie y lo amenazaba mostrándole sus dientes. Sami se apresuró a impedirle el paso y lo detuvo con su lanza en la mano. No se había dado cuenta en qué momento había llegado.
Itati estaba inquieta y no sabía si salir corriendo o detener lo que ocurría, por más que Sami fuera su hija, estaba desobedeciendo al Cacique y eso podía costarle la vida.
– Aléjate de ese animal – le ordenó su señor. El Cacique del pueblo. Su padre.
– Baja el arma – le respondió.
Él abrió sus ojos de par en par y su expresión se endureció aún más.
En las últimas semanas no se había llevado muy bien. Eso la entristecía porque él era lo único que le quedaba, su madre había desaparecido y no se acordaba de ella. De hecho, Sami le parecía que su relación se había degradado tanto que ahora, él era un completo desconocido. Pensó que tal vez era porque se había convertido oficialmente en una guerrera y eso a su padre nunca le había gustado.
– ¿Qué haces insolente? – había soberbia en la forma como hablaba y blandió la lanza dispuesta a matarla.
Aquello la tomó por sorpresa y apretó los dientes para defenderse del ataque que parecía inminente, pero la pantera rugió y se abalanzó sobre el Cacique haciéndolo caer de espalda sobre la hierba. Los demás guerreros se demoraron en reaccionar, pero Sami corrió para separarlos. En ese festín de brazos y garras, sus dedos se enredaron con el dije y sin quererlo, este se rompió destruyéndose por completo.
Un gas violeta surgió de los restos de la joya. Todo comenzó a dar vueltas por su cabeza y una lluvia de imágenes pasaban de largo sin ni siquiera poder detallarlas. Las escenas se detuvieron y miró a su alrededor. Parecía estar sumergida en un sueño; lejos de su padre, de su amiga o de su pueblo.
Estaba en medio de la noche y sintió frío. Se cubrió con sus manos mientras veía aparecer a una joven que corría desesperadamente en medio de la vegetación. Llevaba un vestido blanco que resplandecía con la luz de la luna y en sus brazos un bebé.
– Disculpe – le dijo para detenerla, pero no la escuchó y pasó de largo.
Detrás venía un chamán con una túnica oscura con ribetes de colores en las mangas. Portaba un báculo en sus manos y maldecía mientras corría para poder alcanzarlas. Ella recogió su lanza del suelo y salió detrás de ellos. Cuando llegó, el hechicero ya las tenía acorraladas.
Levantó su lanza para detenerlo, pero de la mano del hombre había una esfera gaseosa de color violeta que lanzó sobre ella tumbándola lejos. Rodó varios metros y quedó aturdida sin poder respirar. Trató de mover su cuerpo, pero estaba congelada, pegada al piso. Y mientras intentaba zafarse del hechizo podía observar con impotencia lo que ocurría.
– Dámela – le decía con voz gruesa el hombre y la joven retrocedía sin responder. En su cara se observa la desesperación. – Hazlo de buena gana, no quiero que se lastime.
– Nunca – le gritó y miró para todos lados buscando la forma de huir, pero sus opciones se acababan y el muro de roca que tenía detrás le impedía seguir retrocediendo.
– No sé por qué te aferras a ella … eres sana, podrás tener más hijas …
– Tendrás que matarme.
– Sabes que no puedo hacer eso – había fastidio en la forma como respondía. – Los dioses me condenaría y no quiero eso. Ya te lo expliqué, la necesito para que sea mi discípula.
– Para que sea tu esclava querrás decir.
Él sonrió con malicia.
– ¿Por qué? ¿Por qué mi hija?
Puso los ojos en blanco y apretó la boca para tratar de responder.
– Es la hija del Cacique, su sangre es sagrada. La magia correrá sin problema por sus venas.
– Entonces tómame y déjala a ella.
El brujo la miró con recelo, no entendía lo que le estaba proponiendo ¿Es que acaso no había sido claro?
– También soy hija de un Cacique – le respondió como si supiera lo que él estaba pensando. – y aún soy joven.
Él levantó la cabeza y miró a la luna mientras reflexionaba sobre la propuesta. Aquella revelación era nueva y no le desagradaba. Se saltaría todo eso de la crianza y tendría la esclava que necesitaba de una vez. No tendría que esperar y en unos días podría absorber su poder, y él, el gran hechicero conservaría su forma humana por unas cuantas décadas más.
Cuando bajó la cabeza, movió su mano con soltura y manteniendo la esfera de gas sobre sus manos golpeó con fuerza a la joven. Sami escuchó su gemido, pero no pudo hacer nada porque todo se desvaneció.
Ahora veía la bruma violeta que se mantenía en sus manos y recordó la visión que había tenido hacía unos segundos. Se quedó estática sin poder respirar. Mientras tanto con el rabillo del ojo observaba que su padre estaba siendo envuelto por una neblina igual que la suya. El gas denso que se mantenía suspendido se esfumó para adherirse con el que salía del cuerpo del Cacique. Se elevó al cielo para luego erguirse sobre ella, listo para introducirse por su boca.
El movimiento de una mujer que gateaba con desespero la distrajo. Avanzaba hacia su padre. Cuando llegó le arrebató el dije del cuello y lo destruyó con una roca que recogió del piso. La figura nebulosa que permanecía suspendida en el aire gimió contrayéndose para desaparecer.
Sami se quedó estática, pasmada por el asombro de ver que su padre recobraba el sentido y entre sollozos acariciaba el cabello negro y el rostro de esa mujer, a la que llamó “mi esposa”.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
November 6, 2020
18. El baile de las Luciérnagas

Por A. Maradei
Esa mañana la algarabía en las calles era tan ruidosa que se despertó de mal genio. Una joven de quince años había desaparecido y el cuchicheo de los vecinos y curiosos estaba en su máxima expresión. No era la primera vez que aquello ocurría, solo que en los últimos meses se había repetido con mayor frecuencia y la tensión se sentía en cada rincón del pueblo. Incluso su mejor amigo se había perdido de la misma forma hacía dos años y nadie lo había vuelto a ver. Los chismosos decían que se había escapado, pero él no lo creía así.
Awki aún lo buscaba y cuando ocurría una nueva desaparición, él era el primero en comenzar a indagar. Su temperamento aventurero y curioso hacía que siempre estuviera explorando fuera del pueblo. Él a veces se refería a sí mismo, como la fuente de noticias más creíbles de toda la región. El único problema era su hermano menor porque quitárselo de encima era todo un reto. Somak era tan intrépido como él, pero diez años menor, así que constantemente tenía que regañarlo para que regresara a casa.
Salió temprano, iba detrás de una pista que lo conduciría a la Arboleda de Vika, una hermosa planicie de árboles de mil colores con un pasado sospechoso y cargado de leyendas. La mayoría de los viajeros la bordeaban para evitar atravesarla, aunque eso implicara dos días más de trayecto. Su lógica le decía que la joven se había perdido como había sucedido con su amigo, solo tendría que buscar las pistas para traerla de regreso.
La tarde pasó lentamente y las tan anheladas huellas nunca aparecieron, aquello lo obsesionó aún más y se negaba a retirarse sin un indicio que comprobara su hipótesis. Comenzó a oscurecer y la claridad se le escapaba, así como su paciencia. Se recostó sobre una piedra para meditar sobre lo que había conseguido hasta ahora. Un par de huellas viejas que no significaban nada y una cinta larga enredada en una de las ramas. Respiró profundo, mañana regresaría otra vez.
Mientras caminaba entre los árboles una ráfaga de viento pasó por su lado, fue solo un segundo y después el ambiente regresó a la normalidad. No hubiera sospechado si no fuera porque se había colado un aroma dulce de flores frescas. Se detuvo y miró al cielo a través de la copa de los árboles. El sol se despedía en el ocaso y aunque había luna llena, la noche era oscura porque las nubes tapaban completamente el cielo. Se dijo que debía regresar, pero no podía dejar de pensar que eso no era normal y cuando llegó el segundo vendaval acompañado de miles de luciérnagas, sus piernas comenzaron a moverse hacia el interior de la arboleda.
La música llegó a sus oídos embriagando su cuerpo completamente, ya no era solo el aroma el que lo enredaba, también había un sonido melodioso que hacía que las luces ondularan de forma rítmica. Se enredaban en su cuerpo, y luego en los troncos de los árboles y las ramas para volver a descender y acariciar el suelo. Estaba embebido en el más absoluto éxtasis.
– ¿A qué horas nos vamos? – la voz de Somak lo despertó y se giró para mirarlo, pero inmediatamente se recriminó de su torpeza porque al regresar su rostro hacia la arboleda, esta había desaparecido.
Cogió la mano de su hermano sin decir nada. Hacerle cualquier pregunta era absurda, si el pequeño hubiera visto algo lo hubiera dicho. Así que regresaron al pueblo, convencido de que tenía que regresar al día siguiente.
______
Recostado en el umbral de la puerta de su casa, miraba hacia la nada mientras seguía pensando en lo que había pasado la noche anterior. Somak se había ido con su madre, por tanto, hoy no podía perseguirlo, pero aún así no era capaz de marcharse. Él estaba investigando la desaparición de la joven y lo que había experimentado en la arboleda no tenía nada que ver con eso. Mientras que reflexionaba una luciérnaga se posó en el dorso de su mano. Levantó una de sus cejas y la miró.
“¿Acaso me estabas invitando?” Pensó.
– ¿Cómo vas con la búsqueda? – le preguntó su vecina que pasaba por el frente.
Negó con la cabeza, no quería hablar porque aún sentía al pequeño animal sobre su piel. Se debatía entre seguir investigando la desaparición o internarse en la arboleda. La curiosidad le pellizcaba el corazón y tuvo que contenerse para no salir corriendo inmediatamente. Debía tomarlo con calma. Iría, pero a su ritmo.
Cuando llegó, ya oscurecía y sintió la música casi al instante. Esta vez la melodía era más intensa y la piel se le erizó, la sentía en cada poro de su cuerpo. La danza de los pequeños insectos era magnífica. Se respiraba perfección y armonía. Entonces se dejó llevar y en la medida en que ingresaba al interior del claro, observaba un espectáculo maravilloso. Las luces aumentaban de intensidad, al igual que los sonidos y los aromas. Estaba embebido.
Al rato, una figura empezó a formarse.
– ¿Quién eres? – preguntó.
La joven sonreía mientras se acercaba a él. Era como un ser iluminado, de color oro que brillaba con intensidad. Portaba una túnica larga que se ceñía a su cintura. No tenía zapatos y a cada lado de sus hombros caían dos trenzas, aunque solo en una de ellas había una cinta amarrada en la punta. Entonces recordó lo que había encontrado el día anterior en el bosque y la miró fijamente. La joven lo invitaba a que tomara su mano y eso fue lo que hizo de forma precavida.
– ¡No! ¿Qué haces?
La voz de alarma de su hermano lo despertó de su trance. Sintió un fastidio incontrolable porque lo había interrumpido y se volteó encolerizado.
– ¿Mamá sabe que estás acá?
El niño se aferraba a su mano mientras que en sus ojos se veía el reflejo de la figura dorada que flotaba ante ellos.
– ¿La ves?
Somak asintió tirándolo para que se alejaran de allí, pero la joven los invitaba a que la siguieran y su rostro comenzó a cambiar, ahora era el de su amigo y aquello lo conmocionó.
– Debemos seguirla – le susurró al pequeño. – Creo que ella sabe dónde están.
– ¡No! te perderás.
– Seremos cautelosos – y sin esperar a que su hermano lo apoyara, comenzó a caminar detrás de las luciérnagas que brillaban en plena oscuridad.
Cada tanto, la figura los esperaba y al ver que la seguía continuaba su avance, dejando su estela de fragancias agradables. Awki escuchaba los murmullos de su hermano, pero la adrenalina que viajaba por su cuerpo lo controlaba. Se repetía en su interior que algo tan hermoso no podía ser malo. Cada paso que daba lo hacía con cautela mirando a su alrededor.
Su hermano lo jaló en un afán de detenerlo y él se giró para hablarle. La figura hizo lo mismo y con su mano llena de luz acarició suavemente el rostro del pequeño mientras mantenía una sonrisa dulce.
– Lo ves … ¡Vamos! confía en mí – murmuró Awki alborotándole el pelo antes de ponerse de pie y seguir la marcha.
Al rato escucharon una algarabía, eran risas y música que comenzaba a llenar el silencio en el que se encontraban. Los ruidos no podían ser otra cosa que los jóvenes perdidos del pueblo. La miró con ojos de agradecimiento y apresuró la marcha. Después de varios minutos llegaron al final de lo que parecía un camino y enfrente de ellos había un muro de arbustos secos. Era una maraña de ramas que formaban una pared gruesa e impenetrable y se escuchaban los sonidos que venían del interior.
La joven lo miraba mientras señalaba la entrada, entonces, Awki se asomó con timidez. La oscuridad engulló parte de su cuerpo y Somak se asustó tirándolo para que regresara a su lado.
– ¡Awki! – gimió.
– Estoy bien … tranquilo – le dijo para calmarlo y se agachó para hablarle a los ojos. – Están adentro … todos están adentro ¡Es increíble, los hemos encontrado!
El pequeño lo miraba con ojos nerviosos y tiraba para que se alejaran de allí.
Las miles de luciérnagas que permanecían flotando a su lado, dibujaban el rostro de su amigo perdido.
Awki pensó en él. Tenía la oportunidad de llevarlo de regreso a su familia. Se imaginó lo felices que estarían todos cuando vieran que los chicos habían sido rescatados.
– Debo hacerlo, debo sacarlos de allí – su voz era firme.
– ¿Y si no regresas?
– Lo haré – miró la expresión dulce de la luz que tenía al lado. Estaba convencido de que podía lograrlo. – Corre hasta el pueblo y vuelve con ayuda, puede que tengamos que cargar a muchos de ellos.
El pequeño asentía y miró al joven iluminado como el oro. Él le sonrió cálidamente, así que Somak obedeció a su hermano.
– Gracias por traerme hasta acá – le dijo Awki poniéndose de pie.
La figura asintió sutilmente conservando su expresión alegre, entonces él se introdujo en el túnel y éste lo engulló enseguida.
Cuando Somak volvió con varios habitantes del pueblo, no pudieron encontrar el lugar por dónde se había introducido Awki. El paisaje había cambiado y la pared de arbusto ya no existía. Les contó sobre las luciérnagas y sobre la música, pero nadie le creyó. Lo buscaron hasta el amanecer sin encontrarlo. No fue el primero ni tampoco el último.
Lo que sucedió allí se convirtió en leyenda y se dice que desde la Arboleda de Vika se escuchan voces que ríen y cantan al son de la música, pero cuando los valientes se internan a buscarlos nunca regresan.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
October 31, 2020
17. El Monte de Ixcha

A. Maradei
Veía cómo tomaba agua del arroyo. Lo había seguido por horas, el tiempo suficiente para detallarlo completamente. Era joven y apestaba a un miembro del pueblo del Sol, desde la vestimenta hasta la contextura física de su cuerpo. Su traje de tonos ocres tenía las decoraciones propias de ellos, con protectores de cuero en las muñecas y botas cortas.
El reflejo de los rayos de luz sobre una de las piezas de oro que portaba, la deslumbró por un instante. Se agachó y siguió apreciando a la legendaria macana de Iska.
El momento había llegado. Tensó su arco y respiró despacio para no perturbar su pulso. Lo tenía en la mira y aunque parecía discreto, ella lo era mucho más. Nadie podía detectarla. Vio de reojo cuando levantó su brazo listo para atacar y disparó. La flecha salió y rozó con delicadeza la piel de su mejilla mientras escuchaba su dulce silbido, pero el joven se levantó de imprevisto desviándola con su macana. Se giró en redondo mirándola con severidad.
“¿Es imbécil o qué?” pensó y tuvo que salir de su escondite mientras apuntaba con rapidez a su blanco. Se aproximaba con celeridad así que disparó sin tregua.
Esta vez, Iska no la detuvo y giró su cuerpo para enfrentarse a un engendro mitad humano mitad murciélago que se abalanzaba en su dirección. La flecha dio en el blanco y la piedra de luz que componía su cabeza comenzó a dilatarse en el interior de la bestia. Presionaba sus órganos internos mientras el calor lo quemaba. El gemido de dolor lo detuvo y el guerrero del pueblo del Sol aprovechó para propinarle un golpe con su macana que hizo que el gigante se desplomara al suelo.
La amenaza había sido neutralizada, así que se acercó a Iska para ayudarle.
– Retrocede – le espetó con severidad levantando su brazo para detenerla.
El agua del arroyo burbujeó y arropaba a la criatura nocturna mientras el guerrero del Sol murmuraba palabras inteligibles. Una bruma oscura salió de la boca del caído y en un segundo la macana de Iska la absorbió. El guerrero tuvo que apoyarse con sus manos sobre el suelo para no caer, se veía débil.
– ¿Te encuentras bien?
– ¿Quién eres? – aunque había palidecido su voz era gruesa.
– Yanay, guardiana del pueblo de la Luz – y le ofreció su mano.
Él se levantó y se quedó mirándola, pero no le correspondió siguió de largo y arregló su equipaje para irse de allí.
– La Asamblea de los pueblos me encomendó a ti.
Resopló aire por su boca antes de hablar.
– ¿Para qué te necesito? – su mano temblaba ligeramente y Yanay movió sus pupilas sin querer, para mirar aquel pequeño detalle. Él al darse cuenta cerró su puño disimuladamente y siguió hablando para desviar su atención. – Diles que pierden el tiempo, no la entregaré.
Se refería a la Esmeralda Roja que decoraba la cabeza de su macana. La leyenda decía que él se había enfrentado a Guahoioke el dragón de la oscuridad y que resultado de aquella confrontación había terminado gravemente herido. Las escamas rojas de la bestia que le habían retirado de su piel, habían servido para tallar la piedra roja. Él se había convertido en el guerrero más poderoso de todos los tiempos porque el filo de su macana era capaz de cortar hasta el más duro de los metales. Sin embargo, el cacique del pueblo del Sol había manifestado en la Asamblea de los Pueblos su preocupación por el comportamiento cada vez más errático de Iska y se nombró a la joven, una de las mejores guardianas de su pueblo y conocedora del arte de controlar la luz, para ayudarlo y conducirlo al monte de Ixcha donde descansaban los dioses al interior de la laguna.
Un ruido hizo que se callaran inmediatamente y Yanay tensó su arco mientras Iska mantenía su arma en su mano. Pero el ataque llegó por detrás y esta vez ni la rapidez de la guardiana, ni la fuerza del joven pudieron con la embestida de tres figuras antropomórficas de piel oscura y ojos negros que atacaban sin contemplación. La joven disparó una flecha que dio en el blanco, el medio hombre cayó de rodillas y ella aprovechó para golpearlo con la pala superior de su arco partiéndolo en dos. Lo botó al suelo desesperada y retrocedió mientras la bestia la miraba con intensidad. Sacó la daga corta que mantenía en su pantalón lista para defenderse, pero escuchó un silbido. Un segundo después, dos de las tres criaturas huían apresuradamente desapareciendo de la misma forma como habían llegado.
Iska estaba en el suelo sobre uno de los hombres murciélago. Se encontraba en la misma posición que había asumido cuando su macana absorbió la sombra del primer caído, pero su arma ya no estaba en la mano.
– La Esmeralda … ¿Dónde está …? – balbuceó ella.
El guerrero se colocó de pie sin responderle, tenían sus manos temblorosas y estaba inmerso en una especie de locura. Buscaba con desespero su arma y al no encontrarla comenzó a correr internándose en el bosque. Yanay lo siguió de cerca, pero Iska estaba encolerizado y su ira no lo dejaba pensar con claridad, parecía un perro rabioso que buscaba con desespero su hueso perdido. Jadeaba y balbuceaba cosas que solo él entendía mientras rompía las ramas y las hojas a su paso. Ella lo dejó hacer, no valía la pena enfrentarlo. Pronto se cansaría y entonces podrían seguir las huellas.
Tenía órdenes de vigilarlo de cerca, sin importar lo que él dijera. Así que eso era lo que ella estaba haciendo. Los guardianes de la Luz podían moverse con tanta sutileza que era imperceptibles. Utilizaban los haces de luz como medio de transporte, lo que les permitía viajar largas distancias en poco tiempo.
Yanay lo perseguía y al mismo tiempo, rastreaba a los ladrones. Encontrar la macana era indispensable, su poder no podía caer en manos oscuras. Después de dos horas, la rabia de Iska disminuyó y se sentó sobre una roca como un niño perdido.
– Si ya acabaste, sé cómo recuperarla.
– Todo esto ha sido tu culpa – le espetó señalándola con el dedo mientras se acercaba de forma violenta hacia ella. Yanay lo miró manteniendo una expresión serena y segura de sí misma. Los guardianes de Luz eran los mejores guerreros del territorio. – Nunca nos hubieran atacado de no ser porque me distrajiste.
– Sé dónde está – repitió. – ¿Quieres venir o prefieres seguir quejándote?
– A qué has venido – entrecerró sus ojos.
– Tengo órdenes de llevarte al monte Ixcha.
– ¿Tú y cuántos más? Ya te lo dije, no pienso entregarla – levantó su mano para atacarla, pero la joven se movió con la suavidad de una bailarina y el rudo guerrero cayó de bruces al suelo.
– No es momento para hablar. Debemos recuperar la Esmeralda Roja – Yanay le ofrecía su mano para ayudarlo a levantar, pero él volvió a rechazarla y limpio el polvo de sus ropas mientras se colocaba de pie. Apretó su boca y se forzó a responderle.
– Te sigo – le dijo.
_____
El combate había sido rápido y las criaturas no pudieron detener a dos guerreros como Iska y Yanay. El primero no tuvo tiempo para idear una ruta de escape y fue presa de la lentitud que provoca las aguas del río; impedían avanzar a la velocidad que él quería. La guardiana de la Luz robando el mismo arco que la bestia mitad hombre había dejado minutos antes, disparó desde la orilla una flecha con un movimiento certero y la piedra de luz hizo su trabajo.
La otra criatura alcanzó a internarse en la vegetación con tan poca suerte que se encontró entre un muro de piedras que le impedían continuar e Iska que se acercaba temerario. El hombre murciélago levantó la macana para atacarlo, pero la luz que irradiaba la Esmeralda Roja se apagó de imprevisto y luego comenzó a vibrar con tanta fuerza que cayó de sus manos. La criatura gimió y la esencia oscura que lo contenía salió de su cuerpo para ser absorbido por la piedra.
Todo quedó en silencio y en ese momento Yanay apareció. Tomó la macana con su mano y la cara de Iska cambió, se abalanzó a ella para arrebatársela, pero con su movimiento sencillo y hermoso al mismo tiempo lo dejó tendido en el suelo. El guerrero se levantó echando chispas por los ojos.
– ¡Devuélvelo!
– ¿Me acompañarás al monte Ixcha?
– No sigo órdenes del pueblo de la Luz.
– Fue tu Cacique el que lo solicitó.
Iska abrió sus ojos y levantó las cejas sorprendido, pero se mantuvo callado. Entornaba sus ojos y Yanay supo que estaba buscando la forma de atacarla. Ella era más delgada y baja de estatura, así que él podría pensar que tenía la ventaja y lo más seguro es que probaría un segundo ataque. La intención no era combatir con él, así que prefirió negociar.
– No vine a pelear contigo – le dijo mostrándole la macana en su mano. – Solo quiero que me acompañes – dibujó una leve sonrisa en su rostro y le ofreció su tan deseada arma. Él se apresuró a tomarla y ella retiró el ofrecimiento por un segundo. – Prométemelo y te la devolveré.
Iska la miró con sus ojos negros y cejas pobladas. Asintió levemente, con el movimiento suficiente para decir que está de acuerdo, pero que no seguiría sus órdenes. Entonces la guardiana le entregó lo prometido.
– Nos iremos enseguida, Xhube ha enviado más criaturas nocturnas para atacarte – comentó y tomando su equipaje comenzó a caminar. No lo miró, sabía que la seguiría. Había algo en su expresión que le decía que necesitaba que lo ayudara, aunque era tan orgulloso que nunca se lo pediría.
–––––
Atravesaron la laguna que conducía al monte Ixcha. Los colores ocres, amarillos y verdes de la orilla continuaron aún después de internarse en la isla. Las formas y los sonidos acariciaban dulcemente los sentidos en una perfecta combinación. El paisaje parecía irreal ante los ojos de cualquier mortal imperfecto. Llegaron al árbol más grande de la cima cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y Yanay se sentó en el suelo.
– ¿Ahora qué? – dijo Iska que jugaba con la macana en su mano.
– Tenemos que esperar – respondió y se acostó para mirar al cielo que poco a poco comenzaba a llenarse de estrellas.
Durante el trayecto, el guerrero del Sol nunca se desprendió del arma y la mantenía pegada a su cuerpo constantemente. Parecía obsesionado con ella, tanto que las ojeras de su rostro ya eran parte de él. Yanay supuso que aquel objeto lo dominaba de alguna forma, por el momento, él había cumplido lo pactado, pero quitarle la macana podría ser una tarea más difícil de lo que la Asamblea de los pueblos había considerado.
La tranquilidad del lugar, la hizo cerrar los ojos y poco a poco se quedó dormida. Cuando despertó, Iska aún se mantenía sentado mirando su arma mientras reflexionaba.
– Deberías descansar – le dijo con suavidad.
Él pareció sorprendido y volteó a mirarla.
– Pensé que vendrían a ayudarme … a eso me trajiste ¿no?
– Si, pero realmente no fueron muy claros en eso. Por ahora podrías colocarla lejos de ti para empezar.
– No puedo – contestó en un suspiro.
– Así que eres consciente de que esa cosa te controla – le dijo con sinceridad. Habían estado juntos por más de una semana y se podía decir que ahora eran más cercanos.
Él soltó una carcajada que pudo escucharse a varios metros de distancia y se acomodó en su puesto con una expresión divertida en su rostro.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Pues, nunca la sueltas y aunque puedes descansar en este momento, te resistes a hacerlo, por eso mantienes esas ojeras debajo de tus ojos.
– No es lo que piensas. Quisiera deshacerme de ella, pero no puedo.
– A eso se le llama control.
Él volvió a sonreír, pero esta vez había melancolía.
– No sabes de lo que estás hablando.
– Por lo que veo, la noche será larga … así que tenemos bastante tiempo para hablar. Podrías contarme la historia, por el tiempo que llevamos viajando juntos y por el número de veces que te he salvado el pellejo, se podría decir que somos casi amigos – sonrió.
Iska la miró, volvía su expresión divertida a su rostro.
– Eres una buena guerrera.
– Gracias, pero no me cambies de tema.
– Esta bien … – hizo una pausa mirando su arma, jugaba con ella haciéndola girar en su mano. – Estoy enfermo – susurró.
– Lo sé – el guerrero la miró molesto y ella levantó las manos para disculparse. – Lo siento, no volveré a interrumpir, soy todo oídos.
– Cuando salvamos a los pequeños con mi hermano, el dragón me lastimó inyectándome su oscuridad. Todos estos años he utilizado la fuerza de sus escamas para vencer a nuestros enemigos, pero el veneno de Guahoioke aún está en mis venas y solo cuando estoy cerca de la Esmeralda puedo neutralizarlo. Ha pasado mucho tiempo y ahora siento que cada día es más difícil para mí. Se esparce por mi cuerpo y no puedo hacer nada para detenerlo.
Yanay bajó la cabeza, se sentía avergonzada. Durante todo ese tiempo había malinterpretado todas las señales. No era que quisiera el poder para él solo o que fuera tan egoísta que no pensara en los demás, era todo lo contrario y recordó las palabras de su líder antes de partir.
“Ayúdalo, solo la luz vence la oscuridad”
Corrió para tomar su equipaje y buscó las rocas de luz que aún conservaba. Las que utilizaba para que las puntas de sus flechas destruyeran a las criaturas nocturnas de la bruja.
– ¿Qué haces? – preguntó el joven con curiosidad.
– Quitate la ropa.
Él levantó las cejas y la miró sin comprender, pero con una pequeña sonrisa de complicidad.
– Solo la camisa … quiero decir. Muéstrame dónde tienes la herida – obedeció y Yanay se sentó junto a él.
Al estrujar la piedra con sus manos, esta se desmoronó dejando ver una esfera de luz que se mantuvo suspendida en la palma de su mano. La Esmeralda Roja brilló por su cercanía y Yanay le pidió que soltara la macana. Él lo hizo, entonces acercó la luz con delicadeza y luego la presionó contra su piel, justo en el lugar donde se encontraba una herida sin sanar que despedía una sustancia oscura y malsana. Iska inmediatamente se estiró hacia atrás y apretó sus dientes, pero se mantuvo quieto para que ella intentara curarlo. La operación la repitió varias veces y poco a poco la llaga comenzó a cerrarse.
Cuando terminaron ya estaba amaneciendo y el frío de la madrugada los estremeció. El guerrero del pueblo del Sol estaba tan feliz que le dolían los músculos de su rostro de tanto sonreír. La joven había utilizado casi toda su provisión de piedras de luz, pero lo había conseguido.
Durante el transcurso de la mañana, nadie llegó y ella lo miró mientras comían.
– Debemos deshacernos de la macana – murmuró y esperó su reacción.
– Necesitamos la Esmeralda Roja es la única arma contra la maldad de Xhube – ella abrió la boca para protestar, pero Iska continuó. – Mi arma no es el problema es el veneno del Dragón. Debemos limpiarla para que los espectros de su interior dejen de alimentarse de las almas de los mortales. Lo he intentado por muchos años, pero ninguna sustancia elimina la suciedad, aunque ahora podríamos lograrlo.
– ¿En qué piensas?
Él sonrió.
Durante los dos días siguientes, construyeron un Tótem y con la ayuda de las rocas de luz limpiaron la esmeralda. Mil almas negras fueron encerradas en el interior de la roca que ahora se erguía triunfante, como símbolo de su victoria sobre Guahoioke. Yanay había cerrado el sello de la estatua con sangre del pueblo de la Luz. Si alguien quería romperlo no solo necesitaría del filo de la Esmeralda Roja, también de un guardián que dominara los secretos de la luz.
Al finalizar, ambos estaban satisfechos de haber conseguido salvar una de las mejores armas que han existido en la historia del territorio, porque nadie podía utilizar el poder que ahora se encerraba en el monte de los dioses. Esperaron una semana, pero nadie llegó a reunirse con ellos. Entonces, decidieron regresar a sus pueblos y para protegerlos, juraron nunca revelar el lugar donde se erguía el Tótem en el monte de Ixcha.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
El Monte de Ixcha

A. Maradei
Veía cómo tomaba agua del arroyo. Lo había seguido por horas, el tiempo suficiente para detallarlo completamente. Era joven y apestaba a un miembro del pueblo del Sol, desde la vestimenta hasta la contextura física de su cuerpo. Su traje de tonos ocres tenía las decoraciones propias de ellos, con protectores de cuero en las muñecas y botas cortas.
El reflejo de los rayos de luz sobre una de las piezas de oro que portaba, la deslumbró por un instante. Se agachó y siguió apreciando a la legendaria macana de Iska.
El momento había llegado. Tensó su arco y respiró despacio para no perturbar su pulso. Lo tenía en la mira y aunque parecía discreto, ella lo era mucho más. Nadie podía detectarla. Vio de reojo cuando levantó su brazo listo para atacar y disparó. La flecha salió y rozó con delicadeza la piel de su mejilla mientras escuchaba su dulce silbido, pero el joven se levantó de imprevisto desviándola con su macana. Se giró en redondo mirándola con severidad.
“¿Es imbécil o qué?” pensó y tuvo que salir de su escondite mientras apuntaba con rapidez a su blanco. Se aproximaba con celeridad así que disparó sin tregua.
Esta vez, Iska no la detuvo y giró su cuerpo para enfrentarse a un engendro mitad humano mitad murciélago que se abalanzaba en su dirección. La flecha dio en el blanco y la piedra de luz que componía su cabeza comenzó a dilatarse en el interior de la bestia. Presionaba sus órganos internos mientras el calor lo quemaba. El gemido de dolor lo detuvo y el guerrero del pueblo del Sol aprovechó para propinarle un golpe con su macana que hizo que el gigante se desplomara al suelo.
La amenaza había sido neutralizada, así que se acercó a Iska para ayudarle.
– Retrocede – le espetó con severidad levantando su brazo para detenerla.
El agua del arroyo burbujeó y arropaba a la criatura nocturna mientras el guerrero del Sol murmuraba palabras inteligibles. Una bruma oscura salió de la boca del caído y en un segundo la macana de Iska la absorbió. El guerrero tuvo que apoyarse con sus manos sobre el suelo para no caer, se veía débil.
– ¿Te encuentras bien?
– ¿Quién eres? – aunque había palidecido su voz era gruesa.
– Yanay, guardiana del pueblo de la Luz – y le ofreció su mano.
Él se levantó y se quedó mirándola, pero no le correspondió siguió de largo y arregló su equipaje para irse de allí.
– La Asamblea de los pueblos me encomendó a ti.
Resopló aire por su boca antes de hablar.
– ¿Para qué te necesito? – su mano temblaba ligeramente y Yanay movió sus pupilas sin querer, para mirar aquel pequeño detalle. Él al darse cuenta cerró su puño disimuladamente y siguió hablando para desviar su atención. – Diles que pierden el tiempo, no la entregaré.
Se refería a la Esmeralda Roja que decoraba la cabeza de su macana. La leyenda decía que él se había enfrentado a Guahoioke el dragón de la oscuridad y que resultado de aquella confrontación había terminado gravemente herido. Las escamas rojas de la bestia que le habían retirado de su piel, habían servido para tallar la piedra roja. Él se había convertido en el guerrero más poderoso de todos los tiempos porque el filo de su macana era capaz de cortar hasta el más duro de los metales. Sin embargo, el cacique del pueblo del Sol había manifestado en la Asamblea de los Pueblos su preocupación por el comportamiento cada vez más errático de Iska y se nombró a la joven, una de las mejores guardianas de su pueblo y conocedora del arte de controlar la luz, para ayudarlo y conducirlo al monte de Ixcha donde descansaban los dioses al interior de la laguna.
Un ruido hizo que se callaran inmediatamente y Yanay tensó su arco mientras Iska mantenía su arma en su mano. Pero el ataque llegó por detrás y esta vez ni la rapidez de la guerrera, ni la fuerza del joven pudieron con la embestida de tres figuras antropomórficas de piel oscura y ojos negros que atacaban sin contemplación. La joven disparó una flecha que dio en el blanco, el medio hombre cayó de rodillas y ella aprovechó para golpearlo con la pala superior de su arco partiéndolo en dos. Lo botó al suelo desesperada y retrocedió mientras la bestia la miraba con intensidad. Sacó la daga corta que mantenía en su pantalón lista para defenderse, pero escuchó un silbido. Un segundo después, dos de las tres criaturas huían apresuradamente desapareciendo de la misma forma como habían llegado.
Iska estaba en el suelo sobre uno de los hombres murciélago. Se encontraba en la misma posición que había asumido cuando su macana absorbió la sombra del primer caído, pero su arma ya no estaba en la mano.
– La Esmeralda … ¿Dónde está …? – balbuceó ella.
El guerrero se colocó de pie sin responderle, tenían sus manos temblorosas y estaba inmerso en una especie de locura. Buscaba con desespero su arma y al no encontrarla comenzó a correr internándose en el bosque. Yanay lo siguió de cerca, pero Iska estaba encolerizado y su ira no lo dejaba pensar con claridad, parecía un perro rabioso que buscaba con desespero su hueso perdido. Jadeaba y balbuceaba cosas que solo él entendía mientras rompía las ramas y las hojas a su paso. Ella lo dejó hacer, no valía la pena enfrentarlo. Pronto se cansaría y entonces podrían seguir las huellas.
Tenía órdenes de vigilarlo de cerca, sin importar lo que él dijera. Así que eso era lo que ella estaba haciendo. Los guerreros de la Luz podían moverse con tanta sutileza que era imperceptibles. Utilizaban los haces de luz como medio de transporte, lo que les permitía viajar largas distancias en poco tiempo.
Yanay lo perseguía y al mismo tiempo, rastreaba a los ladrones. Encontrar la macana era indispensable, su poder no podía caer en manos oscuras. Después de dos horas, la rabia de Iska disminuyó y se sentó sobre una roca como un niño perdido.
– Si ya acabaste, sé cómo recuperarla.
– Todo esto ha sido tu culpa – le espetó señalándola con el dedo mientras se acercaba de forma violenta hacia ella. Yanay lo miró manteniendo una expresión serena y segura de sí misma. Los guardianes de Luz eran los mejores guerreros del territorio. – Nunca nos hubieran atacado de no ser porque me distrajiste.
– Sé dónde está – repitió. – ¿Quieres venir o prefieres seguir quejándote?
– A qué has venido – entrecerró sus ojos.
– Tengo órdenes de llevarte al monte Ixcha.
– ¿Tú y cuántos más? Ya te lo dije, no pienso entregarla – levantó su mano para atacarla, pero la joven se movió con la suavidad de una bailarina y el rudo guerrero cayó de bruces al suelo.
– No es momento para hablar. Debemos recuperar la Esmeralda Roja – Yanay le ofrecía su mano para ayudarlo a levantar, pero él volvió a rechazarla y limpio el polvo de sus ropas mientras se colocaba de pie. Apretó su boca y se forzó a responderle.
– Te sigo – le dijo.
_____
El combate había sido rápido y las criaturas no pudieron detener a dos guerreros como Iska y Yanay. El primero no tuvo tiempo para idear una ruta de escape y fue presa de la lentitud que provoca las aguas del río; impedían avanzar a la velocidad que él quería. La guerrera de la Luz robando el mismo arco que la bestia mitad hombre había dejado minutos antes, disparó desde la orilla una flecha con un movimiento certero y la piedra de luz hizo su trabajo.
La otra criatura alcanzó a internarse en la vegetación con tan poca suerte que se encontró entre un muro de piedras que le impedían continuar e Iska que se acercaba temerario. El hombre murciélago levantó la macana para atacarlo, pero la luz que irradiaba la Esmeralda Roja se apagó de imprevisto y luego comenzó a vibrar con tanta fuerza que cayó de sus manos. La criatura gimió y la esencia oscura que lo contenía salió de su cuerpo para ser absorbido por la piedra.
Todo quedó en silencio y en ese momento Yanay apareció. Tomó la macana con su mano y la cara de Iska cambió, se abalanzó a ella para arrebatársela, pero con su movimiento sencillo y hermoso al mismo tiempo lo dejó tendido en el suelo. El guerrero se levantó echando chispas por los ojos.
– ¡Devuélvelo!
– ¿Me acompañarás al monte Ixcha?
– No sigo órdenes del pueblo de la Luz.
– Fue tu Cacique el que lo solicitó.
Iska abrió sus ojos y levantó las cejas sorprendido, pero se mantuvo callado. Entornaba sus ojos y Yanay supo que estaba buscando la forma de atacarla. Ella era más delgada y baja de estatura, así que él podría pensar que tenía la ventaja y lo más seguro es que probaría un segundo ataque. La intención no era combatir con él, así que prefirió negociar.
– No vine a pelear contigo – le dijo mostrándole la macana en su mano. – Solo quiero que me acompañes – dibujó una leve sonrisa en su rostro y le ofreció su tan deseada arma. Él se apresuró a tomarla y ella retiró el ofrecimiento por un segundo. – Prométemelo y te la devolveré.
Iska la miró con sus ojos negros y cejas pobladas. Asintió levemente, con el movimiento suficiente para decir que está de acuerdo, pero que no seguiría sus órdenes. Entonces la guerrera le entregó lo prometido.
– Nos iremos enseguida, Xhube ha enviado más criaturas nocturnas para atacarte – comentó y tomando su equipaje comenzó a caminar. No lo miró, sabía que la seguiría. Había algo en su expresión que le decía que necesitaba que lo ayudara, aunque era tan orgulloso que nunca se lo pediría.
–––––
Atravesaron la laguna que conducía al monte Ixcha. Los colores ocres, amarillos y verdes de la orilla continuaron aún después de internarse en la isla. Las formas y los sonidos acariciaban dulcemente los sentidos en una perfecta combinación. El paisaje parecía irreal ante los ojos de cualquier mortal imperfecto. Llegaron al árbol más grande de la cima cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y Yanay se sentó en el suelo.
– ¿Ahora qué? – dijo Iska que jugaba con la macana en su mano.
– Tenemos que esperar – respondió y se acostó para mirar al cielo que poco a poco comenzaba a llenarse de estrellas.
Durante el trayecto, el guerrero del Sol nunca se desprendió del arma y la mantenía pegada a su cuerpo constantemente. Parecía obsesionado con ella, tanto que las ojeras de su rostro ya eran parte de él. Yanay supuso que aquel objeto lo dominaba de alguna forma, por el momento, él había cumplido lo pactado, pero quitarle la macana podría ser una tarea más difícil de lo que la Asamblea de los pueblos había considerado.
La tranquilidad del lugar, la hizo cerrar los ojos y poco a poco se quedó dormida. Cuando despertó, Iska aún se mantenía sentado mirando su arma mientras reflexionaba.
– Deberías descansar – le dijo con suavidad.
Él pareció sorprendido y volteó a mirarla.
– Pensé que vendrían a ayudarme … a eso me trajiste ¿no?
– Si, pero realmente no fueron muy claros en eso. Por ahora podrías colocarla lejos de ti para empezar.
– No puedo – contestó en un suspiro.
– Así que eres consciente de que esa cosa te controla – le dijo con sinceridad. Habían estado juntos por más de una semana y es podía decir que ahora eran más cercanos.
Él soltó una carcajada que pudo escucharse a varios metros de distancia y se acomodó en su puesto con una expresión divertida en su rostro.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Pues, nunca la sueltas y aunque puedes descansar en este momento, te resistes a hacerlo, por eso mantienes esas ojeras debajo de tus ojos.
– No es lo que piensas. Quisiera deshacerme de ella, pero no puedo.
– A eso se le llama control.
Él volvió a sonreír, pero esta vez había melancolía.
– No sabes de lo que estás hablando.
– Por lo que veo, la noche será larga … así que tenemos bastante tiempo para hablar. Podrías contarme la historia, por el tiempo que llevamos viajando juntos y por el número de veces que te he salvado el pellejo, se podría decir que somos casi amigos – sonrió.
Iska la miró, volvía su expresión divertida a su rostro.
– Eres una buena guerrera.
– Gracias, pero no me cambies de tema.
– Esta bien … – hizo una pausa mirando su arma, jugaba con ella haciéndola girar en su mano. – Estoy enfermo – susurró.
– Lo sé – el guerrero la miró molesto y ella levantó las manos para disculparse. – Lo siento, no volveré a interrumpir, soy todo oídos.
– Cuando salvamos a los pequeños con mi hermano, el dragón me lastimó inyectándome su oscuridad. Todos estos años he utilizado la fuerza de sus escamas para vencer a nuestros enemigos, pero el veneno de Guahoioke aún está en mis venas y solo cuando estoy cerca de la Esmeralda puedo neutralizarlo. Ha pasado mucho tiempo y ahora siento que cada día es más difícil para mí. Se esparce por mi cuerpo y no puedo hacer nada para detenerlo.
Yanay bajó la cabeza, se sentía avergonzada. Durante todo ese tiempo había malinterpretado todas las señales. No era que quisiera el poder para él solo o que fuera tan egoísta que no pensara en los demás, era todo lo contrario y recordó las palabras de su líder antes de partir.
“Ayúdalo, solo la luz vence la oscuridad”
Corrió para tomar su equipaje y buscó las rocas de luz que aún conservaba. Las que utilizaba para que las puntas de sus flechas destruyeran a las criaturas nocturnas de la bruja.
– ¿Qué haces? – preguntó el joven con curiosidad.
– Quitate la ropa.
Él levantó las cejas y la miró sin comprender, pero con una pequeña sonrisa de complicidad.
– Solo la camisa … quiero decir. Muéstrame dónde tienes la herida – obedeció y Yanay se sentó junto a él.
Al estrujar la piedra con sus manos, esta se desmoronó dejando ver una esfera de luz que se mantuvo suspendida en la palma de su mano. La Esmeralda Roja brilló por su cercanía y Yanay le pidió que soltara la macana. Él lo hizo, entonces acercó la luz con delicadeza y luego la presionó contra su piel, justo en el lugar donde se encontraba una herida sin sanar que despedía una sustancia oscura y malsana. Iska inmediatamente se estiró hacia atrás y apretó sus dientes, pero se mantuvo quieto para que ella intentara curarlo. La operación la repitió varias veces y poco a poco la llaga comenzó a cerrarse.
Cuando terminaron ya estaba amaneciendo y el frío de la madrugada los estremeció. El guerrero del pueblo del Sol estaba tan feliz que le dolían los músculos de su rostro de tanto sonreír. La joven había utilizado casi toda su provisión de piedras de luz, pero lo había conseguido.
Durante el transcurso de la mañana, nadie llegó y ella lo miró mientras comían.
– Debemos deshacernos de la macana – murmuró y esperó su reacción.
– Necesitamos la Esmeralda Roja es la única arma contra la maldad de Xhube – ella abrió la boca para protestar, pero Iska continuó. – Mi arma no es el problema es el veneno del Dragón. Debemos limpiarla para que los espectros de su interior dejen de alimentarse de las almas de los mortales. Lo he intentado por muchos años, pero ninguna sustancia elimina la suciedad, aunque ahora podríamos lograrlo.
– ¿En qué piensas?
Él sonrió.
Durante los dos días siguientes, construyeron un Tótem y con la ayuda de las rocas de luz limpiaron la esmeralda. Mil almas negras fueron encerradas en el interior de la roca que ahora se erguía triunfante, como símbolo de su victoria sobre Guahoioke. Yanay había cerrado el sello de la estatua con sangre del pueblo de la Luz. Si alguien quería romperlo no solo necesitaría del filo de la Esmeralda Roja, también de un guardián que dominara los secretos de la luz.
Al finalizar, ambos estaban satisfechos de haber conseguido salvar una de las mejores armas que han existido en la historia del territorio, porque nadie podía utilizar el poder que ahora se encerraba en el monte de los dioses. Esperaron una semana, pero nadie llegó a reunirse con ellos. Entonces, decidieron regresar a sus pueblos y para protegerlos, juraron nunca revelar el lugar donde se erguía el Tótem en el monte de Ixcha.
Copyright © 2020 Fernanda Maradei. Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor.
October 23, 2020
16. Eterno Llanto
Por A. Maradei

Se arrojó desde la rama del Roble y cayó sin problema, parecía un gato cuando de trepar o caer se trataba. Por eso sus compañeros la habían seleccionado para coger la siguiente pista que los conduciría a la victoria. Tomó una de las cortezas del árbol que reposaba cerca del borde de la colina y sonrió. Le encantaba la sensación de vacío que producía en su estómago. Entonces, sin pensarlo mucho se lanzó colina abajo.
El viento y la velocidad de la caída estiraba su cara hacia atrás mientras su corazón se esmeraba por bombear la mayor cantidad de sangre posible para que mantuviera la atención en el camino. Siempre lo había hecho desde pequeña, era diestra en esquivar a último momento los obstáculos que aparecían de repente. Una experticia que había obtenido de miles de caídas y raspones en todo su cuerpo. Los mostraba con orgullo porque indicaban que ella no le tenía miedo a nada.
Deslizarse sobre la colina era la forma más fácil y efectiva de descender cuando estabas en apuros y en ese momento, la situación lo ameritaba. Vio a su hermana a lo lejos, comenzaba a crecer rápidamente en la medida en que su rústico transporte se acercaba a ella, pero no pudo detenerse y pasó de largo. Entonces le tocó improvisar y tirarse sobre la hierba para alejarse del pedazo de tronco que ya había perdido el control por completo. Dio varias volteretas sobre el terreno hasta que se detuvo definitivamente y sintió los pasos de alguien que llegaba corriendo a socorrerla.
– Te demoraste, ya se oscureció – le dijo. Frunció el ceño porque no estaba de acuerdo con su hermana, pero antes de que pudiera contestarle, ella siguió hablando. – ¿Lo conseguiste?
Con la mano aún temblorosa por la adrenalina que aún recorría su cuerpo, sacó un sobre arrugado de la pretina de su pantalón. Lo abrieron rápidamente.
– ¿Dónde están los otros? Pensé que se quedarían contigo.
– Niku dijo que se adelantaría para revisar las rocas en la parte alta y Qisú lo siguió – respondió mientras se disponía a leer.
– ¿Para qué? – La voz de Igua sonaba molesta. – dije que traería la pista y aquí está. Solo yo podía trepar el árbol.
– Te retrasaste, así que ellos decidieron ir a la siguiente estación y tratar de ganar tiempo.
– ¿Sin esto? – y señaló el pedazo de papel que se iluminaba con la luz de la luna llena. – No encontrarán nada. Solo están perdiendo el tiempo, debimos haber jugado solo las dos.
– Los grupos debían ser de cuatro … las reglas eran claras. – Kora hablaba con serenidad, no era tan competitiva como su hermana gemela. Ella era más del tipo intelectual.
Eran dos gotas de agua, y donde una tenía un lunar, la otra lo tenía en el lado contrario. Eran tan parecidas que la mayor parte del tiempo las confundían y cuando salían juntas, las personas se quedaban mirándolas como si fueran animales de circo. A Igua eso le fascinaba mientras que Kora se sentía incómoda, por tanto, siempre buscaba arreglarse de forma diferente.
Eran cómplices tiempo completo de todas las picardías que hacían y sus padres ya estaban acostumbrados a recibir constantemente quejas por sus travesuras.
Llevaban toda la tarde en una competencia que se organizaba todos los años para los jóvenes del pueblo y que podía durar hasta el amanecer. Ahora que tenían dieciséis, pudieron participar por primera vez. Igua deseaba ganar.
– Y bien, ¿Qué dice la pista?
– “Caminen hasta encontrar la muralla. Miren debajo de la piedra blanca que descansa en la Bonga. Recuerden no temerle a los lamentos del bambú”
– Pan Comido – dijo con voz resuelta Igua y se levantó lista para continuar con aquella aventura. Su hermana permaneció en el suelo mirándola con temor en los ojos. – ¿Qué sucede? – replicó.
– Es en la Bonga … ¿por qué nos tocó allá?
– Es solo un árbol.
– Tu sabes lo que dicen de él. La leyenda …
– Cuentos para bebés. Nadie le teme a un árbol – respondió Igua poniendo sus ojos en blanco y empezó a caminar.
Su hermana la siguió y ambas emprendieron la ruta que conducía a la pared de roca que limitaba el pueblo del viejo bosque. Esta se extendía ingresando por entre la vegetación, dibujando un camino elevado de ochenta centímetros de ancho. Por siglos, aquel lugar estuvo prohibido y se había excavado una zanja de más de diez metros de profundidad para impedir que las personas desobedecieran y se adentrarán en él. Con el tiempo, gran parte de la muralla se destruyó y ahora parecía como si un gigante la hubiera devorado y dejado su marca.
De eso, ya habían pasado varios lustros y la memoria cultural con el tiempo se perdió. El viejo bosque no era más que eso: un lugar abandonado de troncos viejos y ramas gruesas. Sobre el profundo hueco se había construido un puente colgante para acceder a toda la riqueza que él ofrecía.
Cuando llegaron, vieron a sus compañeros hurgando entre la muralla e Igua meneó la cabeza en señal de desaprobación.
– Ya están llegando los demás – susurró Kora a su hermana mientras le señalaba con la mano.
– Pues tendremos que apurarnos si queremos conseguir el primer lugar.
Se acercó a sus amigos y palmeó a Niku por la espalda. El muchacho se desgonzó casi por completo mientras trataba de mirar quién lo había tocado. Casi al mismo tiempo, Qisú gritó frenéticamente y los jóvenes que estaban alrededor comenzaron a carcajear de forma burlona.
– Bien, ahora somos el hazmerreír de todos – gruñó Kora cruzando sus brazos a la altura del pecho. Odiaba sentirse tonta.
– No deberían asustarnos de esa forma – se quejó Niku colocándose de pie.
– Solo puse mi mano sobre tu hombro y comenzaron a llorar como dos chiquitos atemorizados – Qisú bajó su cabeza incómodo por el comentario moviendo su pierna de un lado para otro. – Debemos buscar una piedra blanca que está en la Bonga, así que comencemos a movernos o seremos los últimos en llegar – terminó diciendo Igua y después de encender nuevamente su linterna, atravesó el puente a grandes pasos y trepó sobre la pared de roca.
Niku la alcanzó.
– ¿Estás segura de que ese es el árbol que nos tocó?
– ¿Estás nervioso? Los cuentos son solo eso, cuentos – le respondió de malhumor.
El chico asintió y trató de despejar las imágenes de los libros que había leído mientras miraba de reojo a Kora.
La leyenda contaba que un joven por haber traicionado al cacique con la esposa de éste fue condenado a muerte. Ambos huyeron al bosque con las riquezas del reino, pero los guerreros del gran señor les dieron caza. El chico murió y fue enterrado a los pies de la Bonga mientras que la joven desapareció con el corazón destrozado y nunca más se supo de ella. Se dice que los espíritus de los amantes se reunían cada luna llena al pie del viejo árbol y esa noche, era luna llena.
La vía sobre la muralla los conducía directamente al árbol que había quedado atravesado interrumpiendo la continuidad de la pared. Caminaban sin comentar nada. Iban marchando en el más absoluto silencio. De vez en cuando, escuchaban los murmullos de los demás grupos. El bosque parecía estar repleto de cientos de luciérnagas con haces de luz potentes que se movían de un lado para otro.
Llegaron en solo unos minutos a su destino, pero se quedaron estáticos. Hipnotizados por el enorme tronco abultado que dibujaba un óvalo de gran tamaño, parecía una boca que gritaba a todo pulmón desde el interior. Las ramas gruesas y retorcidas caían a cada lado casi besando el suelo, como el cabello desordenado de un guerrero que no dejaba de crecer mientras el tiempo lo carcomía por dentro. En aquella imagen carente de vida y congelada en el tiempo, fabricada de madera y hojas, había decenas de pequeños animales que abrían sus ojos en la oscuridad para contemplar un grupo de intrusos que les habían robado la paz de la noche.
– Qisú comienza por la derecha y las gemelas por la izquierda – dijo Niku que por ser el más alto de los cuatro se creía el líder.
– ¿Las gemelas? Te recuerdo que somos dos personas diferentes – Igua siempre odiaba que le dijeran aquello.
– Como digas Kora – respondió Niku moviendo la mano.
– Soy Igua.
– Como sea, tú a la derecha y tu hermana por detrás del árbol – le contestó molesto.
Los cuatro chicos descendieron de la muralla. Bordearon el sembrado de bambú que se encontraba cerca del tronco del árbol y se acercaron. Tocaban con esmero las raíces ásperas tratando de buscar la piedra blanca que los llevaría a la siguiente pista.
– ¡La encontré! – gritó Kora.
– Aquí también hay otra roca blanca – repuso su hermana.
Se movieron hasta allá y las observaban.
– ¿Cuál levantamos? – preguntó Niku y el sonido del lamento de una persona se escuchó en la lejanía.
Se les congeló la sangre y la piel se erizó como un cuerpo espín de pies a cabeza. Las lamentaciones continuaron y se aproximaban a ellos lentamente. Se habían quedados estáticos con la cara blanca por el miedo que estaban sintiendo. Igua tomó la mano de su hermana y la jaló con fuerza para que se escondieran mientras les gritaba a los chicos. Un tercer sollozo que gemía de forma desgarradora los hizo salir del estado de ensoñación en que se encontraban y Niku empujó a Qisú para que se ocultaran. La temperatura del ambiente bajó y ahora temblaban sin control produciendo ruido con sus dientes.
– ¡Chiss! – balbuceó angustiada Kora para callarlos.
En ese momento, sintieron el sonido de la madera estrujándose y a punto de romperse en mil pedazos. Era como si el tronco que estaba enfrente de ellos comenzara a desplomarse. Los chicos observaban en medio de la oscuridad con los ojos abiertos de par en par, expectantes a lo que pudiera salir de la oscuridad. Los minutos transcurrían y nada pasaba, así que Igua se colocó de pie mientras les hablaba con la voz cargada de adrenalina.
– Debemos apurarnos, no ha pasado nada. La misma pista lo decía; recuerden no temer de los lamentos del bambú. Eso es lo que es, palos que se mueven con el aire y parecen que lloraran.
Los tres chicos asentían con la cabeza mientras se colocaban a su lado. Por más que disimularan, estaban nerviosos y limpiaban sus manos con sus ropas porque en el fondo sabían que no había ni una sola ráfaga de viento que pudiera agitar los palos de bambú.
Igua ya se había colocado enfrente del tronco y miraba las dos piedras blancas.
– Voto por la más grande – dijo sin miramientos.
Niku asintió y cuando se disponía a levantarla, otro lamento se escuchó entre los árboles. Los pelos de la piel se le erizaron al sentir un suspiró que lo había acariciado sutilmente en la nuca. Como si alguien lo hubiera soplado.
Qisú retrocedió y sin decir palabras echó a correr en dirección del pueblo, botando la linterna en su afán de alejarse de allí.
– ¿Qué sucede con ustedes? – espetó Igua con soberbia, aquella situación la estaba sacando de control, se movió molesta en dirección de Niku que no dejaba de mirar el tronco de la Bonga. – Córrete, yo lo haré.
El chico no se movió, estaba paralizado. Igua en su desespero porque él no se retiraba, se colocó delante y fue solo en ese momento que vio un inmenso agujero donde antes había solo corteza. Estaba completamente negro y no se podía ver nada en el interior. Miró a su hermana que se había hecho a su lado con el rostro pálido como una lápida.
– Dicen que él fue enterrado con el tesoro porque lo consideraron maldito – murmuró Kora. – Tal vez abajo está su sepulcro y haya un guaca esperándonos – ahora la expresión era de curiosidad.
Igua se acercó para mirar el interior oscuro de la Bonga y colocó su mano sobre el umbral. Al mismo tiempo escuchó los lamentos, pero esta vez venían de atrás. Después, todo fue muy rápido. La empujaron y comenzó a caer golpeándose con las paredes del túnel. Había rocas y raíces que sobresalían sobre la abertura. Un golpe seco contra el piso le anunció que había llegado a su destino.
Aún con el dolor en su cuerpo, se levantó inmediatamente. Encontró su linterna que giraba sobre sí misma como si fuera un faro y la levantó. Estaba en una cueva estrecha y la única entrada de luz y aire venía del agujero por donde había caído. Alzó la mirada examinándolo con cuidado, necesitaba urgente una ruta de escape.
– Kora necesito que me ayudes – gritó, pero nadie respondió. – ¿Niku estás ahí? – el silencio sepulcral la puso nerviosa.
La sensación de unos ojos mirándola la hizo desviar la dirección donde estaba apuntando con su linterna. No había nadie y aún así sentía que alguien respiraba pausadamente al lado suyo.
– Pónganse serios, no estoy para bromas … KORAA – gritó desesperada.
Algo se movió y había ingresado en uno de los pasadizos. Solo hasta ese momento se había percatado de que existían. Dirigió la luz hacia allá; había tres aberturas separadas que comunicaban con otras cámaras en el interior.
Vislumbró unos ojos negros que brillaban como la obsidiana desde el interior de una de ellas. La estaban observando como si quisieran acecharla. Entonces dio un paso hacia atrás, pero no era suficiente, aquello que estaba delante suyo respiraba haciendo bastante ruido. Sus piernas temblaban y cuando sintió que la sombra se movió, ella comenzó a correr internándose en el primer túnel que encontró. Después de unos minutos, el silencio volvió a arroparla y solo escuchaba el roce de su ropa con las paredes del lugar.
Llegó a otra cueva más oscura que la anterior y entró de forma precavida. Alumbró con su linterna todo el espacio, era amplio y le pareció ver que algo brillaba en el fondo, así que comenzó a caminar con lentitud, atenta a cualquier cosa que pudiera moverse a su alrededor. En la medida en que avanzaba se dio cuenta que el objeto que destellaba por la luz estaba dentro de una vasija de barro tan grande que le daba a la cintura. Había otras más amontonadas al lado de una de las raíces de la Bonga. Las revisó con cuidado y tomándola con las manos la volteó para vaciar su contenido.
– ¡Oh cielos! – murmuró sorprendida para sí misma.
Decenas de monedas, piezas de oro que representaban animales y pequeñas piedras preciosas se esparcieron sobre el piso. El ruido que produjeron se resaltó en aquel silencio absoluto, pero Igua estaba tan asombrada por lo que había descubierto que no se dio cuenta. Largó su mano hasta la montaña brillante que reposaba en el suelo y las tomó con sus manos para mirarlas más de cerca. Dibujó una sonrisa, su primera sonrisa después de horas y guardó la primera manotada del tesoro en sus bolsillos.
El lamento llegó a sus oídos y despertó del sueño en el que se encontraba. El frío se esparció por todo su cuerpo y lentamente alzó su cabeza para mirar a la presencia que sentía delante de ella. Los ojos negros habían vuelto y entre temblores Igua buscaba con desespero la linterna del suelo. La momia avanzaba despacio y resoplaba aire como si pudiera respirar. Ella estaba paralizada mientras a cada segundo sentía que la criatura se acercaba más y más. Buscaba la lámpara, pero se le resbalaba de las manos negándose a que ella la pudiera atrapar.
Una ráfaga de aire invadió la cueva y un ser etéreo ingresó de uno de los túneles que se encontraba en el otro extremo. Mantenía su lamento, escuchaba con claridad lo que decía.
– Mi amado – resopló en un suspiró y con los brazos abiertos se dirigió a donde ellos se encontraban.
Igua apoyó con fuerza su espalda sobre la roca como si pudiera atravesarla y salir huyendo de allí, pero evidentemente era imposible. La momia se quedó estática y luego con el movimiento del aire que aún invadía la cueva, se fue disipando su cuerpo como la arena que se desvanece con la brisa del mar. Una segunda figura fantasmagórica apareció y se entrelazó con la primera, en un torbellino ascendente acompañado de voces silbantes que retumbaban con las paredes.
Tomó con rapidez la linterna del suelo y corrió hacía el túnel de donde había aparecido el espectro. Al rato, se había internado nuevamente en la más completa oscuridad. El vacío la envolvió y por un momento perdió todos sus sentidos. Su mente quedó en blanco.
– ¿Vas a mover la piedra? – le dijo molesto Niku y pasó delante de ella.
Kora tomó con rapidez la pista y la leyó en voz alta.
– “Con las hojas de la Bonga construye cuatro sombreros y corre hasta la meta”
– ¡VAMOS! Aún podemos ganar – Niku estaba a cuatro patas tomando las hojas que veía tiradas sobre las raíces del viejo árbol.
– Pero Qisú se fue … – se quejó Kora que se apresuró a ayudarlo mientras Igua seguía de pie sin moverse.
– Él debe estar en el puente – dijo con certeza y comenzó a correr. – ¡VAMOS!
Kora tomó la mano de su hermana y la empujó para que se apresurara.
– ¿Estás bien? parece como si hubieras visto un fantasma – dijo.
Igua solo movió su cabeza aún hipnotizada.
– Es solo que … estaba dentro del árbol.
– No, has estado aquí todo el tiempo.
Su hermana negó con la cabeza y entonces metió sus manos en los bolsillos buscando una de las piezas de oro que había robado, pero no las encontró. Sus bolsillos estaban repletos de hojas y ramas rotas. Un lamento las interrumpió. Esta vez el gemido de agonía se escuchaba desde el interior del tronco. Igua tomó apresuradamente la mano de su hermana.
– Debemos irnos.
– Espera … ¿Qué es eso? – Kora se agachó para recoger lo que parecía una moneda de oro, pero cuando sus dedos la tocaron una rama se enredó en su muñeca y la jalaba hacia el interior de la tierra. Igual abrazó a Kora gritando con desespero, forcejeando para evitar que aquel árbol endemoniado se la tragara. Sudaban copiosamente por el esfuerzo que estaban haciendo, hasta que lograron romper el lazo que los unía y cayeron hacia atrás. Se levantaron inmediatamente y comenzaron a correr como almas que se las lleva el diablo para alejarse de aquel bosque maldito.
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